Capítulo 2. Kevin

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Estoy medio dormido en el metro, agarrado a la barra y esperando para llegar al instituto.

—Ahí está mi novia —me dice Rebeca, mi hermana de trece años, a mi lado.

—¿Quién? —pregunto, y se me escapa un bostezo.

Rebeca señala con la cabeza hacia uno de los asientos, donde se encuentra sentada Hannah, una compañera de mi clase, con los auriculares puestos y mirando por la ventana, ajena a este mundo.

Tan ajena que ni siquiera se da cuenta de que el abuelo que se halla sentado a su lado está con la baba caída contemplando sus piernas, porque lleva una minifalda blanca con dibujos de flores rojas.

Y yo me pregunto por qué ella decide coger el metro cada mañana para ir al insti cuando su madre es la directora y la puede llevar perfectamente en el coche. Si yo tuviera una madre tan estupenda como la suya, no me pensaría dos veces irme con ella.

—Mira ese viejo. Qué asco —murmura mi hermana—. Podría disimular un poco.

—Tú también podrías disimular —le respondo en tono burlón—. No paras de mirarla cada vez que te la encuentras.

—Buah, es que es guapísima. Además, no me juzgues porque tú la estás dibujando a todas horas sin que se dé cuenta. Estás obsesionado con esa pelirroja y deberías pedirle una cita ya, antes de que te la quite ese tal Borja, que camina como si tuviera un palo metido por el culo.

—Rebeca, cállate, que te va a oír —le ordeno en un susurro, y mis mejillas comienzan a calentarse.

Por suerte, creo que la susodicha no se ha enterado de que estamos hablando de ella porque continúa enfrascada en la música que sale de sus auriculares.

—Si no te atreves a tirarle la caña, entonces lo haré yo. Después no te quejes de que tu adorada hermana te ha levantado a la chica que te gusta.

Me echo a reír.

—Pero si tienes trece años y ella, casi dieciocho. No te montes tus telenovelas.

—La edad no importa en el amor.

Mi hermana está equivocada. No me gusta esa pelirroja que se pasea por el instituto creyéndose la reina, sólo porque su madre es la directora y su padre, un cantante famoso. Es algo creída, el ojito derecho de los profesores y saca mejores notas que yo. Además, me cae mal, y yo también le caigo mal a ella; no tengo ni idea de la razón, pero no nos soportamos y nos sacamos de quicio mutuamente.

Bueno, en realidad puede que me guste, pero sólo un poco. Mis acciones me delatan, como por ejemplo, cuando no paro de mirarla en clase, cuando la dibujo o cuando cuelo una piruleta en su mochila sin que se entere. A simple vista, puede parecer que estoy obsesionado con ella, pero la verdad es que me gusta desde hace bastante tiempo.

Cuando Hannah se levanta de su asiento, me percato de que ya hemos llegado a nuestro destino y mi hermana tiene que darme un guantazo en la cara para que me espabile, porque me había quedado embobado mirando a la pelirroja.

Justo al salir del tren, Rebeca saluda a Hannah con un simple «hola», y la otra le devuelve el saludo, pero yo abandono los buenos modales que jamás me enseñaron en casa y le suelto:

—Vaya pelos llevas. ¿Te has peinado antes de salir de tu casa?

Ella me contempla con sus ojos marrones entrecerrados.

—¿Y tú? ¿A dónde vas con ese careto de empanado? —contraataca—. ¿No te has acordado de darte cuatro hostias en la cara antes de salir de tu cueva?

—¡Toma ya! —exclama mi hermana riéndose a carcajadas.

Hannah me dedica una última mirada de odio, y luego echa a andar hacia el insti con sus andares de intento de reina.

Tú y yo, perfectamente imperfectos (Disponible hasta el 31 de enero)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora