El Malentendido.

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Varios días después de aquello, todavía sigue poniéndome la piel de gallina. Ni siquiera sabía que fuera tan... fácil.

-Eu, Alex, ¿en qué piensas? Tienes la cabeza en otra parte.

Vuelvo a estar con Elyas, Paul y Jacob. Nos hemos reconciliado, o más bien nos ha reconciliado mi madre. No paraba de repetirme que era inaceptable que perdiera a mis amigos de la infancia por un malentendido, a si que los invitó a merendar una tarde, y a pesar de la atenta mirada de Marco nos lo pasamos bien. A si que ahora, quedamos a menudo, aunque sin Lydia.

- No pienso en nada en concreto. Por cierto, Elyas, ¿Qué tal con Lydia?

-Bien, tío. No sé cómo la has dejado escapar, la verdad es que es fantastic...

Una colleja de parte de Paul interrumpe su discurso. Parece haberse dado cuenta ahora de que antes de que Lydia estuviera con él, había estado conmigo.

- Oye, no me molesta. Ya he pasado página, supongo.

Después de estar con ellos un par de horas, decido volver a casa. Acabo de entrar por la puerta y de sentarme en el salón cuando empiezo a escuchar gritos de enfado por toda la mansión. Alguien se ha metido en un buen lío. No creo haber sido yo, ningún empleado se atrevería a gritarme. Ese derecho sólo lo tiene mi madre.

Hablando del rey de Roma, mi madre me espera en la puerta, mirándome con una expresión consternada.

-Alex, l-lo siento muchísimo, de verdad. Tendría que haberte hecho caso desde un principio y...

-¿De qué hablas?

Mi madre da un largo suspiro. Después, aparecen en el salón un remolino de personas. Distingo a mi tía Esther entre el montón, preocupada. Parece que ha pasado algo realmente malo.

De repente, de entre la multitud salen dos personas. Una es Marco. Tiene el ojo derecho ligeramente morado. Supongo que alguien le habrá dado un golpe. El otro, es un señor musculoso, que reconozco como uno de los mayordomos principales. Trae a Marco agarrado de un brazo. Por la expresión de dolor en la cara de Marco, le está haciendo daño, pero no sé como decirle que, por favor, pare de agarrarlo.

-Alex, señor, he encontrado a este... lo que sea, abajo, en el sótano.

De repente todo el mundo se calla, y a mi se me para el corazón. Es verdad. Nadie sabía que había decidido confiarle a Marco ese secreto. Y mi pobre chico de rizos morenos se está llevando una gran responsabilidad, y seguramente se está jugando el trabajo, solo por no delatar que yo le he dado la llave para entrar.

Todo el mundo está expectante a que reaccione. Mi madre tiene una cara de espantosa culpa. Seguramente se siente culpable por haber dejado a Marco entrar en la casa. Seguramente piensa que nada de esto habría pasado si nunca hubiera contratado a Marco.

En un primer momento siento rabia por el mayordomo que ha pegado a Marco. ¿Cómo se atreve a hacerle daño? Por otra parte, solo estaba cumpliendo órdenes. Escuchó a alguien abajo y le ordenó subir. Ha hecho bien.

Miro a Marco en el suelo, con ojos suplicantes, a punto de llorar. No puedo hacerle eso. Aunque, ¿que opciones tengo? Se supone que lo nuestro es secreto. Ni mi mejor amigo conoce la existencia de esta sala, y la gente acabaría atando cabos si admito que le he dejado entrar.

Antes de actuar, susurro para mis adentros: "Lo siento, Marco"

Debo de tener cara de angustia, porque todo el mundo guarda silencio cuando decido empezar a hablar.

-Marco... No se como has podido.

Noto que empieza a llorar, que mi madre me mira con miedo, que el mayordomo agarra a Marco más fuerte todavía, y que el mundo se me va a caer encima como no haga algo rápido. El chico al que le he confiado la parte más íntima de mi ni siquiera es capaz de decir nada. La que habla es mi madre.

-Tranquilo, cariño. Ya he llamado a alguien para hacerse responsable de él. Parte mañana por la mañana.

-¡NO!- Se me escapa el grito de manera automática y sin que haya pensado una forma de arreglarlo.- Puede quedarse. Lo único que vas a ordenar es que refuercen la cerradura del sótano. No hay que despedir a nadie.... Quiero estar solo.

Salgo corriendo hacia mi habitación a ahogar las penas en la almohada.


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