I- Las noches de los viernes.

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Se encontraba acostado en su cama. La oscuridad de su habitación apenas era rota por la luz de su reloj de buro, marcando la 1:34 de la madrugada.

Se suponía tendría que estar dormido, pero estaba ansioso. Su pie derecho remarcaba aquello moviéndose de manera frenética debajo de las cobijas.

Lo esperaba, como todos los viernes por la noche. Sin embargo, la pelea tan fuerte que escuchó minutos atrás, lo habían dejado preocupado y sabía que aunque pegará el oído a la delgada pared no alanzaría a escuchar. No era la primera vez que lo intentaba.

Pero las imágenes de su cabeza resultado de su imaginación le daban ideas de cómo podía haber terminado aquella fiera pelea, que al principio había comenzado con gritos y palabras mal sonantes, algo que por más triste que sonara, esas últimas semanas eran frecuentes, pero ahora hubo un golpe sordo al final.

Si fuese por él, habría corrido al primer instante que escuchó el primer reclamo por parte de aquel canalla, habría apostado su propio pellejo. Pero hace tiempo que descubrió que eso no valdría de nada, pues su ser amado no vería aquella actitud, y aun y si le hubiesen roto cada uno de los huesos por su causa, la situación no cambiaría, pues seguiría sin elegirlo. Eso también lo aprendió a la mala. Su hombro aún dolía en los días húmedos recordándole aquel momento, en que lo que más le dolió, fue verlo partir mientras trataba de no llorar, frente a la multitud que se había juntado por la conmoción, de dos estudiantes peleándose. Fue una suerte que los profesores no los castigaran.

En ese momento lo comprendió, lo único que podía hacer era esperar por él los viernes por las noches, rogando al cielo que estuviese bien, que no fuera peor que la semana anterior y aguantar el dolor en el pecho que le surgía por saber que lo dañaban y sin poder derramar las lágrimas de rabia e impotencia al no poder hacer nada.

Para el alivio de su alma, la puerta de su pequeño departamento se escuchó crujir, anunciando la entrada de su ser amado.
Los viernes era el único día que la dejaba abierta, porque sabía que vendría a él.

Como su habitación no estaba tan lejos, le bastó con sentarse rápidamente en la cama, para ver su figura delegada atravesar con pasos lentos la sala y el pequeño comedor.

Su corazón se volvió loco y su cordura parecía querer abandonarlo cuando lo vio quedarse parado en el marco de la puerta de la habitación.

Quería correr a abrazarlo preguntarle si estaba bien. Pero esas cosas no funcionaban con Loki.

—Eres patético, esperándome despierto- Susurró el pelinegro apoyado en el marco de la puerta con una sonrisa siniestra, viéndose las uñas que solía llevar pintadas de color negro.

Sus ropas se veían desaliñadas, algo que jamás permitiría a los demás ver, y eran una de las señas que le decían, la pelea de esa noche había llegado más lejos.

El chico tronó su lengua en señal de fastidio —Eres un grosero de primera, me tienes aquí parado esperando.

Thor trató de tragar aquel sentimiento amargo que se le atoraba en la garganta siempre que lo veía así. —Sabes que no necesitas permiso para entrar, todo lo mío siempre será tuyo.

El pelinegro esbozó una risa irónica mientras dirigía sus pasos a la cama del rubio.

En cuanto se sentó a su lado lo envolvieron unos brazos cálidos, los mismo que le recibían cada viernes por la noche.

—No divagues tanto, solo vayamos al grano— Dijo el ojiverde deshaciéndose del abrazo comenzando a quitarse su ropa.

Thor simplemente lo veía, embelesado por completo. Lo hipnotizaba el brillo de su piel y cada uno de sus movimientos.

Hasta el final. (Thorki) +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora