Capitulo 3.

704 25 11
                                    

Minutos más tarde me encontraron tirada en el suelo desmayada. Cuando desperté estaba en una habitación de un hospital sin nadie a mí alrededor. Poco después apareció un doctor asegurando que padecía de desnutrición y debería quedarme allí hasta que me recuperara. Los meses allí dentro se hicieron demasiado lentos. Si creía que el centro de acogida era una cárcel aquello era mucho peor. Al menos en el hospital había gente que se hacía cargo de mí aunque solo fuera por que era su trabajo. Pasado un mes, más o menos, recibí una visita muy inesperada. María, la chica que dormía justo en la cama de al lado vino a verme. Tenía mi edad, tan solo me sacaba 2 meses. Era bastante más alta que yo y su pelo era tan negro como el carbón. Me sorprendió mucho que viniera. Nunca habíamos tenido más contacto de un hola. María me comentó que toda la gente del centro había sido trasladada a otro muy diferente y que las habitaciones en este nuevo sitio estaban mucho mejor. También me confesó haberse acostado con aquel trabajador que nos sacó de la habitación por lo que fue a  él a quien le pidió el favor de salir para ir a verme. Las visitas fueron cada vez más habituales y eso facilitó mi recuperación. Después de un año y medio rodeada de médicos conseguí salir de aquel hospital.

 El último día de hospital no lo olvidaré jamás. Nada más despertarme vi a María tumbada en un sofá de la habitación. Cautelosamente la desperté mientras ella nada más despertarse me dio un gran abrazo lleno de felicidad. Mientras desayunábamos entró el médico para hacerme una supuesta última revisión. Me llevó a una sala del hospital en la cual nunca había estado. En cuanto abrí la puerta todos tiraron al unísono los globos que llevaban y corrieron a abrazarme. Javi, un niño pequeño con cáncer que conocí en una de mis numerosas visitas al despacho del médico, estaba a lo lejos. Me acerqué a el cuándo todos dejaron de asfixiarme para ir a por una tarta que habían cocinado.

Hola, pequeño. ¿Qué haces ahí? – Le pregunte con ternura.

Nada, pensar. – Contestó con tristeza.                

Vamos, dime que te pasa.

Que ya no te volveré a ver Uve, que ya no vendrás a contarme cuentos cada noche, que ya no volveré a oír tu voz. Te voy a echar de menos. – Dijo Javi con una voz casi inaudible.- ¿Algún día vendrás a visitarme?

Le abrace fuertemente y lágrimas empezaron a brotar de mis ojos. Nunca había imaginado que Javi, aquel niño que conocí por casualidad, me tuviera tanto aprecio.  Cuando el nudo de mi garganta se deshizo pude prometerle que un día, no muy lejano, volvería. Pero todos sabemos cómo son las promesas, que hasta el viento se las lleva y desaparecen. Como muchas otras, aquella promesa nunca se cumplió.

Minutos después nos incorporamos al resto. Le ofrecí un trozo de tarta mientras examinaba a toda aquella gente que estaba celebrando mi recuperación. Estaban todos aquellos médicos que me habían tratado todo ese año, algunas enfermeras e incluso algunas chicas con las que había coincidido en este duro mundo. Rápidamente noté que faltaba alguien.

¡MIERDA! ¡MARIA! – Grité.

Todos se me quedaron mirando asombrados ya que no sabían a que cuento había venido mi grito. Tras esto salí corriendo en busca de María. Ella se había quedado esperándome en la habitación después de haberme ido con el médico. Había pasado más de una hora, seguro que estaría de los nervios. Recorrí toda la primera planta en apenas unos segundos. Llegue a los ascensores los cuales estaban justo al lado de las escaleras. Mientas llamaba a uno de ellos miré hacia las escaleras y vi a un chico bajándolas que me resultó familiar. Tonterías mías, supuse. El ascensor enseguida vino y me sacó de mis pensamientos. Cuando llegué a la habitación María no encontraba allí. Me acerqué a mi cama donde me encontré una nota que me había dejado:

Uve, espero que tu última revisión se te haya dado de lujo. Si me buscas, me encontraras en la cafetería. Un beso.

                                                                                                           María.

Me guardé la nota en el bolsillo y me dispuse a ir nuevamente hacia los ascensores. Cuando llegué, llamé al botón pero esta vez tardó mucho más que la anterior. En cuanto se abrieron las puertas vi al chico que me había resultado familiar observándome. Lo miré a los ojos y miles de recuerdos vinieron a mi mente. Nunca pude olvidar aquella mirada.

Una adolescencia perdida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora