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La fina capa de sudor en su frente solo lo enfermaba más, salió de entre sus sabanas y se sentó, tomando un sorbo de agua del vaso que tenía al costado, tomando unos supresores comunes con vagas esperanzas de que su dolor bajase al menos un poco, aunque sabía que era su castigo por negar su naturaleza tan vilmente.

El suave olor de la vainilla entre sus cosas se hizo más fuerte, sus largos dedos rozando con lentitud la textura de la tela que cubría su cadera, miró la caja vacía tirada en el suelo preguntándose cuanto tiempo más.

Probablemente se medicaria hasta el fin de su existencia o hasta donde su llegué el dinero, drogandose de noche para despertar y actuar como si nada por el día, incluso si estuviese aturdido por la potente dosis en su sistema, jugando con su vida al ser tan constante. Si había algo peor que ser omega, la casta más débil de todas, sin duda era ser omega recesivo. Era un fallo en la propia falla, el error más cruel para quién tuviese el infortunio de obtenerlo. No servía ni para lo que se supone había nacido.

Desde pequeño no fue fácil, peleó sus batallas con la vida. Eran sus hermanos y él contra el mundo, pero las desgracias no se hicieron esperar.. Nunca. No le dieron ninguna tregua, ni descanso.

Y maldita sea, desde el preciso instante en el que su execrable primer celo llegó frente a lo que en ese instante le pareció todo el puto ejército ruso supo que no quería ser omega, con la garganta desgarrada, su piel tan magullada, el terror en su cuerpo calando en sus nervios y tirando de su cuerpo, el olor de su propia sangre abrumando sus sentidos. Cerro los ojos fuertemente, intentando que sus recuerdos no volvieran para atormentarle, gruñendo y peleando con sus propios demonios en su soledad eterna.

Inevitable. Era la palabra que siempre lo acompaño durante tanto tiempo, sus labios resecos implorantes de más agua no importaron, su piel ardiente tampoco, solo quería dormir de una maldita vez y olvidarlo todo. Estaba tan harto de sus recuerdos, de su existencia.

Volvió a dejar su espalda caer en las telas que lo acunaron, se hizo un ovillo en su propia cama, temblando de furia y dolor, con sus zafiros brillando en la oscuridad llenos de lágrimas silenciosas que descansaban en sus mejillas y daban un suave paseo por su rostro sonrosado. Odiaba con cada fibra de su ser el destino que le tocó. Hace tiempo que había dejado de luchar contra la vida, manteniéndose firme e inalterable ante todo y todos. Su quijada dolía ante la dureza de su asir intentando doblegar sus sollozos a la nada misma, tan furioso de su debilidad.

El silencio de su habitación siendo constantemente interrumpido por los 'pss' de la sintonía de la radio, siempre encendida ante cualquier eventual suceso. La ciudad nunca se dormía en su lecho y el comisario de la ciudad lo sabía más que nadie.

Pensó en Ivanov, pensó en sus hermanos, pensó en mucha gente que había recorrido los hilos de su vida. Fantasmas que rondaban con gentileza su alma magullada por los constantes strikes que recibió en su miserable existencia. Todos estaban fuera de su dimensión, fuera de su alcance, todos menos Jack Conway.

Él era la última persona a la que podría perder.

Sus manos se entrelazaron bajo su rostro, el calor golpeando su espalda y torso obligándolo a jadear y cerrar sus párpados mojados. La ligereza de sus fluidos mojando su entrada, sintiéndose sucio entre sus sábanas.

Dejandole un pequeño vislumbre del pasado más reciente que vivió. No pudo evitarlo. Su mente recordando tan rápidamente aquella noche, aquel confuso instante el que en medio de las luces que lo cegaban por breves espacios de tiempo la mano grande y tosca de Jack se atrapó en su muslo izquierdo amasando con letargo, su mirada miel brillando suave en la oscuridad de su memoria. Claramente había abusado del alcohol, destruído y con la necesidad de olvidar el terrible episodio vivido en el que había perdido a más que un buen agente, había perdido a un amigo. El contacto tan inverosímil de aquel hombre hacia el de hebras grisáceas y sus labios juntos en el compás de la fogosidad del momento que envolvió a ambos aquella noche.

𝐁𝐈𝐓𝐄 ミ volkway Donde viven las historias. Descúbrelo ahora