Rage.

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Emma intentó inhalar todo el aire que cabía en sus pulmones en medio de un gesto desesperado por calmar el ritmo de su corazón. Sus manos, agrietadas, sangrantes y tiritonas mantuvieron el peso muerto del hacha en su mano. Esta era su quinta hora cortando leña como una estúpida esclava.

Se abstuvo de tirar el hacha lejos, consciente de que muchas personas la observaban. Su rostro rojo por el esfuerzo y por la rabia que la mantenía siguiendo, golpe tras golpe, madera tras madera. La rabia que la seguía manteniendo en pie, la que la hacía despertar y moverse mañana tras mañana después de semanas.

Ellos estaban jugando con ella. Ella lo sabía perfectamente. Lo veía en la mirada de Aaren cada mañana cuando le ordenaba cosas estúpidas por hacer. Siempre sonriéndole con sorna, como su amo. Ella se imaginó mil maneras de borrar esa sonrisa lobuna. Lo veía en los ojos desinteresados de Rangar cuando la evitaba, mientras ella le suplicaba que le diera cosas más interesantes para hacer. Cosas como luchar.

Emma observaba con envidia atorada en sus facciones, mientras a unos metros de ella practicaban tiro, peleaban, afilaban espadas. Era casi como una burla. Se obligó a suavizar su rostro. Ella ciertamente no les daría la satisfacción de verla queriendo algo de ellos. Ellos la ignoraban también, a su manera, claramente. Nadie la hablaba, aparte de su amigo Loki, quien tenía aquella sonrisa traviesa y desquiciada para ofrecerle todos los días, siempre esperanzado de arrancarle una también a ella. Los susurros y los escupos a sus pies volaban cuando ella pisaba la misma habitación de ellos. Las mujeres siseaban como serpientes venenosas, la maldecían en su lengua. Y los hombres... ellos la deseaban, pero también temían. Temían de la protección que sus amigos peludos le brindaban. Sus ojos siempre enfocados en ellos, pensando antes de hacer cualquier cosa contra ella. Un gruñido de aquellos colmillos largos era lo que generalmente bastaba. Y eso... eso era suficiente para ella. Pero no por mucho tiempo.

Ellos no lo sabían, pero ella tenía cierto... temperamento, cierta esencia, cierto tipo de pensar y actuar. Así lo habían llamado sus padres, así se había burlado su hermano. Un temperamento de fuego como su cabello, afilado como sus ojos verdes. Solo le bastaba una chispa, una sola, para encenderse. Para desatar el don que le había sido dado. No, Se corrigió. El don que ella había forzado para obtener. Ella simplemente se había rendidito a él.

Emma era otra cosa... casi como si no perteneciera al lugar donde era, a sus costumbres, a la esencia que toda la vida había esperado de ella. Ella no era delicada, no esperaba el amor, no podía mantenerse... tranquila. Generalmente sus palabras saliendo sin pensar y sus puños para defenderse ante las estupideces que soltaba sin calcular las consecuencias. Ciertamente ella nunca había encajado. Nunca lo haría.

Asesina, le habían acusado por las calles donde ella había vivido. La madera crujió y se partió en medio de otro golpe limpio. Una gota de sudor se deslizo por su frente. Asesina, asesina, asesina. Las palabras martillaron su cabeza.

Bruja, le acusaban ahora. El hacha partió otra madera. Una tras otra. Sus brazos vibrando, su cuerpo ardiendo, quejándose con cada movimiento. Ella vio rojo, apretando sus dientes en una mueca. Sintiendo como el aire la abandonaba, en respiraciones irregulares. Rabia, rabia pura y palpitante la recorrió. Ella no sería esto, ella no sería una maldita esclava. Nadie la doblegaría.

Una mano apresó su hombro. Levemente apretándola, sacándola de su ensimismamiento antes de haber hecho algo realmente estúpido.

Sus ojos se encontraron con aquella mirada glacial, enfriando su furia. Hielo contra fuego. Apagándola, calmándola con aquella mortal calma y calculada tranquilidad. Mortal.

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⏰ Última actualización: Jul 28, 2020 ⏰

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