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— Alfonso está de viaje —chistó su hermana por teléfono— había pensado en ir a hablar con él, intentar arreglar las cosas... hacerle entrar en razón... ¡Pero el muy... se ha ido de viaje!
— Lo siento tanto Dulce... —se lamentó Anahí, tapándose el pecho desnudo con una sábana, ya había amanecido y Alfonso y ella habían disfrutado el uno del otro toda la noche. Pero se sentía fatal por su hermana, se sentía una asquerosa traidora.
— Lo quiero de verdad ¿sabes? Y creo que si insisto un poco más...
— Termine haciéndose cargo, si.
— ¡Incluso puede que vuelva conmigo! Sé que me quiere, pero aún no está preparado para el amor... pero yo podría enseñarle.
— No tengo ninguna duda —susurró.

Una lágrima solitaria resbaló por su mejilla cuando giró la vista hacia el cuerpo, completamente relajado y desnudo, de Alfonso. Debía terminar con esto en ese mismo momento. Sabía desde el principio que no era una buena idea, pero las caricias de Alfonso la habían terminado convenciendo. Sacudió la cabeza y se volvió a centrar en su hermana.

— Se que te dije que ya no lo necesitaba... pero...
— Estás enamorada —yo también lo estoy, pensó ella.
— Creo que si - suspiró su hermana.

Cuando colgó a su hermana se levantó de la cama y se metió en la ducha. Ni siquiera escuchó cuando Alfonso abrió la cristalera de la ducha y la abrazó por detrás.

— Buenos días Annie... —susurró contra el lóbulo de su oreja, antes de morderlo con delicadeza— ¿por qué no me has despertado?

Anahí podía sentir la excitación de Alfonso chocar contra su espalda. Tragó fuerte, resistiendo el impulso de restregarse contra él y cerró fuerte los ojos.

— Me quería duchar.
— Podemos hacerlo juntos —sonrió, mientras se restregaba contra su cuerpo, abrazándola más.
— Pero quería hacerlo sola... —dijo con la voz temblorosa, era despreciable, lo tenía que odiar y aún así no podía dejar de pensar en estar con él.

Alfonso la miró con el ceño fruncido. Hacía unas horas había sido ardiente y cercana, y ahora se encontraba con la reina de hielo. Ni siquiera había pestañeado para echarle de la ducha por la mañana. Los siguientes días fueron una completa tortura. Cuando estaban con gente, Anahí se mostraba abierta y sonriente, pero en el momento en el que estaban solos, intentaba con todas sus fuerzas ignorar todo lo que Alfonso le decía o intentaba haber con ella. Y lo peor eran las noches, se las pasaba casi en su totalidad en vela, pensando en que estría haciendo en su habitación. Si estaba durmiendo, si estaba pensando en él tanto como él en ella...

— Anahí... —susurró, después de tocar la puerta de su habitación.
— ¿Si? —su voz era débil, pero sabía que no estaba dormida.
— ¿Puedo entrar?

Se sentó en el borde de su cama, justo cuando Anahí se incorporaba y se tapaba con sus sábanas.

— No podemos seguir así —suspiró él— por favor, Anahí...
— Alfonso —lo cortó, alzando su mano— se que te propones, pero no puede ser.
— ¿Por qué? —gruñó— nos deseamos, y se que los dos estamos sufriendo por no estar juntos...
— ¡Vas a ser padre, junto con mi hermana!
— ¡Te he dicho mil veces que eso no es así! No conozco a tu hermana Anahí...
— Alfonso, por favor —su voz sonaba ahogada, estaba intentando no llorar— ya es muy difícil para mi, no lo hagas peor...

No dijo nada. Simplemente se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos. Anahí no se resistió, simplemente comenzó a llorar en sus brazos mientras Alfonso la acariciaba, intentando que se calmase.

— Esto no puede pasar Alfonso. Está mal, mal...
— No está mal Anahí. Te lo he dicho mil veces...
— Si lo está —lo miró a los ojos y después a la boca, llevando allí una mano, acariciando sus labios y suspirando— No podemos hacer nada... —susurró— lo... lo siento...

El secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora