Desde que escuché la palabra, algo en mí se congeló. No me permito pensar en ello porque sino debería aceptar la dichosa verdad y es que...Tengo miedo. No puedo admitirlo pero lo tengo. Estoy jodidamente aterrada por ello y por eso mismo lo niego. Quiero correr, llorar, gritar y hacer que todo desaparezca pero, se que es imposible porque esto está dentro de mí. Es tan mío como deberían ser las ganas de vivir, pero estoy cansada.
Sí, se que es estúpido porque no es la primera batalla que lucho pero en esta las fuerzas me fallan. Hay momentos en los que lo veo todo negro y soy tan estúpidamente orgullosa que no soy capaz de pedir ayuda...y me canso más.
Entonces los miro, a ellos, que están aún más cansados y débiles que yo, y que darían lo que fuera por estar en mi lugar y pelear mis batallas, y el hielo dentro de mí se rompe. Empiezo a llorar.
Lloro en la noche y en silencio porque nos han educado para ser fuertes, pero lloro. Todas las noches. Esas lágrimas limpian mis heridas, y, aunque no lo parezca, me hacen seguir adelante.
Respira. Me recuerdo continuamente. Esto no es un esprint, es una carrera de fondo y necesito momentos de respiro en los que por un momento me olvido de todo. Momentos en los que mi yo se salga de mi cuerpo, en los que el mundo se pare por un momento.
Porque es duro, muy duro, pero después de miles de caídas y golpes se sale, aunque para ello deberás de aceptar que lo vas a pasar mal, que habrá días que no te podrás levantar, que todo será un asco y creerás que no vas a poder más. Te juro que puedes porque si yo soy fuerte, tú también, o eso me digo a mí misma en cada golpe, pero te lo tienes que creer porque permitirse el lujo de perder esta batalla es imposible. Pues en esta batalla no luchas contra alguien más sino contra uno mismo y si pierdes todo se acaba.
Así que se fuerte y levanta. Vive, ríe y abraza. Juega y sueña también, pero sobre todo gana la batalla.