CAPITULO 6

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El taxi paró frente al portal de la casa de Silvia, situada en la concurrida calle Alberto Aguilera de Madrid, y mientras ella pagaba, Venecia miraba el techo del vehículo. Pero ¿qué había hecho con su vida?

Su amiga le cogió la mano y ambas bajaron del coche, y al ver el renegrido vestido de aquélla, Silvia se mofó:

—¡Desde luego le has dado un buen uso al Cardo Oscuro!

Venecia asintió. La falda de su vestido tenía un aspecto deplorable y, resoplando, afirmó:

—Éste no vuelve a estar blanco en su vida.

Sin soltarse de la mano y en silencio caminaban hacia el portal cuando Venecia, parpadeó y murmuró:

—¿Ésa no es Elisa?

Al mirar hacia el banco de madera que había frente al portal de Silvia, sorprendidas, vieron a Elisa allí sentada, aún con el vestido celeste de la boda. Miraba el suelo con gesto serio y, sin dudarlo, apretaron el paso.

—Elisa... —dijo Silvia al acercarse.

Al oír su nombre, la aludida levantó la cara hacia ellas y, con los ojos rojos e hinchados, gritó:

—¡Llevo llamándoos por teléfono desde hace una hora! ¡¿Se puede saber dónde estabais y por qué no cogíais el puto móvil?!

—Pero, Sensei, ¿qué te pasa? —murmuró Silvia.

—Nos... nos quedamos sin batería —indicó Venecia, sacándose su teléfono del bolsillo de su vestido.

Elisa asintió con un resoplido y, sonriendo, de pronto preguntó:

—¿Lo habéis pasado bien?

Desconcertadas, las dos amigas asintieron; entonces Elisa, levantándose, cambió de nuevo el gesto y ordenó:

—Vamos. Necesito ir al baño.

Sin entender qué hacía allí a esas horas y no en su casa, la siguieron al portal. Una vez en él, Silvia sacó las llaves de su bolso y, tras abrir la puerta, Elisa entró y Venecia cuchicheó, rascándose tras la oreja:

—¿Qué ha podido pasar?

—Nada bueno, sin duda —repuso Silvia.

En silencio, las tres subieron en el ascensor hasta la cuarta planta y, después de entrar en casa de Silvia, Elisa, sin hablar, se dirigió al baño.

Inquietas, las dos amigas la esperaron sentadas en el sofá y cuando segundos después ella apareció y se colocó enfrente en silencio, Silvia no pudo más y siseó:

—No quiero enfadarme, Elisa, pero o cuentas qué pasa o te juro que, aunque seas cinturón negro segundo dan de kárate, te...

—¡Silvia! —la regañó Venecia. Elisa asintió y, mirándolas, soltó:

—¡Me he despertado!

Cada vez entendían menos lo que aquélla decía, y Silvia preguntó:

—¿Que te has despertado? ¿Eso qué significa?

—Que lo he pillado.

Según dijo eso, Silvia y Venecia se miraron, y esta última musitó:

—¿Hablas de Lorenzo? —Elisa asintió, y Venecia murmuró horrorizada al entenderlo—: Ay, Dios, cariño...

—¿Que lo has pillado con otra? —dijo Silvia levantando la voz. Confundida, Elisa se tocó la cabeza y musitó:

—Os... os juro que aún no... no me lo creo... Lorenzo..., él...

CLUB DE LAS CABRONASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora