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Anahí bajó las escaleras cuando aún no había amanecido. Siempre se levantaba temprano, le encantaba dormir, pero su trabajo no se lo permitía. Lo raro era que no la hubiese llamado su jefa todavía, que siempre tenía prisa porque Anahí hiciese una u otra cosa. Había estado toda la semana pendiente de su hermana, que aún no le había dicho nada a su padre, de modo que la noche anterior habían acordado que Anahí se pasaría por casa y juntas se lo dirían.

— ¡Anahí! —escuchó a Martina, su jefa, llamarla en el momento en el que abrió la puerta de su despacho.
— Buenos días Martina, ¿pasa algo?
— Llegas tarde —Anahí suspiró, no llegaba tarde, pero Martina siempre llegaba media hora antes.
— Lo siento —se limitó a decir— tengo un problema familiar y...
— No me interesan tus excusas Anahí —agitó su mano— te pago para que trabajes, no para que me hables de tu vida —Anahí asintió.

Martina empezó a hablarle de todo lo que tendría que hacer durante los próximos días y después le entregó todos los documentos que tenía que estudiar antes de hacer la entrevista al mejor diseñador de moda del país, el distinguido Alfonso Herrera.

— No olvides que tienes que ir a su oficina a la una en punto, el señor Herrera odia la impuntualidad —le recordó Martina a mitad de mañana.

Anahí suspiró, otro día que tendría que salir tarde de trabajar. Aunque lo raro era salir a tiempo. Anahí se volvió a centrar en el papeleo. Alfonso Herrera, diseñador de moda y soltero de oro, solo veintiocho años y miles de diseños de éxito. Las modelos se peleaban por trabajar en su firma, y por acabar entre sus sábanas. Anahí bufó, ¿que se suponía que tenía que preguntarle con esa información? Ahí no había nada referente a sus años como diseñador, solo había leído sobre su vida personal. Cuando volvió a mirar el reloj, no podía creerlo, si no salía en ese mismo momento llegaría tarde. No había preparado bien la entrevista, la información que Martina le había dado le parecía irrelevante y se negaba a preguntarle a un diseñador mundialmente conocido sobre su muy activa vida sexual. Volvió a bufar, ella ni siquiera tenía vida sexual... Empujó la pesada puerta de cristal del edificio Moda Herrera y se acercó a una chica sentada detrás de un gran mostrador.

— Hola —sonrió Anahí— soy Anahí Puente, tenía una cita con el señor Herrera ahora a la...
— Ascensor de la derecha —la cortó la chica, sin siquiera subir la mirada— planta cincuenta. Ahí pregunte de nuevo.
—Gracias —susurró, alejándose.

Volvió a hacer lo mismo en la planta cincuenta y, de una forma más amable y cercana, le indicaron que esperase en una pequeña sala. Estaba nerviosa. Había visto a Alfonso Herrera en miles de fotografías y desfiles por televisión, pero nunca lo había hecho en persona. Estaba pensando en sus cosas cuando otra puerta se abrió frente a ella.

— La señorita Puente, supongo —una voz profunda y masculina la sobresaltó.
— Si... soy... soy yo.

Lo miró a los ojos y se quedó helada, Alfonso Herrera era mucho más guapo en persona que en fotografías y vídeos, si eso era posible. Era alto y atlético, con unos hombros anchos y fuertes. El pelo, perfectamente peinado, era negro como el azabache y sus ojos eran verdes y profundos, que hacían que su cara, perfecta y cuadrada, se realzase mucho más. ¡Era un Dios griego! Anahí sintió como se ruborizaba cuando él le dedicó una media sonrisa.

— Soy Alfonso Herrera —sonrió— ¿señorita Puente?
— Anahí... Anahí Puente —asintió— llámeme Anahí por favor.
— Bueno, entonces llámame Alfonso —se apartó a un lado de la puerta, para dejarla pasar— no me gustan las formalidades, así que tutearme, por favor.
— Si señor —asintió y Alfonso rió— perdón... Alfonso.

Alfonso cerró la puerta después de dejar pasar a Anahí, había tenido solo unos segundos para observarla antes de que ella levantase la vista hacia él, asustada. Cuando se había levantado, había visto sus preciosas piernas, enfundadas en un bonito vestido que se ajustaba a todas sus curvas, a sus perfectas curvas. Su pelo era rubio con mechones castaños, ondulado y largo, y caía por sus hombros, llegando casi hasta su cintura. Y sus ojos... grandes, profundos y de un azul que hasta el mar lo envidiaría. ¡Podría ser modelo! Sonrió Alfonso, mirándola otra vez, parecía nerviosa.

