VULNERABLE

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Caminaba por los pasillos del hospital con Archer en brazos dirección a la salida, con mi paraguas chorreando en la mano y un cabreo del quince encima de mí. Salí del hospital, no sin antes abrigar bien a mi hijo con un gorro y una bufanda que le tapara su carita, y abrí el paraguas. Tocaba caminar quince minutos hasta casa con un crío de casi nueve kilos en brazos, no sin antes pasar por una farmacia.

Llevaba dos semanas recordándole a Marshall que ese día teníamos cita en el pediatra para la revisión mensual de Archer. Me daba igual ir yo sola con el niño, pero mi coche estaba en el taller y necesitaba que Marshall me llevara en el suyo. ¿Podría conducirlo yo? Sí, pero él no me dejaba porque era nuevo y lo cuidaba como a su propio hijo y temía que le hiciera algún rasguño.

Menuda la sorpresa -ironía- que cuando llegó la hora, tuve que esperar veinte minutos a que viniera a buscarme a casa. ¡No apareció! Y tuve que irme yo sola con el niño en brazos hacia el hospital. Y lloviendo. Qué digo lloviendo, DILUVIANDO. Archer aún no caminaba, por lo que lo llevábamos en cochecito, pero el maldito cacharro estaba en el maletero del coche de mi novio.

Llegué a casa con Archer, por suerte secos a pesar de lo que llovía, y vi que el coche de Marshall no estaba.

Nos habíamos mudado nada más nacer Archer a una casa pequeña del mismo vecindario que Hannah porque no teníamos espacio en el departamento de Marshall. Nos quedaba cerca del JAM, de la universidad, de algunas escuelas y de mi trabajo. Y, además, tenía cuatro habitaciones y una piscina no muy grande en el patio trasero.

―Hola, cielo ―saludé a Lizzy cuando la vi haciendo los deberes de clase en la mesa del salón.

―Hola ―saludó contenta, levantándose―. ¿Y papá?

―No tengo ni la menor idea. ―Bufé.

―¿Otra vez se ha olvidado? ―murmuró con una mueca, mientras yo le quitaba las capas de ropa que le había puesto a Archer.

―Sí, otra vez.

―¿Y no sabes dónde está?

―Pues no tengo ni la menor idea, Lizzy.

―Sabes que no está haciendo nada malo, ¿no? Papá no te haría daño...

Yo la miré, dejando a Archer en el suelo para que se fuera gateando como una bala hacia su pequeña zona de juegos. Me acerqué a Lizzy y la atraje a mí para abrazarla y depositar un pequeño beso en la cabeza. Ella se aferró a mí. Como quería a esa niña...

―Ya lo sé, cielo ―murmuré acariciando su espalda―. Pero no puedo ir dejándole pasar cada día estas cosas. Me estoy cansando...

―Deja que hable con él, por favor.

―No es trabajo tuyo arreglar las cosas entre tu padre y yo, Lizzy ―dije separándome un poquito y acunando sus mejillas―. Es cosa nuestra, ¿sí?

Ella asintió con la cabeza y yo dejé un beso en su frente. Escuchamos un coche aparcar fuera y al instante Lizzy me miró. Ya sabíamos que era Marshall.

―¿Te llevas a Archer arriba a jugar un rato en lo que yo hablo con papá? ―le pregunté acariciándole la mejilla.

Asintió con la cabeza y fue a por su hermano. Lo agarró de las manitas y lo ayudó a subir las escaleras. La puerta de casa se abrió cuando Lizzy y Archer iban por media escalera. Fui hacia mi bolso y agarré la bolsita del medicamento para Archer.

―Hola, preciosa ―dijo como si nada, viniendo a besar mis labios.

No le dejé. Le estampé la bolsita de la farmacia en el pecho y él me miró confundido.

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