Fue lo último que dijo antes de que la muerte la arrancara de mi lado dejándome desprovisto de lo más preciado que había tenido. Me derrumbé en medio de mi aflicción. Antes de que el médico y la enfermera entraran en la habitación sabía que ella me había dejado para siempre. Sólo podía pensar que había durado un día más para decirme que me amaba. Estaba inconsolable cuando Arthur y Bernt me hicieron abandonar la habitación compartiendo mi pena. Anna había sido mi gran amor. Ese amor idílico que sólo puedes tener una vez en la vida. Aparte de eso era el único apoyo en mi enfermedad, quien había creído tajantemente en mí. Por lo tanto, no se trataba de cualquier pérdida.
Pero los designios de Dios son incuestionables, tenemos que resignarnos a lo que él decida y nada de lo que hagamos interfiere en sus disposiciones.
Enterré a Annika en el cementerio de San Lorenzo, en un ceniciento día de agosto. Mis hermanos, incluyendo a la pequeña Raquel (que ya no era tan pequeña puesto que tenía 65 años) vinieron a hacerme compañía. Siempre había pensado que los cementerios eran sólo un depósito de caparazones vacíos y el de San Lorenzo, enconado entre álamos y abedules centenarios y que albergaba las tumbas de las viejas familias más adineradas de la ciudad no habría hecho la diferencia, pero ese día me parecía que los espíritus de los difuntos se asomaban entre sus lóbregas tumbas para ver quien osaba perturbar su paz. Supongo que el hecho de tener los sentidos embotados, como si hubiese perdido el contacto con la vida que me rodeaba, me hacía percibir ciertas manifestaciones de esa otra... realidad. Casi no reaccioné cuando el párroco dio su acostumbrado discurso con las palabras actuadas de otros tantos servicios que había prestado. Me pregunté cómo alguien podía asumir una tarea tan sombría como parte habitual de su trabajo. Poco después el sepulturero comenzó a arrojar las primeras paladas de tierra y supe que ese frío recuerdo era lo último que tendría de Anna.
Los años siguieron su impasible curso ajenos a las penas que podían embargar a los mortales. No fue fácil recuperarme de mi dolor y si hacía algún avance por salir de casa era con la motivación de ver a Anna en el cementerio. Al menos una vez por semana pernoctaba en el camposanto con una encarnada rosa que dejaba junto a su nombre en la lápida. Quizás fue Arthur quien me trajo de nuevo a la vida cuando un día se presentó en casa con su hijo menor, un joven de dieciséis años, brillante e inteligente, pero que no mostraba el menor interés por lo que podía ser agradable o divertido para el resto de la gente.
─ Espero no tengas objeción ─ dijo apenas al llegar (entonces ya hablaba mucho mejor el español) ─ hemos pensado en hacer un pequeño recorrido por La Sierra, creo que el bosque de hayas sería un lugar ideal y como ya me has acompañado por esos lares... pensamos que no podríamos hacerlo sin tu compañía.
Pero lo menos que deseaba era separarme del recuerdo de Anna, aunque fuese por unas horas.
─ ¿Un viejo como yo en esos andurriales? Creo que no puedo...
─ ¿Una excusa quizás para no salir de casa?
Ya sabía que su supuesta invitación tenía realmente otro motivo.
─ ¿Estás seguro de que mi hermana querría que te quedaras aquí, encerrado en un luto eterno? ¿Piensas que ella estaría orgullosa de ver en que se ha convertido su esposo?
Créanme, no tuve respuesta para sus palabras.
─ Por ahora tendrás que considerarme un emisario de mi hermana. Y eso significa que no te dejaré en paz hasta que hayamos partido a La Sierra.
Me dejó sin opciones. Pensé que la razón que había coadyuvado en mi relación con Arthur es que él compartía mucho de ella, de su personalidad y tenacidad.
Unas horas después íbamos de camino a la Sierra del Norte en el coche de Arthur. En un principio la vista de las suaves colinas no contribuyó a elevar mi entusiasmo, pero a medida que sentía la quietud del paisaje y que me impregnaba de ese incólume aire, donde la naturaleza cumplía una y otra vez el ciclo de la vida, comencé a pensar en la existencia que había llevado, en mis andanzas de joven en las montañas de Bermejo, en mis estudios universitarios, mi estadía en Suecia y España... y por supuesto, en mis "viajes". Y allí me prometí continuar con todos los cuidados que había acordado con Anna para hacerles frente. Arthur se sorprendió un poco cuando en medio del sendero que atravesaba pinos y robles le dije que era probable que le llamase algún día desde otro país ya que quizás en los próximos días me dedicaría a viajar.
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EL VIAJERO DE LOS SUEÑOS
AdventureUn hombre con una extraña enfermedad relacionada con el sueño vive una vida marcada por su mal. La estabilidad de su existencia es sólo una quimera. La cura no es una opción y aunque su dolencia lo llevará a lugares de exuberante belleza tambien le...