— Tú dirás, Anahí —se sentó frente a ella.
— La verdad, no sé muy bien cómo enfocar la entrevista - Alfonso alzó una ceja.
— ¿Algún problema?
— La información que mi jefa me ha facilitado no me parece muy... relevante —Alfonso soltó una carcajada al ver la expresión de Anahí.
— ¿Qué clase de información te ha entregado? —Anahí le contó brevemente todo lo que había estado estudiando mientras él la miraba fijamente— Bueno, tienes razón, saber si mis modelos llegan a ver mis sábanas no es una buena pregunta.
— Ella no lo cree así —se encogió de hombros.
— ¿Te gusta tu trabajo? —Alfonso la observó, ella dudó.
— Si —dijo, después de unos segundos— pero no siempre estoy de acuerdo con lo que tengo que hacer.
— Como ahora.
— Como ahora —coincidió— o sea... quiero decir... no me mal interpretes. Quiero entrevistarte, pero los datos no son...

Alfonso la miró a los ojos, divertido. Le caía bien y, desde que la había visto, no podía quitarle los ojos de encima. Y su mente no dejaba de repetirle que seguramente, si la tocaba, no podría sacarle las manos de encima tampoco. Anahí se ruborizó de vuelta, cuando vio la intensidad con la que Alfonso la miraba, sacudió un poco su cabeza, tratando de aclararse, y abrió su libreta.

— ¿Empezamos?
— ¿Has comido? —preguntó Alfonso de pronto, descolocándola.
— Mmmm no, pero se supone que soy yo la que hace las preguntas —Alfonso sonrió de nuevo, últimamente no lo hacía mucho.
— Lo sé, pero estoy hambriento, y lo mismo, relajada en un restaurante, encuentras las preguntas correctas.

Anahí abrió la boca para decir algo, pero pronto la cerró, sin emitir ningún sonido. ¿Estaría bien visto ir a comer con un entrevistado? Muchos negocios se cerraban en comidas y cenas, ¡pero no entrevistas! Alfonso la miraba con una media sonrisa, paciente. Tenía que negarse, no podía comer con él. No debía, no era profesional. El corazón le latía con fuerza y recaba porque Alfonso no lo escuchase. La respuesta que salió de sus labios fue muy diferente a la que tenía pensada.

—Está bien —terminó diciendo, maldiciéndose mentalmente.
— Así me gusta —sonrió, satisfecho— ¿vamos?
— ¿Ya? —se alarmó, y Alfonso rió por lo bajo, acercándose a ella.
— Claro, tengo hambre ahora —Alfonso la empujó dulcemente hacia la puerta, colocando su mano en la parte baja de su espalda y provocando en ella un escalofrío que la recorrió todo el cuerpo.

Cuando llegaron al restaurante, Anahí sintió que todos se giraban en su dirección. Miró a Alfonso, pero él parecía no darle importancia. Seguramente estaba acostumbrado, aunque normalmente estaría acompañado de una súper modelo esquelética, alta, bien peinada y muy maquillada. Todo lo contrario a ella. Rellenita, baja, con un pelo salvaje que era difícil de controlar y con simplemente rímel y algo de pinta labios como maquillaje. Alfonso separó una silla para que se sentase, y Anahí la aceptó, agradeciéndolo.

— ¿Hace cuánto trabajas para Hoy es moda?
— Unos dos años y medio, empecé al poco de terminar la carrera de periodismo —Alfonso asintió.
— ¿Cuántos años tienes, Anahí?
— Veinticinco... no sé qué tiene que...
— ¿Tienes novio? —Anahí abrió mucho los ojos.
— ¡Yo te tengo que entrevistar a ti! —Alfonso sonrió y llamó al camarero.
— Empieza entonces, soy muy curioso Anahí —la miró fijamente y Anahí sintió como su mirada era más profunda y oscura que antes.

Poco antes de terminar la comida, Alfonso había contestado todas las preguntas que Anahí tenía, incluso le había dado a Anahí alguna ideas que podía incluir en el artículo y que seguro quedarían muy bien. Anahí terminó satisfecha con el resultado y sonrió orgullosa cuando el camarero les llevó los postres.

— Pero no he pedido nada...
— Un dulce no amarga a nadie... —le guiñó un ojo— a mi me encantan los postres. Puedes añadirlo a las facetas ocultas si quieres —sonrió, pero no la dejó hablar— bien, Anahí... ahora es tu turno.
— ¿Mi turno?
— De contestar mis preguntas.
— Tus preguntas... —Alfonso asintió, divertido.
— Claro, te dije que era muy curioso... a ver... por dónde me había quedado... ¡ah, si! Anahí ¿tienes novio?
— No —y nunca lo había tenido, pero eso Alfonso no tenía que saberlo.
— Interesante —se frotó la barbilla y sonrió— ¿te apetece tomar algo?
— ¿Ahora?
— Claro —sonrió— pero vayamos a otro sitio.
— No sé si...
— Has terminado de trabajar ¿verdad? —Anahí asintió.
— Genial, porque yo también.
— Pensé que trabajabas de sol a sol...
— Bueno, soy mi propio jefe, puedo salir cuando yo quiera —se levantó y estiró una mano hacia ella, seguro de si mismo— vamos.

El secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora