SIN EL CUERPO PERFECTO

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Sin el cuerpo perfecto, si, exactamente como no lo quiere, ni lo acepta la sociedad, sin el cuerpo perfecto, sí, el que la naturaleza me regalo, con muchos complejos quizá, pero finalmente mío, mi mayor tesoro y quizá una de las más hermosas obras de arte que poseo, y no en una colección, sino una completa perfección a la hora de hacer el amor.

A los ojos de mi amado mi cuerpo no tiene estrías, tiene hermosas líneas que le dan un toque de exquisitez, de sabrosura y de arte, de arte como a un lienzo, el tamaño de mis senos es perfecto, cabe entre sus labios, son como dos perfectos limoncitos anti estrés en sus manos, en los que al recostarse siente una profunda comodidad. Y mis piernas no son demasiado grandes, más bien demasiado lindas. Él besa, acaricia y se relame de ver semejante belleza, en tan pequeño cuerpo, él ve una diosa del olimpo revotando encima de su cuerpo llevándolo al cielo, no solo por lo que siente y ve, sino por lo que escucha, esa suave y a la vez aguda voz agotada y angelical, que por medio de gemidos le dice lo bien que se siente ser amado, acariciado y penetrado frenéticamente al compás de una melodía que emiten ambos, con sus voces y con el resto de su cuerpo.

Sin el cuerpo perfecto ante la gente y muchas veces hasta ante mis ojos, porque la vanidad de nosotras las mujeres muchas veces nos hace desear quitar o poner en proporción, o como decimos nosotras, darnos una manito de gato, para así sentirnos mejor consigo mismas, para sentirnos más sexys, más diosas, más llamativas, para que a la hora de vernos desnudas ante el espejo, nos sintamos cómodas y con el ego a mil, para empoderarnos y saciar nuestras más bajas pasiones, para dejar a nuestra pareja extasiada de placer.

Con muchos defectos según mi vanidad y con mucha hermosura ante mi amor al arte, ya que considero que todos los cuerpos son asimétricos, pero nunca irrepetibles, son reemplazables, sí, pero no inolvidables, obras de arte que no están en galerías famosas, sino que se trasforman cada día, que se esconden tras la ropa y muchas veces tras las sabanas, que se deslizan uno sobre el otro, pero siempre imperfectos, porque aunque la sociedad a puesto ciertas medidas como perfectas, no lo son, y por ello juzgan a todos, por ser demasiado flaco o de demasiado gordo, bajo o alto.



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