III

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-Necesito que sea más específico, señor Maers.

-¿No cree que ya es suficiente? Digo, ya tenemos casi una hora aquí y ya le dije que yo no soy un asesino.

-Puede retirarse, nos mantendremos en contacto.

Me levanté de la silla y la detective hizo lo mismo y me acompañó a la puerta. Salí del destacamento hasta mareado de tantos pensamientos ¿Cómo podía estar muerta Acacia si estaba muy bien anoche? ¿Quién pudo destrozarla de tal manera? No le conocía ningún enemigo, solo algunas riñas en el colegio con chicas de su edad pero, nada lo suficientemente grande como para atacarla así.

Camino hasta mi casa ya que no me quedaba muy lejos y al pasar veo el lugar donde encontraron a Acacia. Pensé entrar y ver si encontraba algo pero, apuesto que ya tienen suficiente evidencia en mi contra si me llevaron para ser interrogado así que, sigo mi camino y mientras lo hago no puedo evitar recordar el día que todo empezó

Estaba en el repuesto, solo tenía que resolver algunas cosas antes de irme y sabía que si dejaba las puertas abiertas, iban a llegar clientes e iba a durar siglos para terminar pero, justo cuando iba a cerrar la escuché llamándome, me asomé y venía corriendo en dirección a mí. Así que la esperé.

-No te molesta que cierre la puerta ¿Verdad? Es que tengo que terminar algo y no puedo permitirme que llegue un cliente más.- Le pregunté desde que llegó.

-Tranquilo, sé que no eres un violador o asesino en serie.-Dijo riendo y a mí me pareció la risa más hermosa.

Entramos, cerré la puerta y ella tomó asiento en un banco que consagró suyo desde que empezó a venir con frecuencia. Empezó a tararear una canción mientras yo empezaba con el papeleo, hace unos días (O meses) los ingresos empezaron a bajar y el banco envió un comunicado: Estamos en deuda. Así que, empecé a recortar gastos para poder mantenernos, por lo menos ahora.

Estaba tan concentrado en los papeles que ni noté cuando se puso a mi lado y empezó a leer lo mismo que yo e iniciaron las preguntas. Fue tan insistente que terminé contándole todo el problema y pude sentirme un poco mejor luego de hablarlo con alguien. Era buena escuchando, era la mejor. Pero, mientras le contaba no se alejó de mí, sentía su respiración chocar contra mi mejilla y veía perfectamente como su pelo castaño se introducía por la camisa de su uniforme e inconscientemente levanté mi mano y lo saqué. Vi cómo me miraba fijamente mientras yo acomodaba su pelo detrás de su oreja, de manera que no se escurría por ningún lugar que me incitase a pecar. Y justo pensando en pecados, ella levantó su mano y tocó mi barbilla y ahí inició mi perdición.

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