1: Cuentos a media noche.

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El viento rozaba su rostro con suaves y saladas caricias, el agua mojaba sus dedos descalzos en un lento pero constante vaivén al cual ya estaba acostumbrado, la luna y su fría cerveza le hacían compañía en esa iluminada y cálida noche mientras que el agua lo invitaba a entrar pero él conocía lo que había más allá, sabía que no podía hacerlo. Pero el mar estaba tranquilo y eso lo hizo sonreír.

Amaba ese lugar, tan tranquilo la mayor parte del tiempo aunque con un revoltoso y caprichoso mar que le causaba escalofríos cada vez que miraba por su ventana. Era intimidante, pero también tenía su parte dulce oculta en las profundidades más recónditas de aquel lugar inexplorado.

Y estaba dispuesto a esperar por esa dulzura del mar salado, la podría esperar toda la noche como ya había hecho en ocasiones anteriores, la podría esperar cinco minutos o también años como hizo en su momento. La podría esperar toda la vida.

Pero al parecer ese día no tenía tanto tiempo.

— ¡Tío Dean! — escuchó extrañado una vocecita aguda a lo lejos, creyó estar alucinando pero en cuanto volteó para encontrarse con su querida pero traviesa sobrina pelirroja corriendo con su hermano a su lado no pudo hacer más que sonreír con curiosidad.

"Tendrás que esperarme hoy, cariño" pensó para luego ponerse de pie con un largo suspiro y haciendo crujir la silla para girarse y quedar de frente a los niños.

— ¿Qué hacen aquí, diablillos? — saludó revolviendo los cabellos rojos de su sobrina, quien no se veía cansada en lo más mínimo, en cambio, Jack tomaba grandes bocanadas de aire claramente cansado.

— Papá dijo que viniéramos — respondió Charlie muy segura de sí misma, ganándose una ceja alzada de manera interrogatoria por parte del ojiverde. Tendrían que intentar algo mejor que eso para engañar a su tío.

— Mmmm, ¿Jack? — preguntó hacia el pequeño niño que había caído rendido en la arena. Pero eso no le impidió mirar al mayor con el arrepentimiento grabado en los ojos.

— ¡No! No le preguntes a él — Charlie se puso frente a él con los brazos cruzados y con un puchero en el rostro, sabía que Jack aún no había aprendido el arte de las mentiras y no podría ocultarle la verdad.

— Díganme la verdad pequeños demonios y no le diré nada a su padre — puso su mejor intento de cara seria, aunque sinceramente le divertían demasiado esos niños.

Ambos habían llegado corriendo descalzos aprovechando que la arena ya se encontraba fría, con sus pijama aún puestas a altas horas de la noche pero eso no parecía afectarlos en lo más mínimo, incluso después del largo día que habían pasado jugando para después correr hacia su casa lucían mucho mejor que él.

— Tal vez papá dijo que viniéramos mañana... — murmuró la pelirroja jugando con el dobladillo de su camisón blanco antes de mirarlo apenada — ¡Pero queríamos nuestra historia hoy!

— Por favor, tío Dean — susurró el más pequeño desde atrás juntando sus manos en forma de súplica.

— ¿También tú? — Jack simplemente se encogió de hombros, siempre le seguía la corriente a su hermana — está bien, vamos adentro.

Con algo parecido a un gruñido se levantó de la silla con pesar para comenzar a doblarla y poder llevarla bajo su brazo mientras los niños ya se encontraban corriendo hacia su casa, conocían perfectamente el camino. Desenterró la cerveza de la arena y le dio un gran trago para poderla terminar, dio una última mirada al mar tranquilo pensando en que esperaba no tardarse tanto con sus sobrinos. El mar era caprichoso y no quería hacerlo esperar.

Corrió para alcanzar a los niños que ya se encontraban en la entrada con unas grandes sonrisas blancas en sus rostros que parecía brillar bajo la luz de la luna. Dejó la silla a un lado de la entrada como era costumbre y la botella vacía en el piso, luego la tiraría. Los impacientes niños se sentaron en el pequeño sillón que tenía del otro lado para balancear sus pies que aún no llegaban al piso mientras admiraban las desgastadas maderas de la entrada buscando figuras en ella.

Historias del mar - DestielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora