3: Los soldados de Poseidón.

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Sam no era tonto.

A pesar de sus seis años había estado atento al inusual comportamiento de Dean, mucho más que sus padres que se encontraban ocupados en cosas de adultos que sinceramente no entendía y tampoco le llamaban la atención.

Pasaba la mayor parte del día jugando solo frente a la puerta de su casa; armando castillos de arena o imaginando guerras fantásticas con sus soldaditos de madera cuando no estaba ayudando a su padre con ciertas cosas del trabajo o yendo a la escuela. Ese día en específico se encontraba mucho más cerca del tan aterrador mar de lo que acostumbraba pues no hacía tanto calor como para tener que resguardarse de los rayos del sol en la entrada de su vieja casa pero tampoco era un clima precisamente malo, las nubes de tormenta no se arremolinaban sobre su cabeza amenazando con descargar su ira contra ese pequeño e indefenso poblado costero como acostumbraba en esa época del año, corría un poco de aire pero tampoco exagerado como para levantar pequeños granos de arena que lo molestaran, el mar no se encontraba picado lo que era una buena señal pero tampoco estaba enojado como podría aparentar, estaba más bien inquieto.

Y para Sam esos días eran perfectos pues por alguna razón que su familia no entendía le gustaba distraerse viendo y escuchando las olas rompiendo contra la orilla, le parecía fascinante el vaivén rápido del agua y como parecía revolverse de maneras tan extrañas que si se lo propusiera podría llegar a ver las siluetas de las maravillosas criaturas que se escondían en sus profundidades, todo sin la necesidad de entrecerrar los ojos debido a la incesante luz del sol o el sudor recorriendo su frente.

Claramente Sam respetaba aquel mar revoltosos como si se tratara de un anciano sabio que se esforzaba por transmitirle un mensaje encriptado desde el horizonte. Creía que era un lugar para temer pues era traicionero, juguetón y despiadado, solo bastaba con leer las historias de los libros de Bobby para darse cuenta.

Ese día los soldados de Poseidón amenazaban con entrar por los túneles submarinos de aquel imponente castillo cuyos reyes no eran nada más y nada menos que Sam y Dean Winchester. Estos se encontraban corriendo de un lado a otro dando indicaciones a sus propios soldados sobre donde tenían que atacar pero eran demasiados y parecían salir de todas direcciones pues tenían la capacidad de escurrirse como el agua, y por supuesto que ese día llovía en ese reino lejano por lo que se podían escurrir por debajo de las puertas hasta llegar a las habitaciones más recónditas de aquel castillo que para nada se estaba desmoronando. Pero el rey Sam era más inteligente por lo que con los tridentes abandonados por todo el castillo creó una máquina improvisada que conducía la electricidad de los rayos de aquella fuerte tormenta que al combinarse con el agua haría que aquellos soldados cayeran electrocutados, así que corrió a buscar a su hermano para darle sus nuevas armas y...

— ¿A dónde vas? — preguntó Sam abandonando su juego justo cuando estaban a punto de ganar la guerra al ver a su hermano salir de casa con una pequeña mochila colgando a un lado de su pierna como cada tarde.

— Con unos amigos — respondió encogiéndose de hombros y se alejó caminando tranquilamente por la playa.

Sam había notado la peculiar rutina que su hermano llevaba. Pasaba las mañanas en la escuela o trabajando con su padre, incluso alguna que otra vez jugaba con él, cosa que agradecía pues no le agradaban los demás niños del pueblo, la mayoría prefería alejarse por lo que más allá de Ruby, quien a veces era molesta, no tenía más que a su hermano para pasar los días más relajados; pero por la tarde comenzaba a ponerse nervioso sin ser disimulado, esperaba dando vueltas por la casa o a veces por la playa simplemente haciendo tiempo, y una vez que sus padres partían a algún lado que sinceramente no les importaba Dean desaparecía.

Y a pesar de que Sam le había pedido acompañarlo para conocer a sus amigos este siempre se negaba. Después de los seis meses que llevaban viviendo en ese lugar, en los que habían tenido la oportunidad de conocer a la mayor parte del pueblo, se le hacía extraño que su hermano tuviera amigos de otros lugares.

Historias del mar - DestielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora