Untitled Part 7

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Hablaba casi con regocijo (tal vez estaba cobrando alguna comisión por enviar el mayor número de locos a su colega).

─Verá, nadie toma con cordura una cita con el psiquiatra, todos necesitaban algo de ayuda para... ¿cómo diríamos? ¿asumirlo? Sí, creo que esa es la palabra correcta. ¿Y todo para qué? Los psiquiatras al igual que nosotros están para ayudar a la gente, no hacen otra cosa.

Sus palabras habían adquirido un tono locuaz. Como el del amigo que te invita a tomar una cerveza.

Sin embargo, toda aquella verborrea no sirvió de mucho. Los preparativos para la universidad comenzaban nuevamente y mis temores por el loquero volvieron. ¿Cómo aceptar que alguien te induzca a creer que estás loco cuando en realidad no...? Bueno, supongo que ningún loco reconoce su demencia. La verdad es que nunca acudí a esa cita. Y aunque no podía considerarme "curado", dos años después me graduaba como Historiador y logré colocarme como maestro. Dejé el apartamento que rentaba mi padre y me mudé a una modesta casa en la Ciudad de Batán. Quizás "ciudad" no era entonces el calificativo indicado, era sólo un pequeño caserío de mineros y campesinos que recién comenzaba a formarse. Fue una de las pocas plazas que me presentó la Dirección General de Escuelas.

No tardé mucho en amoldarme a un aula de clases, con un pequeño grupo de niños que si bien solían recibirme con cierta timidez finalmente sufrían de excesos de confianza.

Y allí pasé mis primeros años como profesional. Puedo decirles que me familiaricé con aquel pueblo, con su aire costeño, su gente y sus niños. Podría decirse que mis temores habían remitido. Pero siempre, en algunas de esas noches recordaba que mi sueño no era seguro, que estaba a la disposición de esa suerte de titiritero que tomaba su marioneta y la sacaba del teatrillo para arrojarla a otro completamente distinto y donde habría otra historia.

La escuela donde me habían asignado quedaba a unos pasos de la plaza, alrededor de la cual el pueblo había ido edificando sus pequeñas casas. Se trataba de un viejo galpón donde la administración se las había arreglado para construir dos aulas y una pequeña dirección. Entonces las relaciones entre los alumnos y sobre todo con los padres de estos eran mucho más cercanas de lo que suelen ser hoy. Ya saben, mientras más pequeño sea el grupo más posibilidades hay de que se creen lazos de amistad. Y así tenía mi séquito de amigos en el pueblo y todo por el hecho de tener a sus hijos en mi clase. La tutoría era compartida con la Srta. Laura de quien les hablaré más adelante y la Sra. Elvira, una mujer que tenía al menos cuarenta años viendo crecer a los muchachos en los salones de clases y que se conocía al dedillo prácticamente a todos los habitantes del pueblo. De baja estatura, y agradable voz, me hacía las advertencias necesarias en cuanto a los padres de cada uno de los chicos.

─Es el hijo de Juan ─ un sin oficio al que por error se le permitió la posibilidad de engendrar.

Esos solían ser sus comentarios. Por lo tanto, ya sabías a qué atenerte. Pero a diferencia de Juan también había padres ejemplares, como los Álvarez, los Mendoza o los Moreno.

A sólo un mes de iniciar mi faceta de maestro, los Álvarez me dieron la bienvenida invitándome a su casa. Susana, su hija, una niña de unos ocho años que se destacaba entre los alumnos más aplicados de mi clase, se había encargado de que todo aquello se llevara a cabo. Al igual que yo, Juan Álvarez, era un asiduo apasionado a la historia, aunque nuestras conversaciones giraban sobre diferentes temas. Su esposa solía integrarse en la tertulia después de preparar el acostumbrado café y los panecillos que aderezaban nuestra reunión. De modo que la casa de los Álvarez era una de mis visitas obligadas, al menos una vez por semana.

Debo decir que las responsabilidades de un docente suelen ser extenuantes la mayoría de las veces. Además de dedicar la mayor parte del día a los alumnos, debes llevarte a casa los exámenes y tareas que les asignas para revisarlos, por lo que las horas libres suelen ser escasas. Sin embargo, me las ingeniaba para presentarme en casa de los Álvarez siempre que podía.

EL VIAJERO DE LOS SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora