2

7 2 0
                                    

Sabía que Clara notaba la tristeza tan enorme que emanaba, por mucho que me empeñara en ocultarla. Aquella situación no era fácil, y menos para ella, pero yo me sentía especialmente culpable por no ser capaz de ofrecerle toda la ayuda que necesitaba. Entré en la habitación donde se había pasado las últimas semanas sin moverse más de lo estrictamente necesario. Se me estrujó el corazón, pero podía fingir que todo estaba bien una vez más. Preparé mi mejor sonrisa digna de un anuncio de dentífrico (la cual ya manejaba a la perfección después de tanto tiempo sacándola a relucir), y mi tono de voz más dulce.

- Cariño, he preparado falafel. Como a ti te gusta.

Uno de mis mayores errores es no haber sabido ver las señalas tempranas. Porque las hubo, aunque tardé mucho más tiempo del que me gustaría en verlas. Clara adelgazó mucho después de que la echaran de su tercer trabajo en lo que iba de año, pero pensé que era normal, y más después de lo que había pasado con su padre después de anunciarle nuestro matrimonio. Tiempo después empezó a hacer mucho más ejercicio del que hacía, aunque me convencía de que era debido a todo su tiempo libre. Sí, hacíamos todas las comidas juntas, aunque después se iba al baño. Yo no me daba cuenta de lo que pasaba – o no quería hacerlo. Hasta que llegó el primer desmayo. Acababa de llegar del trabajo, y me la encontré tirada en el suelo de la habitación con ropa de deporte.

- No tengo hambre – respondió, con apenas un hilo de voz. Las inexistentes fuerzas que emanaban de sus palabras extinguieron las pocas que me quedaban a mí.

- Lo he preparado yo, aunque estoy segura de que a ti te sale mejor. Un día podíamos cocinar juntas. Poner música, de la que nos gusta a ambas. Y bailar. Mucho. Bailar por toda la cocina hasta que se nos queme la comida.

Solté todo ese discurso desesperado no solo con la intención de recordarle a Clara nuestros buenos tiempos pasados, cuando la enfermedad todavía no había entrado en nuestras vidas, sino también para darme a mí misma una imagen mental digna de lucha. No obstante, empezó a llorar. En silencio. Tuve que reunir la poca fuerza mental que me quedaba para no unirme a su dolor. Por lo tanto, esa vez me limité a tumbarme en la cama, rodearle la cintura con amor en forma de abrazo, y susurrarle palabras de aliento que le despejaran la mente de esos pensamientos terribles, aunque solo fuera un instante.

Ese fantasma llevaba en nuestras vidas (sobre todo en la de Clara, por razones obvias) más tiempo del que nos gustaría. Había apelado incontables veces a su situación, pero ella se limitaba a llorar, enfadarse y gritarme que no necesitaba ayuda. No, más bien, no era ella la que hablaba: lo hacía su trastorno. Así que, intenté – otra vez, ya que no pensaba rendirme – hacerle entender lo evidente de una manera distinta.

- Hace un rato me llamó tu hermana. Ya sabes lo preocupada que está con el problema que tiene tu sobrino. Al parecer, los ataques de ira cada vez son más frecuentes y violentos. Ayer se rompió la mano al darle un puñetazo a la pared por no dárselo a su hermana. Pero me dijo que Dani accedió a ir al psicólogo, ya que se dio cuenta de que esa situación no era peligrosa solo para él, también estaba haciendo daño a sus seres queridos.

Clara dejó de llorar. Y me miró. Mi corazón se saltó un latido, y yo casi me convierto en cascada. Me miró con sus grandes ojos negros, y las gafas torcidas. Una imagen tan característica. Me miró con unos ojos diferentes a los que me había mirado en el último tiempo: tenían un suave destello de luz. Vi nerviosismo y duda en su rostro, por lo que intenté desviarlos con mis caricias.

- ¿Dani va a empezar al psicólogo? – me preguntó. El rastro del llanto seguía presente.

- Así es. Según me contó Julia, empieza la semana que viene.

- Porque la manera en la que actúa no solo le perjudica a él.

- Exacto – me limité a asentir mientras la esperanza crecía poco a poco.

Se quedó pensativa. Simplemente la observé y le coloqué las gafas en el punto exacto.

- Nuestras acciones no sólo nos afectan a nosotros mismos – insistí, en un intento por reconducir la conversación a su persona –. Hay veces que necesitamos ayuda por la posición en la que nos encontramos, porque no la sabemos manejar. Pero en esta situación no hay culpas ni culpables. No tiene nada que ver con tu persona. Clara, te conocemos perfectamente, y todos sabemos que lo último que quieres es molestar, pero en ocasiones también tienes que dejarte cuidar.

Me volvió a mirar. Esta vez, ambas dejamos fluir nuestros sentimientos.

- ¿Te estoy haciendo daño? – me preguntó, con lágrimas en los ojos.

- A quien más daño haces es a ti misma. A tu mente, a tu cuerpo. Necesitas nutrientes para funcionar en todos los aspectos.

Frunció el ceño, así que desvié un poco más la conversación.

- Pero aparte de a ti misma, los que estamos a tu lado sufrimos por verte así. Porque te queremos, y mereces estar sana y volver a sonreír como tanto te gustaba hacerlo hace un año – en este punto de la conversación las dos éramos un océano de lágrimas –. Mi niña, no tienes que preocuparte, ya que todos somos plenamente conscientes de que nada tiene que ver con tu valía como persona y con cómo eres en realidad.

En el último tiempo me había dado cuenta de que Clara no veía el daño tan grande que se estaba haciendo, tanto a nivel físico como mental. Por lo que intenté llevarla por otro sendero. Tenía muy claro que el argumento que le estaba dando para pedir ayuda era por lo menor ruin. Pero ya no se me ocurría nada más. Se estaba destrozando sin quererlo. Así que me vi en la obligación de insistir, por mucho que me doliera la situación.

- Siento angustia y dolor cada vez que veo que la enfermedad ha podido contigo una vez más. Una presión en el pecho que no me deja respirar, porque no mereces un sufrimiento tan grande. Eres preciosa y válida. Nada ni nadie tiene el derecho de decirte lo contrario. Tú eres la persona que más sufre a diario por la situación, nadie más. Por eso te pedimos que te pongas en las manos de profesionales. Por ti. Porque te queremos, y queremos verte feliz.

Clara siguió llorando un rato más. Yo me aferré a ella, por miedo a que se desvaneciera esta atmósfera autorreflexiva que habíamos conseguido crear entre ambas.

- Tiene cura. Tratamientos. Distintas personas que te pueden ayudar, y van a hacerlo. Pero tú tienes que dejar que ocurra, porque si no, solo será un desastre. Puedes salir de este pozo de sufrimiento. Confiamos en ti.

Sentí cómo afirmaba suavemente con la cabeza y decía suavemente mi nombre, como si hiciera mucho tiempo que sus labios no se movían: "Alma". Por lo que la abracé todavía más fuerte, si es que eso era posible. Podíamos hacerlo. No tenía ninguna duda.

Fantasma rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora