—Bueno, ¿qué tal van los preparativos para la fiesta de caridad? —preguntó Gia mientras cruzaba el precio original de un árbol de navidad y ponía el precio rebajado.
—No lo menciones... —respondió Lía alzando los brazos en señal de desesperación. —Altea Bergo se niega a hacer cambio alguno, quiere que siga igual que durante los últimos cien años. Esta fiesta de caridad es para conseguir dinero para la biblioteca, el pequeño teatro infantil y la sociedad de Nuevos Comienzos. A Altea no se le mete en la cabeza que no podemos gastar una fortuna en la fiesta y sacar dinero al mismo tiempo.
—En fin, ya conoces mi opinión sobre la señora Bergo. No está realmente interesada en ayudar a nadie.
—No me queda más remedio que estar de acuerdo contigo —dijo Lía.
—Apuesto a que todavía está haciéndote insinuaciones sobre Juan, ¿me equivoco?
—No, no te equivocas. Está enfadada desde que se enteró de que Villamil comió en casa el día de Navidad.
—¡Cómo se habrá puesto al enterarse de que ahora vive en el ático de la tienda!
—No lo sabe, no es asunto suyo.
—En eso tienes razón. —dijo Gia.
—Villamil necesitaba un sitio donde estar, ¿no? No podía quedarse más tiempo en el albergue y el ático estaba vacío, a excepción de unas cajas y alguna cosa que otra.
—Lía, no tienes que justificarte delante de mí. A mí me gusta mucho Villamil. Me encantaría que tuvieran una relación.
—No vamos a tener una relación. Villamil y yo somos amigos simplemente. Es mi empleado, eso es todo.
—Es un empleado que ya no necesitas. La Navidad ha pasado. Estamos a mediados de enero y nadie compra nada. Deberías haberle despedido hace ya una semana, pero no lo has hecho. Y tampoco te he oído decir que vayas a despedirle pronto.
—De acuerdo, admito que no quiero que se vaya de Marshallton y que la única forma que se me ocurre de retenerle es dejándole que siga trabajando aquí.
—¿Por qué no quieres que se marche? —preguntó Gia cogiendo un bote de limpia cristales y un paño.
—Villa no tiene sitio a donde ir... —respondió Lía acercándose al mostrador y cogiendo un plumero. —Si se marcha, volverá a quedarse en la calle. Es invierno y hace un frío de muerte. No puedo soportar la idea de que esté solo, hambriento y sin un techo donde pasar la noche.
Gia se puso a limpiar el mostrador de cristal.
—Si no te importara, no te preocuparías tanto por él.
—Claro que me importa. Me importa mucho más de lo que debería.
Lía comenzó a quitar el polvo con suma energía. Gia dejó el bote de limpia cristales y el paño encima del mostrador.
—¿Por qué vas a ir a la fiesta de caridad con Akram?
—Porque Akram y yo seguimos saliendo juntos.
—¿Por qué no le pides a Juan Pablo que te acompañe?
—Gi, por favor... Villa y yo nos comprendemos. Yo quiero casarme, tener un hijo y una vida estable. Juan Pablo es un vagabundo que no quiere casarse ni tener hijos.
—La gente cambia de ideas... —comentó Gia.
Lía se volvió y miró a Gia fijamente.
—Sí, la gente cambia de ideas, pero... ¿Cuánto tiempo crees que necesitaría Juan Pablo para cambiar de opinión? ¿Un año, dos... diez? A mí no me queda mucho tiempo.
ESTÁS LEYENDO
Vagabundo || Juan Pablo Villamil ||
RandomSólo quedaba una limusina en el cementerio Mountain View Cemetery. El largo funeral había acabado, pero Juan Pablo Villamil no podía marcharse. Aunque acababan de enterrar a su único hijo, no había derramado una sola lágrima. Controlaba su dolor com...