Prólogo

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 Que loco, no?

Que loco que el barrio que vio los mejores y mas felices momentos de mi vida, tenga que verme así, rendido y agotado, cansado de absolutamente todo.

Dicen que nada es para siempre, que nada es eterno, que si es bueno tiene que terminar. Y diez años después, doy fe de ello.

Cosas que callamos, o que nos vemos obligados a callar, porque la puta sociedad nos dice que esta mal. Quien mierda son ellos para decirnos que esta bien y que esta mal?

Que se yo...

Diez años que en cinco minutos se convirtieron en un purgatorio.

No tengo intenciones de que nadie lea esto, son solo la memoria de mi vida, si es que esto puede ser llamado vida. Dejo escrito que serán partes que quizá no tengan conexión entre si, es difícil recordar doce años en unas horas, mas luego de todo lo que sucedió.

Soy Raúl Ferraro, nací hace 37 años, nieto de inmigrantes, criado con una mentalidad muy simple pero muy efectiva, que hizo grande a este país.

"El hombre se parte el lomo para traer el pan a la casa, y la mujer se queda en la casa a hacer que todo funcione como debe. En casos de extrema necesidad, la mujer debe de ayudar a traer el pan. Sin una mujer que maneje la casa, todo se va a la mierda."

Añadiendo todas las ventajas de la modernidad y la vida en la ciudad, la mujer disfruta de una libertad muy grande, haciendo de su papel de ama de casa una reliquia de un pasado olvidado hace mucho.

Yo fui criado de esa forma. Mi viejo trabajaba todo el día, mi vieja y mi abuela criaban de mi y mis hermanos. El estaba poco en la casa, se levantaba a las cuatro, y volvía a las diez, cuando nosotros dormíamos o estábamos cerca de eso.

La plata nunca alcanzaba, pero nos las arreglábamos lo mejor que podíamos. Mil y un comidas se invento mi abuela con tal de no repetir dos veces lo mismo. Mi vieja hizo todo lo que pudo para ayudar a la economía de la casa, tiempos complicados, mas para un tipo que ganaba la mínima haciendo un laburo bastante pesado.

Mi vieja hizo siempre lo que pudo. Costura, trueque, ferias de segunda mano, de todo siempre que fuera honesto.

Nosotros contentos, nunca faltaba una golosinita, una frutita, verdura en la comida, ropa de marca y original, usada, de segunda mano, pero siempre de primera calidad.

Si habrá sufrido mi pobre vieja por nosotros, y en particular por mi culpa, mas con toda esta mierda.

Siempre se nos enseñó que a la mujer se la respeta, no se la insulta ni levanta la mano en contra. La palabra de la mujer de la casa es sagrada y siempre hay que tomarla en cuenta.

Jamas vi a mi viejo levantarle la mano a mama, o gritarle o insultarla. Nada. Jamas.

Pero a veces surgían discusiones y peleas, por lo general cuando dormíamos, para que no escucháramos.

Una vez me levante por el ruido, y vi de refilón a mama pegarle a mi viejo, quede sorprendido por eso, nunca creí que mama pudiera hacer eso.

En otra ocasión, después de discutir, mama me agarro del brazo y salimos de noche, tipo diez, ella había peleado con mi viejo y el había salido de la casa. Ella llevaba un palo de escoba en la mano, nunca me dijo para que. Años después me daría cuenta que era para traer a mi viejo a punta de golpes a la casa.

El jamas le llevo la contraria, jamas cuestiono lo que ella decía. Y lo pago muy caro.

Cuando las cosas se pusieron tensas entre ellos, ella le ordeno dejar de hacer horas extras en el trabajo.

Obviamente que lo echaron a la mierda un par de meses después, llevaba veinte años en la empresa, y perfectamente pudo haberse jubilado ahí, pero no. Todo por nunca llevarle la contraria.

Dos años después se separaron y ella se fue con otro tipo. Mi viejo también se volvió a juntar, tranqui. A veces se hablan, pero solo por nosotros, o por mi hermano mas chico, mas bien.

De chico me gustaban los jueguitos y las cartitas, nunca le di bola a salir ni nada de eso. Es mas, aunque hubiera podido, no lo hubiera hecho. Supongo que me daba pánico estar con un montón de desconocidos en un mismo lugar.

Durante mucho tiempo en mi adolescencia y temprana juventud, fingí tener depresión con tal de que alguien me diera algo de atención, silenciosamente lo pedía a gritos, quería que alguien estuviese ahí para mi, alguien que me dijera que me apreciaba, me quería y me necesitaba.

Con la edad me di cuenta de que era todo una boludez que me había inventado yo. Que si alguien tiene que aparecer en mi vida, lo va a hacer.

Cuando esa persona apareció en mi camino yo era muy pendejo, no tenia ni idea de que estaba pasando, y me daba miedo preguntar en mi casa, esperando la típica respuesta de "el colegio es para estudiar, no para hacer noviecitas"

Con veinticinco años cumplidos, empece a estudiar mecánica y electricidad del automóvil, sabiendo de que era lo único lo suficientemente rápido como para darme una buena salida laboral, con algo de futuro y chance de poder sustentar una familia, en caso de que surgiera la oportunidad.

Sin nadie con quien hablar, hice amistad con un flaco llamado Marino Correa, un par de años mayor que yo, pero copado. Bastante aplicado a la carrera, pero el típico flaco que andaba en autito pistero, tenia a todas las minitas en la mano, siempre presumiendo de los levantes del fin de semana, típico flaco que disfruta su juventud como puede. Un cago de risa el chabón. Una amistad que duro en el tiempo, doce años después y nos seguimos juntando de vez en cuando. Es mas, la semana pasada hicimos un asadito en su casa en Castelar, fernet, picadita, truco, anécdotas del pasado, típico de amigos.

Pero es una amistad algo amarga. Fue el quien me presento a Paula, fue el quien puso todo esto en movimiento, fue el quien me dijo que le hablara, que el le había contado mucho de mi, y que ella quería conocerme.

Todo esto empezó aquel viernes a la noche.

Horror en MonserratDonde viven las historias. Descúbrelo ahora