Capítulo 3

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Hacía ya un cuarto de hora desde que Anna había entrado a la consula de la que sería en unos momentos la psicóloga de Abby.

En ese cuarto de hora se podía observar el nerviosismo de Abby, la angustia y la inquietud en cada uno de sus gestos.

Durante esos minutos, Abby había dado vueltas, y más vueltas al rededor de las sillas del rellano, había salido al pasillo, había escrito palabras de socorro en el cristal con baho.

Estaba atenta a todo tipo de ruido, por si era su madre, saliendo de aquel lugar para llevársela a casa, con suerte. Pero lamentablemente para ella no tendría esa suerte

Pero lo que más había rodado en su cabeza era la idea de qué estaría hablando su madre con esa persona que tarde o temprano tendría que conocer. Era una idea que le atormentaba. Ella sabía que su madre podría haber descubierto algo importante, dependiendo de qué diario hubiera encontrado. 

Varias veces debido a esta idea, se levantó a poner el oído en la puerta de la consulta en la que se encontraba Anna.  Todos con el resultado de un inquietante silencio que desconcertaba a la pequeña.

"Otra vez silencio. No será nada tan grave si sólo se oye silencio ¿no? Mi madre siempre que se altera, le da por aumentar el tono de la voz y por algún que otro llanto que haga sentir culpable a todo aquel que lo oiga. no creo que sea nada grave, saldrá de ahí y me llevará al colegio, estate tranquila Abby, no pasa nada.

No tienes que estar aquí, estás perfectamente y lo sabes, no sé de qué te preocupas. Igual es ella la que desvaría y piensa cosas que no son. Igual no ha encontrado el diario que te atormenta no seas tonta. ¿Qué te puede decir al salir? Si no te pasa nada. Tranquilizate de una vez, pareces una niña de 10 años." - Pensaba abby después de sentarse tras darse por vencida al volver a comprobar que no se oía nada.

Lo que ella no sabía es que en ese hospital, las puertas y las paredes estaban insonorizadas para salvar la privacidad de los pacientes y que puedan expresarse con toda tranquilidad de que no les va a oír nadie más.

***

"Abby Clinton." Todavía sonaban esas dos palabras en la cabeza de Anna, que a cada segundo que pasaba, se la veía más apagada. Con menos ganas de seguir con todo. Con ganas de que todo acabe pronto.

Instantes después, ya estaba sentada en una sala fría, blanca, brillante con un gran ventanal en el fondo de la habitación. Un ordenador de color negro contrastaba con toda la habitación. Y una puerta de un color beige se sitúaba detrás del escritorio. 

Estaba sola. Esperando a que llegara la persona que iba a salvarle la vida a su hija.

- Perdón por retrasarme, tuve que ir a la planta de arriba, disculpe.

Apareció una mujer muy alta, con el pelo castaño, ojos verdes y piel clara. Sonó una voz agradable, suave, tranquila pese a estar sin aliento de la carrera hasta esta sala.

- No te preocupes - Dijo Anna intentando tranquilizar a la mujer

- Soy Marian silvestre, encantada Abby.

- No soy Abby, soy su madre, Anna, ella está fuera. La dije que quería paar yo primero a hablar con usted si no es mucha molestia.

- Oh bueno, encantada igualmente Anna. Cuénteme.

- Tome.

Anna le entregó la libreta que le había enseñado previamente a su hija. La mujer quedó impresionada.

- ¿Qué es esto? - Preguntó confundida.

- Es el diario de mi hija. Querría que lo leyeras antes de hablar con ella. 

El rostro de Anna al volver a ver esa libreta le cambió drásticamente. el corazón le latía con mucha fuerza y no estaba segura de lo que estaba haciendo. Creía que su hija le va a odiar eternamente por ello.

- Está bien, leo un par de páginas y te digo. Dame cinco minutos. 

Conforme iba pasando el tiempo e iban pasando las hojas, la cara de Marian iba pareciendo más concentrada y preocupada.

- Esto se puede convertir en algo grave señora Clinton. Dígale a su hija que pase, espere fuera.

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⏰ Última actualización: Jan 19, 2015 ⏰

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Crónicas de una luchadora. (parada temporalmente)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora