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Wei WuXian se encontraba aun entre los brazos de Lan WangJi, estaba quieto, quieto y frío, las lágrimas se le habían acabado ya hacía mucho pero su corazón continuaba doliendo, latiendo tan lento que al otro hombre ya estaba asustándole, estaba tan pálido como el jade, pero sin lucir hermoso, todo lo contrario, lucía enfermo y demacrado, sus heridas habían sido atendidas lo mejor posible con los pocos recursos y las lamentables condiciones que ahí tenían, su rostro había sido limpiado de todo rastro sanguinolento o sucio, su cabello peinado y cuidadosamente recogido en su antigua coleta alta, había sido vestido con un par de túnicas nuevas que no lucían mucho pero cumplían su función, todo aquello con la ayuda de la abuela, la amable mujer había estado callada y afligida por los hechos recientemente sucedidos pero le había ayudado sin dudar al segundo jade con comenzar a estabilizar a Wei WuXian, aun si el joven no mostraba signos de estar vivo siquiera, aun si no le miraba ni respondía a sus caricias reconfortantes, aun si a todo lo que le decía le respondía con un "Piérdete".

Sin importar el dolor que esa palabra le causase, Lan WangJi no lo hizo, no se perdió, no se fue, no se alejó y el único momento en el que se lo permitió, fue para asearse y eliminar de su cuerpo la sangre seca y ajena que ya parecía quemarle la conciencia y el valor; ahora mismo, estaba ahí en lo que funcionaba como una cama, el blanco usual había desaparecido, siendo sustituido por un azul profundo, oscuro y fácil de confundir con el negro, era lo único que la abuela había sido capaz de encontrar para él, y estaba bien, estaba bien porque después de todo, él no era más el segundo Jade de Gusu Lan, no era más el prestigiado Hanguang-Jun, no merecía ya llevar el blanco o el celeste, no merecía llevar una cinta en su frente, no merecía el bordado de nubes que solía portar con cariño y orgullo, él continuaba siendo Lan WangJi, pero... no más Hanguang-Jun, simplemente, Lan WangJi, Lan Zhan.

El cabello lacio y negro caía con libertad por su espalda y hombros, su rostro se hallaba tan inexpresivo como siempre había sido, tan solo algo distinto por el vivo tono rojo que coloreaba los bordes de sus ojos, producto de horas y horas de llanto, Lan WangJi había llorado en una noche lo que no había llorado en toda una vida, como si hubiese vaciado por completo su corazón, drenado un sin fin de emociones reprimidas a lo largo de los años, coraje, miedo, dolor, angustia, ansiedad, culpa, tristeza y por sobre todo amor... había llorado tanto que el dorado de su mirar parecía muerto, y muy a pesar de ello, no dejaba de ser hermoso, hermosamente trágico, hermosamente doloroso; como el hombre entre sus brazos, que a pesar del paso de los días, no ha podido reaccionar, no ha podido olvidar, no ha podido dejar de lamentar el curso de los hechos, no ha podido dejar de llamar el nombre de su Shijie en murmullos apenas audibles, ignorando todo a su alrededor, cualquier movimiento, palabra, suplica y beso.

A pesar de esto, Lan WangJi se rehusaba a soltarle, esperando pacientemente por cualquier cosa además de la débil respiración que le dijese que el amor de su vida estaba vivo realmente, la abuela había traído dos platos con sopa hecha de rábanos para los dos, los había dejado en la pequeña mesa que estaba en el centro del lugar, le había sonreído y luego se había marchado para continuar cuidando del pequeño A-Yuan, mientras el resto de los remanentes Wen continuaban con el cultivo de rábanos y papas, con la limpieza de sangre y cuerpos, y al mismo tiempo, lidiaban con el dolor de la perdida, la perdida de dos miembros importantes, dos personas que no merecían el final que tuvieron, que se sacrificaron para devolverle el favor a Wei WuXian, siendo llevados a tomar tal decisión por una vil mentira,  Wen Qing y Wen QiongLin ya no estaban más en el plano físico, sus cenizas habían sido esparcidas y sus nombres injustamente maldecidos, era aquello lo que había llevado a Wei WuXian a la ciudad sin noche, al cursar de los hechos, a la muerte de un sin número de personas y al ahora, a este presente en el que se encontraban atrapados y tristes.

Sin embargo, no se esperó para nada la presencia que en unos segundos tendría enfrente, la abuela había vuelto a entrar a la cueva, cabizbaja pero sonriente como siempre, nuevamente se inclinó ante él para mostrarle su respeto, pues ella era consciente de un sin fin de cosas, de la historia detrás del sonriente joven que les había salvado la vida a todos, de que entre él y el apuesto joven maestro que le sostiene hay mucho más que una amistad o hermandad simple, nadie ha tenido que decirle nada para darse cuenta, ha visto como este apuesto joven maestro acababa también de sacrificarlo todo hace tiempo, ella está agradecida, está conmovida y al mismo tiempo, siente culpa de que en su nombre y el del resto de los remanentes Wen, se hayan perdido tantas vidas, se haya perdido felicidad, dignidad y familia.

Hēi'ànDonde viven las historias. Descúbrelo ahora