Prólogo.

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Sólo quedaba una limusina en el cementerio Mountain View Cemetery. El largo funeral había acabado, pero Juan Pablo Villamil no podía marcharse. Aunque acababan de enterrar a su único hijo, no había derramado una sola lágrima. Controlaba su dolor como un hombre que se enorgullecía de tener una voluntad de hierro. Sin embargo, no podía evitar un terrible sentimiento de culpa... estaba seguro de ser el responsable de la muerte de su hijo.

David Villamil puso la mano en el hombro de su hermano mayor.

—No tiene sentido que permanezcas aquí más tiempo. Ya no puedes hacer nada por Abdel.

—Hice muy poco por él cuando estaba vivo.

Villamil contempló la tumba abierta que contenía el pequeño ataúd con el cuerpo inerte de su hijo de seis años y deseó haber sido un mejor padre.

—Le diste a Abdel todo... —dijo Davis. —No había nada en el mundo que no tuviese.

—Sí, le compré todo lo que el dinero puede comprar. —respondió Juan Pablo apartándose de su hermano. —Abdel lo tenía todo, excepto el tiempo y la atención de sus padres.

—Te estás torturando sin necesidad. Idaira no tiene la culpa y tú tampoco. Fue un accidente.

David se secó el sudor de la frente con una mano.

—Debería haber pedido la custodia de mi hijo cuando nos divorciamos. Sabía perfectamente lo irresponsable que era Idaira.

Juan Pablo dio la espalda a la tumba con fingida calma.

—Sin embargo, estaba demasiado ocupado construyendo un imperio económico y no tuve tiempo para mi hijo.

—Southlands Inns habría pertenecido a Abdel en su día. Estabas construyendo un imperio para él.

—Mentira. —dijo Juan Pablo caminando hacia la limusina. —Lo hice por mí mismo. El dinero y el poder es todo lo que me motivaba. ¿No es eso lo que nos enseñó papá? No merece la pena tener lo que no vale dinero.

David siguió a su hermano y entró en la limusina detrás de él.

—Volverás a casarte y tendrás más hijos. ¡Vamos, hombre, sólo tienes treinta y siete años!

—No quiero volver a tener hijos y tampoco quiero ya tener un imperio económico.

Juan Pablo hizo un gesto al chófer para que se pusiera en marcha.

—¿Qué estás diciendo?

—Estoy diciendo que tan pronto como lo deje todo arreglado para que te pongas tú al frente de Southland Inns, me marcharé.

—¿A dónde y por cuánto tiempo?

—No lo sé... —respondió Juan Pablo. —Unos meses, unos años... el resto de mi vida...

Vagabundo || Juan Pablo Villamil ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora