CAPITULO 3

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Cuarenta minutos después había dejado de llover, aunque el suelo estaba empapado. Como solía decirse, después de la tormenta llegaba la calma, y en ese caso fue también así.

En el exterior, una vez que la mayoría de los invitados se hubieron marchado, Pablo, el marido de Rosa, se acercó hasta Venecia y preguntó dirigiéndose a ella:

—¿Te encuentras bien?

La joven lo abrazó y, mirando a Rosa, que no podía parar de llorar, afirmó:

—Sí, Pablo. No te preocupes.

—Tía, pareces una princesa —aseguró Pablete mirándola.

Al oírlo, la novia sonrió. Pablete y Óscar, los precioso hijos de su amiga Rosa, la miraban encantados, y respondió tocando con cariño sus cabellos oscuros:

—Y vosotros sois mis príncipes.

Lorenzo, el novio de Elisa, la abrazó tras oír eso.

—Si quieres, puedes venirte a casa con nosotros —dijo. Conmovida, ella le tocó la mejilla.

—Eres un amor.

Lorenzo sonrió, y Pablo, tras darle un nuevo clínex a Rosa, insistió:

—O con nosotros. Sabes que en casa hay sitio de sobra.

Venecia sonrió. Aquellos dos eran los tíos perfectos. Sus amigas eran muy afortunadas de tenerlos en sus vidas, y, sonriendo, murmuró:

—Gracias, chicos, pero no hace falta.

—Se vendrá conmigo a mi casa —afirmó Silvia.

Todos permanecieron unos segundos en silencio, hasta que Lorenzo murmuró:

—Siento todo esto, Venecia, no sé ni qué decirte. Ella intentó sonreír y se encogió de hombros.

—Es mejor esto que estar casada y viviendo una mentira, ¿no crees? — repuso.

—También tienes razón —afirmó aquél asiendo la mano de su chica para besársela.

Tras hablar durante unos minutos, en cuanto consiguió tranquilizar a una llorosa Rosa, Pablo se despidió de todos y se marchó con sus revoltosos chicos a casa. Su mujer se quedaba con sus amigas. Entonces Lorenzo, mirando a su novia, indicó:

—Haré de taxista. Os llevaré a donde queráis.

Pero Elisa sabía que sería una noche intensa, por lo que negó con la cabeza.

—No, cielo. Márchate.

—En serio..., iré con vosotras.

Rosa se limpió los ojos. Aquel hombre era un amor.

—¿Por qué no llamas a tu primo David y quedas con él? —sugirió entonces Elisa.

Lorenzo suspiró y, mirando a Venecia, se disponía a insistir cuando, al ver el gesto de su chica, aceptó:

—De acuerdo. Pero cuando vayas a regresar a casa, sea la hora que sea, me llamas y voy a buscarte a donde estés. No quiero que andes sola por la calle.

—OK. No te preocupes. —Elisa sonrió encantada, a pesar de saber que ella era del todo capaz de defenderse sola.

Además de protector, Lorenzo era adorable, y tan pronto como éste se marchó, Rosa comentó, haciendo un puchero:

—Qué hombre tan maravilloso, ¡cómo te cuida! Elisa asintió y mirándola dijo:

—Como a ti tu cariñito. Y ahora, por favor, ¡deja de llorar! Rosa se secó una nueva lágrima que caía por su rostro y musitó:

CLUB DE LAS CABRONASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora