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La delgada y afilada hoja de Bichen, se hundió en la carne de hasta el último de los mayores, atravesando por completo su mitad superior y apagando así su mirada en segundos al destruir su corazón, la espada enseguida fue retraída, haciendo un sonido húmedo al salir del cuerpo, el cual al instante, cayó al suelo con un golpe seco.

Lan WangJi había sido siempre un discípulo ejemplar, un hombre honorable y respetable, solía lucir como una especie de Dios inmortal, envuelto en prístinas túnicas blancas y un aura imponente, siempre firme y frío, casi etéreo, inmaculado y demasiado perfecto; sin embargo, ahora, en el interior de aquella fría cueva, no quedaba absolutamente nada de esa perfección.

En cambio, Lan WangJi se encontraba ahora de pie, las túnicas bordadas con el emblema de las nubes que envolvían su cuerpo habían perdido su pureza al ser bañadas en un vivo color carmesí, la sangre extendiéndose hasta los bordes, salpicando el rostro liso como el jade, cubriendo las manos que antes se habían dedicado a enorgullecer a cada uno de los mayores a los que, ahora mismo, acababa de arrebatarles la vida, sostenía a Bichen en una mano con demasiada fuerza, tanta que sus nudillos se tornaban blancos, alzándola al frente, a la figura alta y paralizada por el terror, la incredulidad, y por sobre todo, el sentimiento desgarrador de una profunda decepción.

Lan Qiren observó con un dolor inexplicable, a su sobrino amenazarle con tanta determinación y le costó creer que el hombre que tenía en frente, era el mismo niño al que alguna vez había cargado, el mismo niño que alguna vez tomó una espada de madera y le pidió ser entrenado, el mismo niño que lloró por su difunta madre entre sus brazos, el mismo niño que tocaba el guqin y perseveraba por lograr un avance, el mismo discípulo ejemplar del que tan orgulloso había estado, el mismo niño prometedor y brillante, aquel que seguía las reglas al pie de la letra y castigaba a aquellos que las incumplían... le costo creer, que este hombre sin piedad ni bondad, se tratara de su sobrino, de aquel que era fiel a sus principios y a la sangre Lan. 

Cegado por el coraje, manejado por el amargo sabor de la traición , el viejo no fue capaz de ver más allá de su perspectiva construida por miles de reglas absurdas, no pudo percatarse del dolor que inundaba los orbes dorados del segundo Jade, que inyectados en sangre pedían a gritos el perdón, la redención, le suplicaban marcharse, le suplicaban que no le obligase a lastimarlo a él; no pudo ver la desesperación que desfiguraba el rostro normalmente estoico, no pudo ver que lo que tenía enfrente no era un monstruo, no era un infame traidor, no era un deshonor a su nombre, no pudo ver que, lo que tenía enfrente, era al prestigioso Lan WangJi cayéndose a pedazos.

Cayéndose a pedazos por nada más y nada menos que amor, un amor que le quemaba desde las entrañas, que le estaba llevando a cuestionar todo aquello en lo que alguna vez creyó, a traicionar su moral y las sagradas reglas que habían construido al hombre que ahora era; manchando sus manos en sangre no del todo inocente pero tampoco del todo culpable, llevado por la locura de proteger al hombre a sus espaldas, un hombre que había sido condenado por todos los clanes tan solo por querer cumplir el camino de la justicia, por codicia y envidia respecto a su poder, un hombre que por mantener una promesa de bondad y valor, había sacrificado todo aquello que màs amaba, su libertad, su felicidad, su hogar y hasta su vida como cultivador. 

Lan WangJi había decidido que no era justo, que Wei WuXian no era el malvado cultivador demoníaco que todos aseguraban que era, él mismo lo había visto, había visto a los remanentes Wen ser una pequeña gran familia, personas mayores e inocentes que se dedicaban a cultivar rabanos y papas, a reir y vivir días dificiles pero felices, a aquel niño pequeño que se aferró a sus piernas y le llamó "Hermano rico" tantas veces, él había visto amor, amor, bondad, inocencia, él a diferencia de todos había visto que sus intenciones jamás fueron malévolas, que su corazón era puro y noble, que no podía continuar viendo como su luminosa sonrisa se volvía cada vez más fingida y falsa, que no podía continuar viendo como se moría lentamente, como era cada vez más delgado y pasaba a ser una sombra andante y no el hombre vivo y revoltoso que alguna vez le persiguió, gritando su nombre por todos los recesos de las nubes.

Hēi'ànDonde viven las historias. Descúbrelo ahora