☆ Día 9 ☆

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No me gusta nada cómo me ha quedado, sorry ;-;

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No me gusta nada cómo me ha quedado, sorry ;-;



Cuando la reina murió en el parto de su único hijo, todo el mundo pensó que su esposo se sumiría en la más cruel de las tristezas. El monarca se encerró en sí mismo y el palacio sucumbió a la oscuridad que abrazó el corazón de todo el reino.

Años después, cuando el príncipe Oikawa cumplía los siete años de edad, llegó otra mujer a palacio. Era de la nobleza (ya le había visto en algunas reuniones), vestía de amarillo y, una tarde de invierno, llegó con maletas y un pequeño chico de cabello bicolor escondiéndose a sus espaldas. Dicha mujer alegaba ser su nueva madre.

La boda fue en primavera y, junto a ella, la luz llegó de nuevo a cada rincón del castillo. Pero no sé llenó solo de claridad, sino de sonrisas. Todo el mundo adoraba a la nueva reina. Llenó los silencios con risas flojas, abrió las ventanas de par en par, se paseaba por el pueblo ayudando a los aldeanos y amaba al rey como nunca había amado a nadie.

Y mientras el matrimonio se ganaba el cariño de todos, Oikawa Tooru crecía para convertirse en un digno sucesor. Y, a su sombra, Bokuto Koutarou, tres años menor que él, agarraba fuerte la mano de su madre sin entender porqué tenía que llamar padre a ese hombre, ni hermano a la persona que le hacía la vida imposible.

Oikawa practicaba esgrima y era un prodigio. Sus notas eran brillantes y todos en palacio no despegaban los ojos de él ni un segundo. Le mimaban como se mima a un príncipe y cuidaban de él como si fuera la cosa más preciada de todo el reino.

Bokuto, en cambio, solo era su hermanastro. Era un poco mediocre en casi todo y pasaba tan desapercibido que, aún tras varios años viviendo allí, le confundían con alguna persona del servicio. Aprendió a crecer a la sombra de Tooru y tuvo que reemplazar ser el único a ojos de su madre porque ésta ahora compartía el amor que antes era solo para él, con Oikawa y el propio Rey.

Creció sin ser el primero en nada.

Creció para ser la segunda opción de todos permanentemente.

"No pareces noble"

"Algún día nos presentarás a tu hermano, ¿verdad?"

"Tienes que aprender de Oikawa, Bokuto"

"Ojalá te parecieras más a tu hermano"

"No le exijais mucho, es el bastardo del palacio. No tiene solución"

Pero cuando conoció Akaashi todo fue diferente.

Bokuto le había observado cada vez que iba a palacio para estudiar o practicar esgrima con Oikawa (ambos eran mejores amigos desde siempre). Y a él siempre le fascinó cómo hablaba de literatura, música, pintura o la vida misma. A veces, sin que nadie se diera cuenta, pegaba la oreja en la puerta del cuarto de su hermanastro para ver qué hablaban y siempre se quedaba maravillado escuchándole.

Ambos deberían de tener quince años cuando hablaron por primera vez, pero Bokuto llevaba desde que llegó a palacio observándole muy atentamente.

Akaashi no era de aquellos nobles que vivía con las mejores comodidades derrochando dinero, sino que era una de las personas más inteligentes del reino y todos lo sabían. Invertía el dinero de su difunto padre en aprender, y a Bokuto le encantaba escucharle porque siempre hablaba de una forma que estrujaba su corazón hasta hacerlo sentir estallar.

Por eso, aquella tarde de otoño en la que entró a la biblioteca mientras Bokuto tocaba, casi pensó que moriría allí mismo.

—No sabía que tocara el piano —le había dicho con una ligera expresión de sorpresa, como si fuera una conversación casual cuando, en realidad, nunca antes se habían cruzado la palabra.

—No... no creo que se pueda llamar tocar a lo que estaba haciendo.

—¿Por qué lo dice? Parecía que lo disfrutaba y el arte que nace del corazón es siempre la más pura manifestación de uno mismo.

—No lo hago bien.

Y Akaashi solo negó con la cabeza como diciendo «tonterías» y se sentó a su lado haciéndole una seña para que continuara.

—Curiosa esa manía que tienen los artistas de menospreciar su propio talento —fue lo que murmuró entre nota y nota.

°

Bokuto aprendió a tocar el piano tan pequeño que ya ni recuerda cuando fue. Los deportes nunca han sido su fuerte, pero la música siempre fue su mejor amiga.

Cuando Tooru no le dejaba jugar con él, huía a la biblioteca a tocar el piano.
Y lo hacía también cuando su madre no le prestaba atención por culpa de sus deberes de reina, cuando se sentía tan triste que pensaba que se rompía,  cuando rompía algo y los mayordomo le miraban de esa forma con la que siempre miran al bastardo.

Pero, sobre todo, cuando la sombra de Oikawa que se cernía sobre él era tan oscura que estaba a punto de perderse para siempre.

Tenía tantas inseguridades como complejos de inferioridad. Se sentía a veces tan pequeño que pensaba que sería aplastado en cualquier momento.
Había noches en las que el palacio de le hacía tan grande que se ahogaba en su propia inmensidad ; en el saber que solo era uno más y nunca sería alguien.

Pero desde que Akaashi le escuchara tocar y comenzara a visitar la biblioteca de seguido para volver a hacerlo, a Bokuto le importa menos.

El pelinegro suele escoger un libro, sentarse en uno de los sillones y dejarle tocar mientras lee en silencio.

A veces hablan, otras solo es Akaashi el que cuenta fascinado alguna cosa. Y Bokuto siempre le escucha con una sonrisa, porque nunca antes había podido contemplarle como lo hace ahora.

Y hay días en los que piensa que le da igual ser invisible para el resto si, al llegar la tarde, el pelinegro aparece por la gran puerta de madera dispuesto a escucharle a través de las teclas del piano. 







Sí: el castillo es grande,
sus inseguridades inmensas
y el miedo a nunca ser suficiente, descomunal...
pero la seguridad que le brinda Keiji siempre consigue superar todo lo demás con creces.

BokuAka Week 2020 *.✧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora