Capítulo 1 -Ámbar-

223 10 0
                                    

15 de junio 2018

Son las 19:45 y estoy sola en el bosque. Escucho que algo se aproxima, asi que corro en dirección opuesta. Tropiezo con algún objeto que no logro reconocer, me levanto y sigo corriendo, aumentando más y más el ritmo de mi respiración, provocando asi, un fuerte dolor en el pecho. Casi no consigo respirar. Me detengo para tratar de tranquilizarme, aunque es inútil.

Noto que la luz de la luna deja de alumbrar. Un fuerte viento hace que mi piel se erice y que, con un "chucho" de frío, intuya que una fuerte lluvia se aproxima. Siempre tuve buena intuición para el clima, y me gustaba decir que podía controlarlo y predecir si iba a llover o no, aunque no fuese así.

Comencé a divagar sobre si iba a nevar o no, sobre cuántos días llovería ésta vez. Dos? O tal vez cuatro?
La última vez llovió una semana entera... en fin, un fuerte aliento a... ¿pescado? me trajo de nuevo a la realidad.

Sam respiraba agitadamente, podía olerlo a kilómetros. ¡Dios! ¡Era imposible que alguien no notara su presencia! Me resultaba algo extraño su peculiar aliento, ya que le lavaba los dientes una vez a la semana, lo cual es mucho para un perro, ¿no? Yo pienso que sí.

Sam era un labrador color chocolate, de ojos verdes, fornido y enérgico. Desde cachorro le gusta jugar y retozar sobre el pasto. También le gusta mucho recostarse sobre un almohadón muy felpudo y suave que tengo siempre en mi cama, mejor dicho, tenía, porque ahora es suyo. En realidad... lo babeó todo y lo llenó de pelos así que no me apetece dormir sobre él.

A Sammy lo salvamos de su dueño anterior, que lo único que hacía era tenerlo atado todo el día en su jardín frontal. Muchas veces le pegaba, y eso era algo que yo no podía soportar. Según nos contó una vecina, su idea era convertirlo en un perro guardián, pero a Sam no le gustaban esas cosas, así que mi padre hizo un trato con ese hombre: si dejaba a ese perro en libertad, no lo denunciaría por maltrato animal.

Como el hombre no quería tener problemas aceptó y Sam vive con nosotros desde ese día.

Un fuerte viento logra dificultar mi llegada a casa, con cada paso que daba retrocedía otros tres. Parecía que se acercaba una fuerte tormenta. ¿Dónde está toda la

gente? -Pensé. ¿A caso todos duermen?, No podía creer el silencio que habitaba en el bosque, es decir, casi siempre era muy silencioso, pero nunca tanto.

"Nunca haces caso", "siempre te sales con la tuya" "si te pierdes no saldré a buscarte", diría mi padre. Todas esas cosas no podrían importarme menos. Si tan solo existiese la oportunidad de irme a vivir con mi madre lo haría, ya que la extraño a montones.

No sé por qué había estado viviendo con mi padre todos éstos años, supongo que, para mejorar nuestra relación, porque no encuentro ningún otro motivo. Siempre discutíamos así que ya lo consideraba algo típico nuestro y bastante aburrido. Teníamos una ardua convivencia, muchas veces yo no entendía su humor y él, ni se interesaba en entender el mío. Yo sólo necesitaba mi espacio, escuchar música a todo volumen o leer en silencio, pintar mandalas, escribir... todo eso dependiendo del día, muchas veces salía con Sam a recorrer el bosque, en busca de "tesoros perdidos", así me gustaba llamarle a las cosas que la gente perdía, podían ser aritos, colitas de pelo, o, tal vez, una carta. Lo que sea. Todo tenía un valor diferente para las personas que lo habían perdido. Ponía todo lo que encontraba en una caja de "objetos perdidos" para luego ponerlos en alguna tiendita de la feria que hacíamos todos los años.

En cambio, a mi padre le molestaba la música fuerte porque le hacía acordar a mi mamá. A mi mamá le gustaba la música fuerte. Él alcanzaba su punto máximo de satisfacción cuando podía sentarse a mirar la nada tomando uno de los tantos vinos que tenía en su bodega. En silencio. Sin hija ni perro que estuviese alrededor molestando y pidiendo que le cocine algo para comer. A pesar de que ambos buscábamos estar en soledad la mayor parte del tiempo, también nos gustaba compartir lo que habíamos hecho durante el día.

Mi padre hacía muchas preguntas. Siempre tenía una lista imaginaria con un montón de preguntas para hacerme.

Cuando no nos veíamos en todo el día porque él trabajaba, me llamaba por teléfono cada 20 minutos. <Ahora entiendo a todos los que dicen que la convivencia es difícil> pensé. "¡Qué tipo intenso! Es muy molesto levantarse a atender el teléfono todo el tiempo, pero sabía que si no contestaba era capaz de venir a casa a chequear que todo estuviese en órden.

Con cada llamado era capaz de repetir las mismas cosas unas 5 veces.

- "Le diste de comer a Sam? No te olvides de darle de comer a Sam, asegúrate de que Sam coma." "No dejes las luces prendidas si no las usas" bla bla bla.

En cualquier caso, nunca creí que fuésemos a llevarnos tan mal. El problema era que jamás respetaba mis espacios, pasaba el 80% de su día controlándome. No sé por qué pensaba que no podía valerme por mí misma.

Dejé mis pensamientos a un lado y traté de enfocarme en mi objetivo: llegar a la cabaña de mi padre. Cuando lo logré, no paró de hacerme preguntas y, aunque yo no era sospechosa de nada, comenzó con su entrevista diaria:

-Dónde estabas?-Preguntó.

-En el bosque, con Sam. –Respondí.

-Qué hacías en el bosque a ésta hora? –Preguntó.

-Estábamos investigando la zona, siempre hacemos eso...-Contesté mientras trataba de mantener la compostura.

-Cuántas veces tengo que decirte que el bosque a ésta hora no es un lugar para alguien como vos?

- ¡Para alguien como yo! – respondí con sarcasmo.

-Si, sabes muy bien como son las cosas. Con tu incapacidad, dudo que puedas saber cuándo corres peligro. Podrías perderte.

-Con mi incapacidad pude intuir que algo me seguía y me alejé. –le contesté.

-Cómo? ¿Quién te seguía?- preguntó preocupado.

-Eso no lo sé. –Le contesté sin ánimos de preocuparlo aún más, pero en el fondo sabía que era muy probable que en realidad me siguiera alguna persona que sintiera que debía vengarse de él por algo, como por ejemplo por algún familiar que estuviese preso injustamente, porque ¡ah! Casi me olvidaba... mi papá es policía. Pequeño detalle.

-Seguro fue producto de tu imaginación... dijo en voz baja, ya cansado de escuchar tantas pavadas juntas.

-Si. Es probable... como todo según vos. Siempre estoy imaginando según vos. No tengo tanta imaginación como para estar inventando todas las cosas que me pasan en el día a día. – le respondí.

Mi padre no me estaba prestando mucha atención, se enfocaba única y exclusivamente en poner los platos en la mesa.

-Ámbar, es hora de comer. Ayúdame a poner los vasos y las servilletas.

-Okey. La próxima vez no me preguntes donde estaba y qué estaba haciendo si no me vas a creer.

Me quedé hablando sóla porque mi padre dejó de responder, le encantaba dejarme con la intriga del no saber qué pensaba. Muchas veces estallaba de ira y él sólamente guardaba silencio, asi que ya estaba acostumbrada a éste tipo de situaciones. Aunque... ¿sabes lo irritante que es el no tener una respuesta? Demasiado. O por lo menos a mi me molestaba mucho y decidía pensar que había ganado la discusión. Asi que, cada vez que se quedaba en silencio, yo gritaba por dentro ¡victoria!

El grito de mi padre me trajo de nuevo a la realidad.
-Ámbar, la comida está lista. -Dijo.
-Voy. -Contesté.

Nos sentamos a comer. La comida estaba riquísima. Mi padre sabía cocinar muy bien, tenía talento para eso.

El arte de la desobedienciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora