Capítulo 1. ☁️

165 15 5
                                    

Hattori siempre miraba en dirección a Kudo. No había momento en el cuál tuviera motivos ajenos para ir a perseguirlo a dónde quiera que no fueran verlo.

El moreno caminaba a su instituto. Estaba por terminar el tercer año de preparatoria, listo para integrar a la academia de policía de Osaka.

Casi dos años pasaron desde que conoció a su mejor amigo.

Desde esa vez que decidió ir y enfrentarlo para probar quién era mejor, nunca dejo de seguirlo. Pero, la atracción comenzó cuando el detective recuperó su cuerpo, habían estado juntos incluso en aquella terrible batalla contra la organización que atormentaba al detective.

De inmediato, una sonrisa apareció en su rostro, su corazón latía con emoción al saber el montón de casos y aventuras que habían compartido.

Kudo Shinichi era el tipo más genial que había conocido.

Parecía fantasear con todos esos recuerdos alucinantes y peligrosos.

En sus ojos, solo estaba el reflejo del detective castaño observándolo cómplice, cada que aquella extraña conexión se hacía presente y los dos descubrían un detalle en el mismo instante.

Una flor de cerezo fue atrapada justo en la palma de su mano cuando se detuvo. Su rostro se tornó serio y miró el pétalo con tristeza.

—¿Qué estoy haciendo...? —murmuró dejando caer la flor al suelo y aplastandola con cierto rencor.

Aveces el sentimiento que venía a él cuando pensaba en su mejor amigo era como una ola que lo agitaba por completo, cuál de inmediato se convertía en una sombría sensación que no sabría cómo describir.

¿Era un tipo de admiración que, al saber que jamás serían iguales, lo desmotivaba? No existía otra justificación para Hattori, era extraño.

—¡Heiji! —escuchó una voz fastidiosa acercarse por detrás. —¡¡¡Heeeiji!!! —comenzó a gritar molesta.

Debía estar molesta pues no la espero.

—¿Qué te pasa? ¡Te dije que me esperarás desde ayer!

—Lo olvidé. —murmuró evitando verla y sintiendo que había sido interrumpido.

—¡¿Eeeh?! —exclamó confundida. —¿Qué te pasa últimamente? ¡Pareces perdido todo el tiempo!

—¡Es porque tú siempre estás molestando! —le gritó abrumado, y así comenzó su pelea habitual de todos los días.

Es cierto, el duelo que tenía en mente no había surgido de la noche a la mañana, llevaba semanas que apareció en su cabeza.

Seguían caminado hasta que el ambiente se calmó un momento.

—Oye, Kazuha... —mencionó viendo fijamente al piso, a punto de preguntar algo, pero se mantuvo callado.

—¿Heiji? —ladeó la cabeza, tratando de buscar sus ojos.

—¿La chica de la agencia de detectives, es tu mejor amiga? —cuestionó pensativo.

—¿Ran-chan? ¡Claro, es de mis mejores amigas? —dijo encantada.

—¿Y...? —no tenía idea de cómo preguntarlo. —¿Qué opinas de ella?

—¿De Ran-chan? —vio al cielo reflexiva. —¿Qué, te gusta? —le lanzó una mirada molesta.

—¡Para nada! —negó de inmediato.

Kazuha solo rió.

—Veamos... ¿De Ran-chan? ¡Ah, ya sé!

Heiji permanecía atento a sus palabras.

—¡Creo que ella es realmente genial! ¡Es muy fuerte, inteligente y muy  bonita! ¡Sería una esposa perfecta!

—¿Qué?

—¡Sí...! ¡Si Ran-chan fuera un chico, a todas las chicas les gustaría salir con ella! —exclamó orgullosa.

Heiji se quedó en blanco.

"¿Un chico?" Pensó.

Llegaban al instituto.

—¿Por qué preguntas Heiji?

—Eh... Yo... —permanecía algo pasmaso.

—Definitivamente andas muy raro. —Kazuha se quitaba las zapatillas para entrar y se dirigía a su casillero.

Un leve sonrojo adorno su rostro, de entre sus cosas saco una cajita de alimento y se la extendió a su perdido amigo de la infancia.

—Te hice el desayuno porque sé que eres un flojo. —desvió la mirada y la despistó justo en sus manos. —¡No te burles! —nerviosa, echó a correr y desapareció.

Pero la cabeza de Heiji seguía haciendo de las suyas.

"¿Un chico?"

"¿Una chica?"

"¿Si Kudo...?"

"¿Si Kudo fuera una chica...?"

"¿Si Kudo fuera una chica...?"

"Si Kudo fuera una chica..."

"¡Si Kudo fuera una chica...!"

Y en tal momento, imaginó tontamente que la versión femenina de Kudo le entregaba la caja.

Lentamente, resbaló de sus manos y fue a dar al suelo en un estrenduoso ruido, los alumnos de al rededor lo miraron un momento. Su rostro sudó frío, palideciendo.

En segundos estaba corriendo al gimnasio de Kendo, desesperado, tomó la espada de manera más dura que encontró y sin pensarlo dos veces, se dio con ella directo en la cabeza.

En el suelo, un hilo de sangre corría por su frente y veía el techo...

Ya lo sabía.

Y gritó.

Tus segundos en mi vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora