ERES ARTE

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Como cada día a la hora de cenar, me sentaba junto a Edith en el sofá y le daba la comida mientras esperábamos las noticias de la noche. A la niña le costaba bastante comer si no era con su madre presente, pero sabía que viendo las noticias comenzaría a comer con facilidad.

Un anuncio de detergente acabó y dio paso a las noticias. Una chica preciosa de pelo negro y ojos grandes y claros dio las buenas noches al país y Edith aplaudió contenta.

―¡Mami!

Y la cena fue sobre seda. La niña comía escuchando a su madre hablar sobre nuevas competencias políticas, un mini seísmo en Texas, un accidente en la autopista Lincoln... Nuestra hija no entendía nada, solo escuchaba y veía a su madre hablar mirando a una cámara.

―Dile adiós a mamá, que ahora vendrá a casa ―le dije a Edith cuando Abigail se despedía para dar paso a la película que hacían todas las noches.

―¡Adiós, mamá! ―dijo animada al televisor, segundos antes de que su imagen desapareciera.

―Venga, la última cucharada y así mamá llegará y verá que ya lo has terminado todo todo.

Edith abrió la boca y se tragó la última cucharada de crema de verduras en medio segundo. Cuando ya estuvo cenada completamente, fui a lavar los platos. Volví al salón y agarré a Edith en brazos.

―Venga, vamos a poner el pijama.

Se aferró a mi cuello y no me soltó hasta que llegamos a su habitación. Ambos sabíamos que su madre no tardaría en llegar ya que los estudios de la cadena en los que emitía las noticias estaban en la calle contigua a la nuestra.

―Ese no ―se quejó Edith cuando agarré el pijama de peces de su armario.

―¿Cuál quieres, cielo?

―Balones ―dijo señalando el amarillo con mil balones de distintos colores.

Le di el pijama y se lo puso ella sola. Agarré el peine de su pequeño tocador y peiné su pelo para desenredarlo antes de hacerle una trenza para dormir. Había tardado horas en aprender a hacer esa trenza del demonio. Abigail me tuvo haciéndole trenzas a ella misma hasta que aprendí por donde debía pasar cada mechón. Ya era un experto. Con lo fácil que sería cortarle el pelo por los hombros...

Mientras le amarraba el fin de la trenza, se escuchó la puerta de casa cerrarse. Por el espejo vi que Edith sonreía contenta. Esperó a que yo terminara de amarrársela para salir corriendo hacia el salón.

Sonreí negando con la cabeza y me levanté para ir a ver a mi mujer. Cuando llegué al salón, mi hija estaba en brazos de su madre, explicándole que su profesora le había dado un papel para que Abby y yo asistiéramos a una reunión de padres que se hacía trimestralmente. La niña era pequeña, pero bien enterada.

Abigail la bajó de sus brazos y se apoyó en el respaldo del sofá para quitarse los zapatos. Me acerqué y ella me miró con una pequeña sonrisa. Levantó sus brazos y me abrazó por el cuello. Yo la levanté un poco y la abracé antes de besarle suavemente los labios.

―Hola, cariño ―susurró con voz cansada.

―Hola. ―Acaricié su mejilla―. ¿Qué tal el día?

―Bien, como siempre.

―¿Te caliento la cena en lo que tú acuestas a Meredith?

―Por favor.

Besé su frente y me fui hacia la cocina mientras ella se iba con Edith a su dormitorio.

Abigail y yo llevábamos... No sabría decir el tiempo que llevábamos juntos, la verdad. Si tras graduarnos estuvimos un año juntos, luego vino Edith por sorpresa y ésta ya había cumplido los cinco años... Pues llevábamos casi siete años juntos. Y seguía igual de enamorado de Abigail que el primer día.

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