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5 de octubre

Querido diario, 

Como te contaba el otro día, Hyunwoo llegó de repente, sin buscarlo, y ha sido como si alguien escarbase en el baúl de mi vida y lo revolviese todo. Durante el paseo por el puerto, estuvimos hablando sin parar y, al regresar, me pidió el número de teléfono. ¿Sabes esa sensación rara que te invade cuando crees conocer a alguien desde siempre? Es irracional, pero con Hyunwoo me sentí así. Había algo cálido en él;
desprendía tranquilidad. Cualquier inuit diría que nuestras almas se han encontrado de nuevo tras muchos años de ausencia. O eso fue lo que aseguró Yakone cuando volví con las chicas un rato después. Los inuit creen que todo ser vivo posee un alma;
nada muere, todo se reencarna, así que es posible despertar vestigios de memoria de vidas y amores pasados.

Hyunwoo me llamó dos días más tarde. Estuvimos más de una hora charlando.
Volvió a llamar al día siguiente y al siguiente, y, cuando ya empezaba a pensar que nuestra relación sería meramente telefónica, me preguntó si quería quedar con él el sábado por la tarde. Dudé. Sí que quería, ¡claro que quería! Estaba deseando verlo de nuevo, pero el estómago se me encogía solo de pensar que estaríamos a solas. Al final, la curiosidad y las mariposas que me perseguían desde el primer día vencieron todos mis miedos (que no eran pocos), y volvimos a vernos en el puerto de Seward. El festival había llegado a su fin y el paseo no estaba tan concurrido, así que caminamos por el muelle de madera con tranquilidad. Las montañas se alzaban imponentes en contraste con el agua en calma sobre la que dormitaban los barcos de colores.

Hyunwoo me contó a qué se dedicaba (tiene cuatro años más que yo) y, a cambio, me pidió que le hablase de mis sueños, así que le confesé que mi verdadera pasión es convertirme en veterinaria. Siempre he querido serlo. Ya de pequeña rescataba pajaritos heridos y roedores perdidos y salvajes. Papá me ayudaba en la tarea. Eso también se lo conté. Le hablé de él, del divorcio, y de que apenas hacía un año que me había mudado a Seward con mi madre.
Cuando nos dimos cuenta, habíamos llegado al final del paseo y llevábamos más de dos horas andando. Ya empezaba a anochecer. Nos miramos en silencio y sentí un escalofrío trepando por mi espalda. Hyunwoo resultaba muy intimidante, no solo por su evidente atractivo, sino por la forma de hablar, sosegada y clara, el tono ronco de su voz, los gestos delicados en alguien con un aspecto tan masculino. Todo él era una especie de contradicción andante que tenía un «algo» cautivador.
«Deberíamos volver», susurré.
«Deberíamos…», dejó la frase a medias y se frotó el mentón con gesto nervioso antes de volver a clavar sus ojos en mí. «Dime que tú también has notado algo raro entre nosotros, porque, joder, yo no creo en este tipo de cosas, pero el otro día, cuando tenías nata en la mejilla y te toqué, fue como…».
«Chispeante», le interrumpí.
«¿Chispeante?», me miró divertido y su sonrisa ladeada me cortó la respiración.
Se puso la capucha de la sudadera oscura que vestía y se inclinó hacia mí moviéndose con suavidad: «Más bien, yo diría “arrollador”».

En ese momento no sé qué narices se me pasó por la cabeza (todavía hoy me avergüenzo al recordarlo), porque no pensé en nada antes de ponerme de puntillas y besarlo. Fue un beso patético, de esos que se dan los niños en preescolar cuando afirman ser novios; corto y casto. Hyunwoo parpadeó confundido cuando me aparté.
Me ardían las mejillas y deseé que se me tragase la tierra.
«Madre mía, ¡lo siento! ¿Crees que podrías resetear tu mente y olvidar lo que acaba de ocurrir? A veces, simplemente… hago cosas raras…».

Hyunwoo sonrió.

«Me gusta la gente rara».

Y entonces acogió mi rostro entre sus manos y me besó. Me besó de verdad, nada que ver con mi fallido intento. Sus labios eran suaves y acariciaban los míos con una lentitud enloquecedora. Tuve que sujetarme a sus hombros para mantener el equilibrio. Me habían besado antes, pero nunca así, como si todo se redujese a ese instante, a ese roce de nuestras bocas. Temblando, cerré los ojos cuando Hyunwoo bajó las manos a mis caderas para impulsarme más hacia él y me prometí a mí misma que recordaría ese instante siempre, siempre, siempre.

Annie.

SHOWKI 🐻❣️🐹 // Ad1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora