Prólogo

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Julio 1923:

El sonido de las risas de los niños en la playa resonaba dentro de su cabeza como una vieja canción, el calor abrazador del verano parecía estar tratando de derretirlo mientras intentaba hojear el periódico, se sentía pegajoso y sucio.

Odiaba el verano por eso.

Pero siempre era relajante aspirar el permanente aroma salado del mar o escuchar las olas del mismo, después de tantos años podía decir que sabía identificar cada una de ellas; sabía cuando el mar estaba enojado, cuando se avecinaba una tormenta o tal vez, las pocas veces en las que se encontraba en calma; como ese día, el vaivén era sorpresivamente lento, se movía al compás de la felicidad de las personas en la playa.

Aunque claro, no todo parecía ser tan tranquilo, niños lloraban en algún rincón del mar porque había sentido algo bajo los pies, o tal vez le tenía miedo al agua, arena en los ojos, dentro de sus ropas. Fuera la razón que fuera, eran desesperantes tantos gritos.

Lo único que lo mantenía cuerdo en esos momentos era el ventilador frente a él y su maravillosa vista hacia la pared.

Se pasó una mano por la cara revolviéndose en su asiento incómodo y frustrado sin razón aparente. El calor lo cansaba. No importaba cuantas veces se lavara el rostro, seguía sintiéndose sucio, tampoco importaba la ropa que llevara, seguía empapando las camisas por las exasperantes cantidades de sudor que su cuerpo se empeñaba en producir, ni cuantas veces cambiara de posición en el sillón para que el viento húmedo que entraba por la ventana se combinara con el fresco que producía el ventilador frente a él. Nada parecía hacerlo sentir bien.

De pronto, las risas de unos niños resonaron dentro de su pequeña casa destartalada como si de una alarma se tratara, distrayéndolo de los posibles empleos que podría obtener en alguna fábrica, o tal vez en cualquier otro lado. Lo que fuera era bueno.

— ¡Papá, vimos una sirena! — llegó diciendo una pequeña pelirroja despeinada con la cara llena de arena, los pies descalzos y los ojos llenos de ilusión que brincaba de un lado a otro. El calor no parecía afectarla de la misma forma que a su padre.

— ¡Charlie, no me dejes atrás! — gritó el segundo niño que unos momentos después llegó jadeando para posicionarse junto a su hermana.

Y Sam no pudo hacer más que dirigirles una sonrisa llena de cansancio mientras limpiaba un poco de la arena en sus rostros aunque ya parecía que era parte de ellos, siempre la tenían pegada.

— ¿Ah si? — cargó al pequeño Jack y lo sentó sobre su pierna provocándole inconscientemente cosquillas, ya no podía cargar a Charlie pero eso no parecía importarle ya que estaba feliz brincando en un mismo lugar con una sonrisa radiante — ¿y cómo era?

— Era muy fea — Jack arrugó la nariz haciendo reír a su padre, sin embargo su hermana puso sus manos sobre sus caderas y frunció el ceño.

— ¡No es cierto!

— ¡Claro que lo era!

— ¿No viste su cola de colores? — Jack se encogió de hombros, en realidad no la había visto completa, solamente vio unos feos dedos delgados con lo que él llamó "piel de sobra" entre ellos y largas uñas afiladas, Charlie había sido la que dijo que era una sirena.

— Era aterradora.

— Era muy bonita — derrotada, su hija se sentó en la alfombra café y se sacudió la arena de las piernas, pero no duró mucho en esa posición ya que casi inmediatamente después se levantó con una gran sonrisa — Papá, quiero ser una sirena.

Historias del mar - DestielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora