CAPÍTULO 2.

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Cuando era niña era un pequeño desastre.

También, por cierto, fui diagnosticada con ADHD, y en consecuencia, trastorno de ansiedad.

Iba de un lado para otro todo el tiempo, todo lo que me regalaban para fechas festivas terminaba abandonado en algún lado de mi desarreglada habitación hasta que volvía a captar mi atención un tiempo después, actuaba impulsivamente sin medir las consecuencias, más continuamente que algún niño a tan corta edad, revolvía cada cosa que poseía, y era un infierno para mis padres el lograr que haga mis tareas.

Y por eso, pese a mis insistencias, mis padres no pensaron por un largo tiempo en tener una mascota, la tarea de cuidarme ya era bastante fatigante, sumando que mientras yo hacía un caos en el instituto, mi hermano estaba desarrollándose en otra etapa que requería la misma atención. Su convicción de no cumplir con lo que creían un capricho se mantuvo por un tiempo. Hasta que cumplí catorce.

Su nombre era Iron, llegó como un pequeño cachorro de color negro azabache. Estaba fascinada con el nombre por un libro que había leído en ese tiempo.

Desde pequeña amaba a los animales, y no dudaba en presumir siempre que mi cachorro era adoptado, constantemente hablaba de él y cómo con mi madre lo encontramos en una caja junto a un basurero. Luego de presenciar mi propia representación de cara de cachorro abandonado, y la cara del real cachorro abandonado, mamá no se pudo negar.

Elegí a Iron por ser el más inquieto de los tres, tenía dos hermanos y luego de algunos afiches conseguimos darles un hogar a todos.

Lo amaba con todo mi corazón, y a sorpresa de todos, era realmente atenta y cuidadosa con él. Brindaba un poco de paz en la tormenta que se agitaba en mi mente.

Hasta que un día, cuando tenía dieciséis, desapareció.

Lloré cada noche de ese mes. Nunca había logrado generar un vínculo así, además de mi propia familia. No es que fuese la persona más social y se pudiese presentar la ocasión de perder amistades, mis habilidades para desenvolverme social y académicamente estaban un tanto bloqueadas por cierto tiempo. La terapia ayudó bastante.

Y así, el impacto que tuvieron esas emociones en mi fue tan grande que aún lo recuerdo. No sé que le pasó a mi perro, tengo la hipótesis de que mis padres sabían algo al respecto, ya que cuando hablaba de ello, mi padre, William, se ponía un tanto nervioso y empezaba a mezclar palabras. Con mi madre, Adrienne, éramos expertas en distinguir esas reacciones.

Esa sensación se asemeja a saber que Dallas decidió irse sin más.

Sí, puede sonar un tanto ridículo comparar a mi hermano con un perro, pero el sentimiento de desamparo es el mismo, sentimiento que no me deja dormir en las noches y me hace revolverme entre las sábanas por horas, el insomnio también es un problema que no me ha abandonado. Lo que experimento es tan profundo que siento qué hay algo en mi, peor de lo que siempre sentí que había.

A la mañana siguiente de esos extraños sucesos, me levanté cansada, como solía ser, y tomé una rápida ducha porque ya iba atrasada.

Luego de vestirme encendí el coche y llegué rápidamente al campus. Me dirigí al sitio donde siempre nos juntábamos Alina, Kalika y yo, especialmente los jueves, ya que compartíamos la misma clase de la mañana, y las saludé con un beso en la mejilla a ambas. El abrazo con Kalika duró más de lo normal mientras me apretaba fuertemente y comentaba en mi oído.

— Lo siento — me dió un apretujón más fuerte — ya le hablé a Alina lo que te conté, necesito liberar esa tensión y vergüenza — me dijo mientras me liberaba, tomé una profunda y dramática respiración mientras la miraba confundida — Por cierto, te ves guapa — me guiñó un ojo divertida, señalando la falda que decidí usar hoy.

Recuerdos de AdaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora