Capítulo 11

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Dione no se atrevía a abrigar esperanzas, pero daba la impresión de que tal vez Harry estuviera en lo cierto. Se compró un fino bastón negro que parecía más un accesorio muy sexy que un apoyo, y cada mañana Miguel lo llevaba en coche a trabajar. Al principio, ella sufría cada segundo que pasaba fuera. Le preocupaba que se cayera y se hiciera daño, que intentara esforzarse demasiado y se agotara. Al cabo de una semana, tuvo que reconocer que Harry se crecía ante el desafío de volver a trabajar. Lejos de caerse, cada día mejoraba más, caminaba más deprisa y con menos esfuerzo. Dione tampoco tenía que preocuparse porque se esforzara demasiado; Harry estaba en excelente forma gracias a la rehabilitación.
         Casi se volvía loca pensando que pasaba el día rodeado de mujeres. Sabía lo atractivo que era, sobre todo con aquella enigmática cojera. El primer día, cuando volvió a casa, ella contuvo el aliento, esperando que le dijera alegremente: «Bueno, tenías razón. Sólo era un capricho pasajero. Ya puedes irte». Pero él no dijo nada parecido. Regresaba a casa con las mismas ganas con las que se iba a trabajar, y pasaban las tardes en el gimnasio, o nadando en la piscina si el día era cálido. Diciembre era un mes agradable; por las tardes las temperaturas solían alcanzar los veintitantos grados, aunque a menudo por las noches descendían hasta hacerse casi gélidas.
           Harry había decidido instalar un climatizador en la piscina para que pudieran nadar por las noches, pero tenía tantas cosas en la cabeza que lo iba postergando. A Dione no le importaba que la piscina estuviera climatizada o no; ¿para qué molestarse en nadar si era mejor pasar las noches en brazos de Harry? Pasara lo que pasase, fuera cual fuese el final que el destino reservara a su historia, siempre amaría a Harry por haberla liberado de la jaula del miedo. En sus brazos se olvidaba del pasado y se concentraba sólo en el placer que le daba, un placer que ella le devolvía gozosamente. Harry era el amante que necesitaba; era lo bastante maduro como para conocer las recompensas de la paciencia, y lo bastante astuto como para mostrarse a veces impaciente. Daba, exigía, acariciaba, experimentaba, reía, incitaba y satisfacía. Estaba tan fascinado por el cuerpo de ella como Dione por el suyo, y ésa era la clase de franca admiración que a ella le hacía falta. Los sucesos que habían conformado su ser la hacían desconfiar de las emociones reprimidas, incluso cuando se trataba de felicidad, y la franqueza con que Harry la trataba le proporcionaba un trampolín firme desde el que lanzarse como mujer, segura al fin de su propia feminidad y de su sexualidad.
        Aquellos días de diciembre fueron los más felices de su vida. Conocía ya de antes la paz y el contento, un logro no pequeño después del horror al que había sobrevivido, pero con Harry era verdaderamente feliz. Salvo por la falta de una ceremonia, podría haber estado ya casada con él, y cada día que pasaba la idea de ser su esposa arraigaba con más fuerza en su espíritu, pasando de imposible a poco plausible, luego a incierta, y, finalmente, a un «quizás» entre temeroso y esperanzado. Se resistía a ir más allá, temiendo tentar a los hados, pero aun así comenzaba a soñar con una larga sucesión de días, incluso años, y a veces se descubría pensando en los nombres de sus hijos.
           Harry la llevó a hacer las compras navideñas, cosa que Dione no había hecho nunca. Nunca había tenido a nadie lo bastante cercano como para dar o recibir un regalo, y cuando Harry lo supo se embarco en una cruzada para que su primera Navidad auténtica fuera memorable. Decoraron la casa con una mezcla única y no siempre lógica de estilos entre el tradicional y el propio del desierto. Cada cactus ostentaba cintas de colores alegres y hasta bolas de cristal decorativas si las espinas eran lo bastante recias. Harry hizo llevar en avión acebo y muérdago y lo conservó en el frigorífico hasta que llegó la hora de sacarlo. Alberta, por su parte, se empapó del espíritu de las fiestas leyendo libros de cocina en busca de recetas navideñas tradicionales.
         Dione era consciente de que todos se estaban tomando muchas molestias por ella, y estaba decidida a participar en los preparativos y en la alegría general. De pronto tenía la impresión de que el mundo estaba lleno de personas que la querían y a las que ella quería. Había temido a medias que Harry la avergonzara haciéndole un montón de regalos caros, y sintió al mismo tiempo alegría y alivio cuando, al empezar a abrir sus regalos, descubrió que eran pequeños, atentos y a veces divertidos. Una cajita larga y plana que podía haber contenido un reloj o un lujoso brazalete escondía en su interior una colección de miniaturas que la hicieron reírse a carcajadas: una diminuta barra de pesas, un zapatito de senderismo, una banda para el pelo, un platillo, un precioso trofeo y una campanilla de plata que tintineaba al moverla. Otra caja contenía la pulsera en la que iban prendidas las miniaturas. El tercer regalo era un libro superventas que ella misma había escogido en una tienda la semana anterior y que luego, en la confusión de las compras, había olvidado llevarse. Una mantilla de encaje negro cayó suavemente sobre su cabeza y ella levantó la vista para sonreír a Richard, que la miraba con una extraña ternura en los ojos grises.
      Al ver el regalo de Serena, dejó escapar un gemido de sorpresa y volvió a guardarlo a toda prisa en la caja. Serena se echó a reír y Harry se acercó enseguida, le quitó la caja y sacó lo que contenía: una prenda muy íntima con calados en forma de corazón en sitios estratégicos.

Amanecer contigo- H.S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora