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La casa de Alfonso era enorme. La familia de Anahí era rica, tenía una gran casa y muchos lujos, pero, al lado de la de Alfonso, era una cabaña. Alfonso tenía que ser verdaderamente rico para poder vivir ahí, él solo.

— ¿Impresionada? —sonrió cuando entraron en el gran salón.
— Pensaba que la casa de mi familia era grande pero... increíble —Alfonso sonrió y la miró contemplar los techos y paredes.
— Me gusta el diseño, en todos los ámbitos. Moda, decoración, pintura...
— Ya veo —se acercó a un cuadro— es...
— Un Monet —asintió él— ¿entiendes de arte?
— Algo —se encogió de hombros— era un hobby, siempre me ha gustado pintar y mis padres decidieron apuntarme a una escuela de arte, así que aprendí todo lo que pude durante casi siete años.
— Impresionante —Alfonso se acercó más a ella, con una copa en su mano— para ti.

Anahi ni siquiera preguntó qué era, dio un gran trago a su copa y se giró nerviosa sobre sus talones, queriendo escapar de pronto ¿qué hacía allí? ¿Acaso el no notaba que se ponía nerviosa con su sola presencia? Alfonso la miró por encima del cristal de su copa, dando un pequeño trago. Anahí se había alejado, haciendo contonear sus curvas delante de él, que no podía apartar la mirada. No sabía que le pasaba todavía, pero no podía apartar la vista de su cuerpo, y no podía mantenerla lejos de él, así que, decidido, volvió a acercarse a ella, sobresaltándola.

— Alfonso...

Susurró ella cuando lo encontró frente a su cuerpo, pero Alfonso no la dejó continuar. Posó sus labios sobre los de ella, paralizándola al principio. Alfonso la envolvió en sus brazos, pegándola más a él. Anahí se sorprendió cuando él pasó su lengua por sus labios, y, sin pensarlo, entreabrió su boca para darle total acceso. ¡Esto era una locura!, pensó Anahí, ¡se acababan de conocer!. Alfonso sonrió, victorioso, y metió su lengua en su boca, explorándola por cada rincón. No supo cuánto tiempo estuvieron así, pero Anahí soltó un pequeño gemido cuando las manos de Alfonso fueron a parar a su trasero, para apretarlo y después pegarla por completo a él, haciéndola sentir su excitación.

— La habitación está arriba —susurró entre sus labios, haciendo que el corazón de Anahí se desbocase— Anahí...
— Mmmm —era incapaz de formular una palabra, quería dejarse llevar, por una vez, no ser la hermana perfecta, la hija ejemplar...

Alfonso no esperó otra respuesta. La impulsó, haciendo que enrollase sus piernas alrededor de su cintura, y se dirigió, escaleras arriba, hasta su habitación. No podía dejar de besarla, no sabía que le pasaba. Cuando entró en su habitación y cerró la puerta, la volvió a dejar en el suelo y bajó su boca hasta su cuello, provocando que ella arqueara la espalda contra él. Sonrió, triunfante, por la respuesta que estaba recibiendo. Nunca ninguna mujer había respondido con tanta efusividad ante sus caricias.

Anahí no podía controlarse. Cada caricia de Alfonso era una pequeña pero deliciosa tortura. Sus besos hacían que toda su piel ardiese y sus manos le provocaban pequeños escalofríos. No se dio cuenta cuando entraron en la habitación porque, cuando fue a abrir los ojos, Alfonso comenzó a besar su cuello, haciendo que su espalda se arquease y su boca suspirase. Las manos de Alfonso eran expertas y sabían perfectamente dónde y cómo acariciar. Sintió como el vestido se desprendía de su cuerpo, dejándola simplemente en ropa interior. De pronto, sintió como todo se volvía realidad y, abriendo los ojos de golpe, se puso rígida, separándose de él.

— Sshhh... —susurró él, volviéndose a acercar— ¿estás bien? —Anahí asintió— ¿estás nerviosa? —volvió a asentir— no tienes porque estarlo —dejó un casto beso en su boca— cuando quieras que me detenga, lo haré. Solo tienes que decirlo.

