Como bien había imaginado, el trabajo la hizo olvidar, y a las siete de la tarde, cuando apagó el ordenador, su teléfono sonó. Era su tía Fiorella y, sentándose en la silla, la saludó en italiano:
—Ciao, zia, come stai?
Fiorella, que estaba en el aeropuerto sentada a la espera de embarcar en su avión, preguntó sonriendo:
—¿Has ido a ver a tus padres?
Venecia suspiró. El día anterior había sido incapaz de ir, no se sentía con fuerzas para enfrentarse a ellos.
—Tía, bien sabes que no —respondió—, pero hoy voy sin falta.
—Hazlo, cielo..., necesitan verte y saber que estás bien.
Venecia asintió. Tras lo ocurrido, sabía que sus padres no se lo pondrían difícil y, con tranquilidad y confianza, se sinceró con su tía. Hablar con Fiorella siempre era sencillo. Nunca nada le parecía descabellado. Nunca nada la horripilaba. Al revés, intentaba entender y, sobre todo, respetar. Como ella siempre decía, «mi libertad empieza donde acaba la tuya y viceversa».
—¿Cómo estás?
—Pues no sé, tía, estoy bien, pero al mismo tiempo mal. No sé.
Fiorella asintió. Durante un rato habló con ella para levantarle el ánimo, hasta que dijo:
—Cariño, tengo que embarcar o el vuelo se irá sin mí. Te espero en Nápoles cuando quieras, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, tía.
Una vez que se despidió de ella, la joven sonrió. Hablar con Fiorella siempre la hacía sonreír. Su positividad era contagiosa, y eso era de agradecer en aquellos momentos.
En ese instante el teléfono le sonó. Había recibido un wasap de Silvia, que decía:
Me ha gustado tu entrada en tu blog de hoy y, tranquila, ¡te secarás!
Al leerlo, Venecia sonrió. Sin duda se secaría, o al menos así lo esperaba.
Con el móvil en la mano, cotilleó sus fotografías. Varias de ellas eran de cuando estaban en el coche nupcial con sus amigas, y le encantó ver sus expresiones alegres. Con el dedo, las pasó hasta llegar a una en la que se la veía con una pinta desastrosa junto a... al de la camiseta blanca. ¡Cancún!
Sorprendida por aquella foto, la amplió. El tipo no era guapo, era lo siguiente, y al ver su brazo tatuado sonrió. Aquello no se lo haría Jesús ni borracho perdido. Recordó la amabilidad y la paciencia de aquél con ella, que iba un poquito pasadita de todo, y resopló al imaginar lo que pudo salir en su momento por su boca. ¿Qué debió de decirle? ¿Qué le contó? Estaba pensando en ello cuando alguien le preguntó:
—¿Estás bien?
Era Vanessa. Y Venecia, cerrando su móvil, asintió y afirmó sonriendo:
—Sí, tranquila. Aunque reconozco que de vez en cuando pienso que debería estar en Miami tomando el sol y no aquí.
Ambas rieron y luego su compañera, acercándose, dijo:
—Ha llamado tu madre, hace un rato, cuando estabas en el baño, y me ha pedido que te diga que...
—... que vaya a casa, ¿verdad?
Vanessa asintió, y Venecia añadió asiendo su bolso:
—Pasaré por mi piso para recoger a Traviata e iré a casa de mis padres.
°°°°°
Cuando salió de la revista fue caminando hasta donde tenía el coche aparcado. Y, de allí, a su casa, donde recogió a su perra, y cuando montaron en el vehículo supo que había llegado el momento de enfrentarse a sus padres.
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CLUB DE LAS CABRONAS
Teen FictionAmar y ser amada es lo que toda mujer... desea. Lo que toda mujer... ansía. Y con lo que toda mujer... sueña. Pero ¿qué pasa cuando el sueño se desvanece, eres consciente de que tu vida es pura mentira y encima vas rayando los techos allí por d...