EL PRECIO DE ESTAR SIN TI

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Nada se olvida más despacio que una ofensa; y nada, más rápido que un favor. Martin Luther King.

Dar con el paradero del doctor Friedick Lunga fue lo que Hart más disfrutó en muchísimo tiempo. Seducir a las mujeres que Sawyer le había proporcionado como contactos (todas ellas con tarjeta sanitaria actualizada), así como también a aquellas secretarias de diversas clínicas que se encontraba en su camino y que resultasen tanto atractivas como negativas –así como le facilitase cualquier dato sobre el paradero de Lunga-, le hizo disfrutar de su lujuria, de su vanidad y también recuperar la fe en que aún se podían hacer cosas como las de antes en un mundo actual que reclama la separación y el aislamiento.

Aquello le había llevado a terminar de forzar la cerradura electrónica de la puerta de Lunga en su casa de vacaciones, apartada de las calles y del ruido de los coches gracias a un generoso bosque tan pequeño como estimable. Justo cuando terminaba de meter los utensilios que había utilizado para ello, atisbó un perro negro imponente y hermoso mirándolo fijamente desde uno de los árboles. Hart y el perro conectaron miradas por un instante y lo que más le llamo la atención era que el perro no giraba los ojos ni un solo milímetro, ni tampoco parpadeaba. Ni tampoco parecía incluso respirar. Sólo quedaba ahí, petrificado, mirándolo con suma cautela y atención.

- Si me disculpas, amigo... tengo algo que hacer –murmuró Hart antes de entrar por la puerta y dejar al perro allí solo.

Un rápido registro de su apartamento le reveló que Lunga había desviado medicación antivírica de consumo profesional y público a su casa. En considerables cantidades. Todos los medicamentos tenían como marca una empresa europea que también había estado detrás de la fabricación en masa de las "píldoras del suicidio". "Muy bonito", pensó, a la par que se preguntaba para qué usaba dichos medicamentos.

Unos minutos y un cigarrillo después lo averiguó: todos esos medicamentos contienen narcóticos que adormecen al paciente. Una suerte de morfina de alta potencia. Lo que a nadie se le ocurrió avisar era lo adictivo que resultaba aquello –de ahí el consumo desmedido y el gran número de muertes a nivel estatal-. No obstante, si se lograban dar con las dosis adecuadas, ese medicamento no sólo calmaba dolores, sino que regalaba un viaje comparable a las drogas de más alta calidad.

Al caer la noche, Lunga no se hizo de rogar demasiado. En cuanto el viejo doctor entró por la puerta, ni se molestó en encender las luces de su apartamento. Voló directo a debajo del fregadero a la par que se bajaba la mascarilla. Pero maldijo tembloroso al no encontrar lo que buscaba.

- No está ahí, doc.

Lunga se sobresaltó y se volvió para darse de bruces con una figura en la oscuridad que sostenía un cigarro a modo de minúscula linterna, pues sólo el fuego del mismo era lo que se veía en ese instante. Dando otra calada, Hart al fin vio cómo la luz se hizo y cómo Lunga tenía la cara de viejo adicto a las drogas que él siempre se había imaginado.

- ¿Quién es usted? –preguntó cauteloso- No puede estar aquí, esto es allanamiento de morada.

- Llama a la poli –Hart aún guardaba su placa y la arrojó encima de la mesa en el momento justo-. Tranquilo, he usado guantes y me los he desinfectado también.

En cuanto terminó su cigarrillo y Lunga se sentó a la mesa de la cocina, Hart se subió la mascarilla que tenía bajada por la barbilla y una vez se la ajustó a la boca y nariz se levantó, acercándose a Lunga poco a poco.

- Me ha dicho un petirrojo muy lindo que tienes información que busco, doc.

Habiéndole puesto en situación, sin tampoco contar demasiado, Hart comenzó a juguetear con un salero que Lunga tenía encima de su mesa. Lunga, por su parte, sudaba profusamente.

Cielo caído (Fallen Sky) (2020) - LAO #2   ⭐ GANADORA en Terror #PlutonAwards ⭐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora