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🍒⁴: Au Histórico.

Sinopsis: Peter Parker y su tía May hacía mucho habían aterrizado en el nuevo mundo, cuando un visitante llega a cambiar la vida de todos por completo.

Advertencias: Sad One-shot, muerte de personajes, mención de leyendas guaraníes.

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1536, regiones sudamericanas.

Peter caminó por el valle, sintiendo los dedos helados por el aguanieve de la noche anterior. La aldea estaba próxima pero en realidad no quería llegar, se demoraba todo lo posible ora tomando flores para su tocado, ora añadiendo manzanas a su canasta.

No hacía mucho había llegado ahí junto a los otros colonizadores, el lugar no había sido tan violado como lo fueron otros porque él lo impidió, sin embargo cada barco que llegaba escupía más y más de esos hombres altos y arreglados, españoles al parecer, y ellos organizaban grandes casamientos con mujeres de su pueblo. No lo ponía cómodo para nada.

Había llegado dos años antes, pero el tiempo en esos lugares siempre era relativo. A veces una semana pasaba tan lentamente que Peter ya no hallaba qué hacer para mantenerse ocupado, otra veces los días se sucedían tan rápido que, antes de pestañear, ya era mitad de año.

Aún así amaba la tranquilidad del campo, la prefería a el constante bullicio de Inglaterra, su madre patria, y los constantes cambios que de vez en cuando le llegaban acerca de el rey y la reina lo sostenían aún más a su idea de que debía quedarse.

Se lavó los pies ayudándose de un cántaro de agua en la entrada de su casa, una vivienda construida de tablas de madera y paja, diferenciándose de las chozas por su magnitud, pues tenía dos habitaciones, una cocina y un comedor a parte de un cuarto de baño privado, único aburguesamiento que May rogó tener.

Su tía, la única familia que poseía, había provisto los tumbos que Inglaterra y su reinado estaban dando y, no tuvo que pensarlo mucho, un año después que Peter pisara las tierras calurosas del nuevo mundo, ella estaba también ahí para ayudarlo.

Ambos se habían adaptado bien, y May no paraba de buscar entre las mujeres de la aldea alguien único y especial para Peter, pues quería que su apellido llegara a repetirse muchas veces, pero no encontraba a nadie.

Peter entró en la casa y se dirigió a la cocina para dejar la canasta en la mesa del centro, pero al subir la mirada vió, sentado en una de las sillas, a un hombre de aproximadamente cuarenta años, vestido con una camisa blanca impoluta y una chaqueta negra encima. El saco estaba olvidado en una silla vacía y el hombre, a pesar de sus pantalones marrón oscuro elegantes, estaba descalzo como él.

Le miró el rostro, agradable y con una barba incipiente, y los rizos de su cabello colgaban inertes sobre su rostro levemente bronceado. Los ojos le brillaban en un marrón claro precioso, y Peter perdió la respiración por un momento. Había visto hombres atractivos una y otra vez, sus propios compañeros, con los que había llegado, eran lo mejor de lo mejor en cuestión de altura o musculatura, pero el hombre que estaba sentado despreocupadamente en la silla de su comedor lucía una belleza única.

Peter sabía que su atracción por los de su mismo sexo no era normal, pensaba que estaba hechizado o maldito, que su alma, al morir, se pudriría en un infierno de infinita tortura, donde ni todas sus súplicas ni todas sus lágrimas lo salvarían de arder eternamente, pero no podía cambiar lo que estaba escrito en su corazón. Había huido de Inglaterra por eso, no le gustaban las mujeres y nunca le gustarían, y si pecaba lo hacía movido por la fiereza de su forma de ser, su placer se transformaría en dolor algún día, pero mientras ese día no llegara iba a disfrutar fijándose en hombres.