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Lía miró su reloj por décima vez durante la última hora. Eran las doce menos cuarto y Juan Pablo Villamil no se había presentado. Se dijo a sí misma que debía alegrarse, pero no podía evitar sentirse desilusionada.

Mientras pasaba el plumero por el escaparate, murmuró para sí misma:

—No es un hombre atractivo. No quiero volverle a ver. Vale, soñaste con él anoche, ¿y qué? Una mujer no puede controlar sus sueños.

—¿Con quién estás hablando? —preguntó Gia Weber, que venía del almacén que estaba en el sótano.

Lía se sobresaltó.

—Con nadie. Me estaba sermoneando a mí misma.

—¿Qué te ocurre? Llevas toda la mañana muy nerviosa. ¿Tienes miedo de que Akram se presente para proponerte matrimonio y no se te ocurra una forma diplomática de rechazarle?

Los castaños ojos de Gia brillaron maliciosamente mientras sonreía a su jefa.

—No sé quién es peor, si tú, mi tía Juliette o Noah. No entiendo por qué estáis todos en contra de Akram.

—No estamos en contra de él, estamos en contra de que te cases con ese imbécil.

—¡No es un imbécil!

—¿Quién no es un imbécil? —preguntó Abril Fischer, que acababa de entrar en la tienda con un bebé en brazos y un niño pequeño de la mano.

—Akram Bergo. —respondió Gia elevando los ojos al cielo.

—Yo no le llamaría imbécil, pero, Lí, no puedes considerar en serio casarte con él, ¿verdad? —preguntó Abril en el momento en que el pequeño se soltó de su mano. —Ven aquí ahora mismo.

Gia tomó al hijo de dos años de Abril en los brazos.

—Mira a Enzo, ¿no es precioso? No podrías tener un niño tan guapo como éste si te casaras con Akram.

—Aren es un chico muy guapo. —recordó Lía a su amiga.

—Bueno, es porque se parece mucho a su madre... —dijo Gia. —Además, se rumorea que...

—No lo digas. —le advirtió Lía.

—Bueno, Abril, ¿qué te ha traído por aquí hoy? —preguntó Gia volviendo la atención a su cliente. —¿Estás haciendo compras de navidad?

—No. Es el aniversario de los padres de Thomas y su madre colecciona vidrios de colores. Lo quiero rojo.

—Hemos recibido unos muy bonitos, los tenemos ahí, al fondo.

En el momento en que Lía se dispuso a enseñárselos, la puerta de la tienda se abrió.

Lía tragó saliva al ver a Juan Pablo Villamil. Las tres mujeres se le quedaron mirando.

—¡Dios mío! —exclamó Gia en un susurro.

—¡Guau! —murmuró Abril.

Lía salió rápidamente del trance y miró a Villamil directamente a los ojos.

—Gia, ¿querrías enseñarle a Abril los vidrios? Yo atenderé a este caballero.

—¡Qué suerte! —dijo Gia dejando al pequeño Enzo en el suelo.

Lía avanzó hacia Villamil. Trató de sonreír, pero cuanto más se acercaba a Villamil con más fuerza le latía el corazón.

—Hola. —dijo Lía tendiéndole la mano.

Villamil le estrechó la mano. No estaba seguro de si ella se alegraba de verle o no. Su actitud parecía amistosa, pero sospechaba que se debía a la presencia de las otras dos mujeres. Posiblemente, había esperado no volver a verle. Quizá había sido una tontería ir, pero deseaba volver a verla y, a lo mejor, quedarse algún tiempo en Vancouver.

Vagabundo || Juan Pablo Villamil ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora