Dos años

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Era un cálido día de verano en Oxford. El cielo estaba despejado, mostrando cuán grande era, mientras el ojo solar iluminaba la ciudad. El viento era suave; soplaba delicadamente entre las hojas de los árboles cantando o jugaba entre el cabello y la ropa de los habitantes de la ciudad. En las hojas de los árboles aun colgaba gotas pequeñas de agua, símbolo del amanecer, balanceán-dose en los bordes. La fresca brisa recorría la ciudad y el internado, corriendo las calles y los pasillos traviesa.

En cierta calle de la ciudad estaba un chico saliendo de su hogar. Era Will Parry. Portaba una mochila roja con tacas amarillas. En el umbral de la puerta se halla-ba una mujer despeinada que se despedía de su hijo: la señora Parry. Y, a su lado, se encontraba un pequeño gato negro que miraba fijamente al muchacho; era el gato de Will, Moxie. El muchacho y la madre compartí-an tanto cariño que cualquiera se habría ablandado al verlos.

- Will, regresa pronto - dijo la señora Parry -. Cuídate mucho, cariño.

Will contestó con un asentimiento de cabeza y una mirada llena de amor. Y comenzó a caminar por las ca-lles hacia Oxford. Mientras caminaba, una vocecilla le susurró a Will:

- Will, hoy es el día, ¿ verdad ? - Una cabeza se asomó fuera de la mochila de Will. Era Kirjava, el daimonion de Will.

- Sí, hoy es el día - contestó Will.

Kirjava emitió un aullido de felicidad que retumbó en los tímpanos de Will, quien le ordenó callarse y es-conderse dentro de la mochila para que los vecinos no le vieran.

Will siguió bajando la calle hasta que vio unos setos situados a la izquierda de la calle que daba acceso a un sótano. Will sonrió y dijo a Kirjava:

- ¿ Sabes, Kirjava ? - El daimonion de Will se asomó al exterior de la bolsa -. Aquí es donde comenzó todo. Aquí es donde encontré esa ventana que comunicaba el mundo de Cittágazze con el nuestro cuando huía de esos hombres que me perseguían. Y fue allí, en Cittága-zze donde pude conocer a Lyra - pronunció con nostal-gia Will.

Y la verdad es que Will echaba de menos a Lyra, esa chica que conoció en Cittágazze y de la que se enamo-ró. La echaba muy en falta, y no intentaba disimularlo. Cada vez que la recordaba o decía su nombre, se volvía nostálgico y sendas lágrimas caían de sus mejillas. No podía olvidarla ni quería olvidarla, por mucho que le doliera recordarla; Lyra siempre abarcaba todos sus pensamientos y todos sus actos. Porque Lyra era la ni-ña que le robó el corazón.

Kirjava reptó hasta los brazos de Will, le miró y, dán-dose cuenta de las lágrimas que rondaban por sus me-jillas, dijo:

- Will, no sólo tú echas de menos a alguien. - El chico bajó la mirada a su daimonion y comprendió lo que di-jo. Kirjava también echaba en falta a Pantalaimon, el daimonion de Lyra -. Así que lo mejor es que vayamos ya al Jardín Botánico para no hacerlas esperar. - Cuan-do terminó de hablar, se metió de nuevo en la mochila roja y se puso cómodo allá dentro, pero no sin sonreír antes a Will.

Will le devolvió la sonrisa, aunque sabía que Kirjava ya no le miraba, cerró la bolsa y abandonó el seto para dirigirse hacia Oxford, hacia el Jardín Botánico.

Lyra se vestía rápidamente mientras apartaba un me-chón de cabello de su rostro para mirarse al espejo. Es-taba horrible. Maldijo por lo bajo. Se había levantado bastante tarde hoy. Estaba totalmente despeinada y tenía un aspecto de zombie. Miró a Pantalaimon, que estaba enroscado en su cama, mirándole, y exclamó:

- ¡ Pan, no me mires ! - dijo a la vez que se tapaba la cara con las manos -. ¡ Estoy horrible !

Pantalaimon, disimulando una sonrisa, saltó de la cama y se puso en el hombro de Lyra. Miró el reflejo de Lyra en el espejo y dijo compasivamente:

- Sí, estás verdaderamente horrible. - Y se apartó del hombro de Lyra antes de que le atrapase. Lyra replicó -: Bueno, pero la culpa es tuya, Pan. Tú no me desper-taste. - Apuntó con el dedo acusadoramente al daimo-nion, que dijo:

- Ya, pero es que te veías tan linda cuando duermes... - Y Pan soltó una carcajada, haciendo que Lyra se son-rojara e hiciera pucheros.

Pan se bajó de la cama y se acercó a la ventana, que tenía fabulosas vistas del Jardín Botánico. Lyra se acer-có también a la ventana, con el cabello aun revuelto, y, mientras contemplaba las maravillas botánicas, musi-tó:

- Pan, hoy es el día, ¿ verdad ? - Y Pan contestó asin-tiendo con la cabeza levemente.

La chica, con el daimonion en su hombro derecho, abandonaron la ventana y volvieron al escritorio, y dijo con una media sonrisa:

- Bien, pues hemos de arreglarnos ya. No queremos que nos esperen con este aspecto, ¿ a que no, Pan ?

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Gracias por leer esta historia. Los derechos son del escritor inglés Philip Pullman, el autor de la trilogía " La Materia Oscura ", predecesor de este libro.

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La Materia Oscura IV: RupturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora