Capítulo 2.

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El frío de aquellas paredes en las que se adentraba, el metal insípido y asqueroso al qué por primera vez estaba sintiendo muy cerca. Aquel que parecía ahogar cada paso de su vida.

Sus ojos intentando guardar cada sentimiento. Y un hombre cuyos ojos iban un poco a tono con los de ella, verde los de ella y azules los de el. Ese hombre intentaba descifrar cada movimiento de aquella mujer que a pesar de su famoso apodo de "Doña". No tenía nada de mayor ni vestía cómo usualmente vestía una "típica Doña".

Lo que él no sabe es que ella no es típica. No es cualquiera. Es La Doña, y es respetada por eso y por más.

Ante los ojos de los demás oficiales a su alrededor, ellos hacían un gesto de bienvenida como si ella solo fue a hacer una visita cordial a la delegación. Velarde iba tras ella intentando apurarla, cuando la hizo tropezar y casi cae sin poder sostenerse por el frío metal que rodeaba sus muñecas. Pero el ojiazul reaccionó y la tomó en sus brazos. Sus ojos conectaron y ella sintió una electricidad un tanto incómoda al tenerlo tan cerca.

Karen reaccionó y la volvió a tomar para dejarla en su celda.

Agente Contreras, quítele las esposas a la detenida.

Ésta vez ella evitó contacto con esos ojos azules, a diferencia de él, que solo intentaba que ella lo mirara. Rozó sus manos con sus dedos para quitar las esposas, y ella soltó un pequeño quejido por haber tenido tanto tiempo el metal en su piel. El hizo una leve caricia y ella rápidamente se alejó.

¿Qué pretende?

- Agente Contreras

Nada, solo quise ayudarla a aliviar el dolor por las esposas.

No necesito que haga nada por mí. - Escupió la rubia.

El la miró y volteó los ojos en señal de frustración.

A lo qué ella rápidamente formó una débil pero ágil sonrisa.

O... o más bien si. Puede que si necesite algo de usted. ¿Puede dejarme hablar con mi hija? Necesito saber como está después de todo.

El levantó un poco la mirada para ver a Karen quien estaba concentrada discutiendo con Vidal.

Resopló y le dijo.

Me perdona, Altagracia, pero no puedo. Usted no puede hacer llamadas, hasta que venga su abogado.

Ella sonrió sarcásticamente y él se perdió en esa sonrisa amarga por unos micro segundos.

Ay, Contreras. Para usted, soy la Doña. Haga lo que le digo. Por favor.

El la mira y no entiende como puede ser tan rígida y decidida, pero muy a la vez suplicaba con tono arrogante, pero suplicaba. Qué más podía pensar... así es. Así es la famosa Doña.

Después de mucho tiempo... más humana. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora