Untitled Part 3

1 0 0
                                    

Blackberry Menssenger (Pin) 21 de noviembre de 2016

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Blackberry Menssenger (Pin) 21 de noviembre de 2016

* * * * *

Mis progenitores nunca más volvieron a insistir en lo que me había ocurrido y si bien mis hermanos me llegaron a interrogar, tampoco me tomaron en serio. En el fondo pienso que al menos mis padres sentían temor de que mi relato fuese real. Si, ese temor que suele embargarnos por lo desconocido y que nos impide salir del imperio de lo habitual. Y es que no había forma de conseguir una piña o agujas de pino en el lugar en el que vivíamos. El clima de mi país no era idóneo para esa clase de árboles y la importación de sus frutos era algo prácticamente inexistente.

Los años fueron pasando parsimoniosa e inexorablemente, y con ellos el suceso sufrió la amenaza del olvido. Tanto fue así que cada vez que lo rememoraba ya lo consideraba un sueño. ¡Un sueño! En un principio, mis viajes al bosque fueron reemplazados por caminatas con mi padre o con mis hermanos (estos últimos habían recibido la orden de no perderme de vista en ningún momento). Pero tal situación no duraría mucho. Aun así no volví a recorrer el bosque a solas, pues mi época de adolescente, con las tareas escolares y las que mi madre ideaba para mantenerme ocupado, como ayudarla en el jardín en el que sus plantas ornamentales quizás recibían más atención de la debida (aunque confieso que gracias a ello me convertí en un excelente jardinero) constituían una parte importante de la rutina del día. El resto lo pasaba leyendo novelas que mi madre siempre traía cuando iba a la ciudad (también desarrollé un apetito voraz por la lectura). Y así llegó mi época de universitario. Quizás deba decirles que siempre me llamó la atención la historia, no puedo decir que ello haya sido influenciado por una razón especial, ya les he dicho que (al menos en apariencia) era una persona normal, como cualquier otra, así que decidí licenciarme en Historia Universal. Para ello tuve que dejar mi hogar, pues la enseñanza superior tendría lugar en la capital. Entonces contaba dieciocho años.

La Universidad de Buenos Aires, funcionaba en uno de esos edificios que se habían abierto paso entre las edificaciones coloniales que poblaban la ciudad. Recuerdo que la entrada, colmada con una enorme reja decorada con grabados gregorianos, daba paso a peatones y vehículos. Entonces, las casas de estudio no estaban saturadas de estudiantes como suele ocurrir hoy en día, donde se requieren mayores sistemas de organización si se pretende funcionar con cierto orden. Pese a ser una edificación enorme, nuestra universidad acogía a pocos alumnos (supongo que la mayoría de los jóvenes de entonces, al igual que mis hermanos, preferían dedicarse a la siembra de algodón o a cualquier otra actividad que les produjera réditos inmediatos). Mi llegada no supuso mayores contratiempos que los que tiene cualquier adolescente que debe afrontar ese importante preludio a la vida profesional. Tampoco fui un solitario o uno de esos estudiantes "raros" que aparentemente pasan su vida apartados de todos los demás (algo explotado hasta la saciedad en las películas de Hollywood). Tenía mi grupo de amigos y mis relaciones con el resto eran lo que se llamaría aceptables. Aproximadamente, en el tercer año de carrera mis obligaciones académicas habían aumentado considerablemente. El material que comprendían las asignaturas era bastante extenso y mi tiempo se consumía en investigar, estudiar y ser avaluado. Y eran las investigaciones exigidas por los nada benignos profesores lo que ahora consumía la mayor parte de mi tiempo. Por consiguiente, pasaba innumerables horas entre los manoseados, ajados y viejos libros de texto de los que disponía la universidad.

EL VIAJERO DE LOS SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora