Un viaje en tren

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Las paredes blancas se encontraban despintadas y con algunas inscripciones anotadas; los asientos pintados de azul oscuro, también descascarados por el paso del tiempo con un almohadón para sentarse de color verde.

En los andenes, la gente se amontonaba impaciente a la espera del arribo del tren mirando sus relojes para corroborar el horario puntual en que debía pasar. Un olor fuerte impregnaba aquel vagón dando la sensación de que gatos roñosos habían pasado por allí y dejado sus huellas.

Un hombre con voz potente gritaba a lo largo del tren y repetía constantemente:

-Vendo billetera para la cartera de la dama y para el bolsillo del caballero...

Por algunas ventanillas abiertas pasaba el viento que azotaba con fuerza. En cada estación subía gente con mochilas y cargados con bolsas,  abrigados con bufandas, camperas y gorros de lana. El incesante movimiento de un lado hacia otro del vagón parecía una silla mecedora. El ruido de las ruedas sobre las vías férreas se acrecentaba por momentos y, antes de frenar en las paradas,  disminuía gradualmente hasta detenerse.

En el primer asiento, un hombre con anteojos y cabello gris leía un cuaderno tamaño oficio y tomaba apuntes con una lapicera. Mantenía su vista fija en las anotaciones que realizaba sin desconcentrarse a pesar del bullicio. A su lado, tenía una gran maleta negra.

Un policía y una policía mujer subieron al tren y se ubicaron en el tercer asiento. Ambos estaban uniformados y armados, el hombre comía maíz inflado mientras que hablaba y la muchacha asentía con su cabeza pero no se oía que conversaban.

El cielo gris, se hallaba cubierto con muchas nubes y hacía contraste con el color verde oscuro de los árboles frondosos.

En un rincón del piso había tirada una lata de cerveza y en todo el suelo negro estaba cubierto de mugre que formaba un polvo de color gris. En los techos había grandes luces rectangulares situadas paralelamente, cuatro en cada furgón.

A medida que transcurría el viaje, el tren se iba poblando de vendedores de cualquier índole que aturdían con sus voces al pasar por al lado de los pasajeros. Al llegar a cada estación, la bocina del tren avisaba que estaba por frenarse y que los pasajeros debían descender.

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