Anahí dudó unos segundos. Alfonso le estaba dando la oportunidad de retirarse, pero su perfecta vida cuadriculada le vino a la mente. Había pasado su niñez protegida por Christian, y a los pocos años de nacer Dulce, se había hecho prácticamente cargo de ella. Se había desvivido por sacar las mejores notas, tanto en el instituto como en la universidad, nunca había tenido tiempo para novios y, aunque si se había besado con varios chicos, nunca había pasado a más. Y, en ese momento, Alfonso Herrera, un Dios griego, con la respiración entrecortada, por ella, le estaba dando a elegir, seguir y descubrir las maravillas del sexo a su lado, o parar y seguramente arrepentirse el resto de su vida, porque nunca se le presentaría otra oportunidad como esa. Suspiró y Alfonso comprendió el mensaje. Se fue a separar de ella, pero Anahí agarró uno de sus brazos, haciéndole parar. Llevó su otra mano a la mejilla de él, giró su cara y volvió a chocar sus labios con los de él.

— ¿Segura? —susurró Alfonso después de un rato, cuando los dos estaban completamente desnudos en la cama.
— Solo... ten cuidado —respondió tímida, y Alfonso comprendió el mensaje, era virgen.

Alfonso se colocó un preservativo antes de ponerse sobre su cuerpo, la besó dulcemente mientras entreabría sus piernas con cuidado. Sentía el cuerpo de Anahí temblar bajo el suyo, pero intentó tranquilizarla con dulces caricias mientras se colocaba en su entrada. Estaba nerviosa, y seguramente Alfonso lo estaría notando. Lo miró a los ojos en el mismo momento que él lo hacía y sintió como se introducía lentamente en su interior. Anahí abrió mucho los ojos, aguantando la respiración.

— Ssshhh... —susurró Alfonso— tranquila, ya está ¿te duele? —Anahí negó, sintiendo como una lágrima resbalaba por su mejilla, Alfonso frenó, limpiando la lágrima— si te duele debes decírmelo Anahí —la miró, serio.
— Te lo diré —susurró como pudo, intentando controlar todo lo que estaba viviendo— sigue.

Los movimientos de Alfonso comenzaron a ser lentos y suaves, Anahí sentía dolor, pero era un dolor mezclado con placer que le estaba haciendo sentir mil emociones distintas a la vez. Alfonso le preguntaba cómo estaba cada poco tiempo, pero apenas recibía gemidos o alguna onomatopeya en respuesta, pidiéndole más y más. Cuando ella también comenzó a moverse, debajo de él, Alfonso apretó fuerte los puños. No podría controlarse si Anahí seguía siendo tan sensual y provocativa, simplemente perdería los estribos.

— Anahí estate quieta —gruñó, cerca de su oído.
— ¿Lo hago mal? —contestó tímida.
— No, ese es el problema... lo haces muy, muy bien —su voz sonaba más profunda que antes— pero como sigas así perderé el control.
— Hazlo —ronroneó, acariciando su espalda— Hazlo Alfonso, pierde el control.
— No... todavía no —gimió Alfonso, intentando contenerse, pero se lo estaba poniendo difícil.
— Si —gimió ella, moviendo sus caderas contra él.
— Te haría daño...
— No vas a hacerme daño, tranquilo...

Anahí lo besó mientras se movía debajo de él, suplicando más. Alfonso dudó durante unos segundos eternos, pero, poco a poco, y tras comprobar que no le hacía daño, aumentó el ritmo hasta hacer llegar a Anahí, y a él mismo, al climax. Nunca había sido así de intenso, ni profundo, ni... tan satisfactorio, pensó él. Salió de ella después de haberse recuperado, se tumbó en la cama y la arrastró a sus brazos. Anahí apenas podía mantener los ojos abiertos, había sido una experiencia increíble, que le había hecho sentir un millón de cosas distintas. Dolorosa pero a la vez placentera. Y todavía podía sentir a Alfonso dentro, cosa que le producía una gran satisfacción. Se acurrucó a su lado cuando la atrajo hasta su cuerpo y, mientras él la abrazaba con ternura, cerró los ojos un poco, suspirando profundamente, relajada.

— Descansa Anahí, eso fue un buena dosis de ejercicio —le sintió reír un poco y después todo se volvió negro.

El secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora