capítulo uno

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          AMBOS CORRIERON BAJO LA INTENSA LLUVIA que azotaba en el estado, Alexander no supo en qué momento tropezó, solo sintió su cuerpo impactar contra la ahora tierra húmeda —lodosa y pegajosa—, sintió su cuerpo estremecer ante los ya conocido...

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          AMBOS CORRIERON BAJO LA INTENSA LLUVIA que azotaba en el estado, Alexander no supo en qué momento tropezó, solo sintió su cuerpo impactar contra la ahora tierra húmeda —lodosa y pegajosa—, sintió su cuerpo estremecer ante los ya conocidos gruñidos de aquellos seres del infierno.

Jhon encajó su cuchillo en el cráneo de uno de aquellos muertos vivientes que estaba por morderlo en el brazo, fue ante su amiga y ayudándola a levantarse, corrieron de nuevo. Eran de esas pocas veces en que tenían que correr por sus vidas, correr hasta que remates o mueras.

—¿Sigues conmigo?—preocupado por el estado de Alexander, cuestionó.
Ella no respondió, aún tenía la capacidad para responder ante la incertidumbre de su único amigo pero no quería, le pesaba el hablar, sentía la garganta seca y ahora, pensaba que el infierno había llegado a las calles (y bosques), porque así lo sentía ella, un infierno.
—¿Sigues conmigo, Lexa?—insistió.
—S-sí.
La lluvia seguía en su máximo esplendor, tomaban cuanto podían del agua que caía pero no lograban apaciguar la sed que los agobiaba. Aquel grupo de hombres liderados por Negan los había atacado nuevamente, pero esta vez sí lograron su propósito: separarlos.

Alexander ahora no solo estaba que moría, literalmente sí se estaba muriendo bajo la intensa lluvia, con aquellos muertos pisando sus talones, herida y con la sangre salir de cada herida que tenía, estaba preocupada. Preocupada por su hermana Alaska quien se había quedado sola.

—Ella estará bien—aseguró Jhon, como si supiera en qué pensaba, pero claro que lo sabía, en estos momentos estaba la real, la verdadera Alexander, no la copia barata como solía llamarle él—, lo está. Debe estarlo.
Fue lo último que pronunciaron los labios carnosos de Jhon Falcone antes de caer al, ahora piso de cemento, puesto que habían logrado salir del bosque.
—¡Jhon!—gimió ella al ser arrastrada, siendo él, el que cayera arriba de ella gracias a que había reaccionado a tiempo. Aún moribundos, se protegían las espaldas—. Vamos, levántate, idiota.
Sabían de antemano que un fin nada propio del carácter que poseían les llegaría en cuestión de unos segundos.

Morirían, lo tenían presente y poco les importaba ya, pero morirían sin pelear y heridos hasta el trasero. Alexander no dejaría que Jhon muriera, ella tal vez sí, pero él, él no. Encajó su propio cuchillo en el cráneo apestoso de aquel caminante una vez que logró levantarse, llegó otro y repitió la acción, otro y otro y otro.

Gritó aferrándose un poco más a la vida, se lo debía a Jasper, a Alaska, a Jhon.

Estaban rodeados de una docena, tal vez más, no lo sabía y no se iba a disponer a contarlos como solía hacer, sollozó y fue ahí cuando la copia barata apareció.
Una risa brotó de sus carnosos labios pintados de un carmesí puro gracias a la poca sangre que brotaba de su boca, tomó con firmeza su cuchillo y antes de lanzarse contra aquellas bestias malolientes, gritó.

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