Capítulo 3. Hannah

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—¡Los tres amiguitos! ¡Lo he visto más deprisa! —nos grita el profe de Educación Física a mis amigos y a mí.

Nos ha ordenado correr media hora sin descanso, y encima tenemos que contar las vueltas que damos a la pista, como si fuera un puñetero concurso. No es que no me guste correr; es más, últimamente me ha dado por acompañar a mi padre los sábados y domingos por la mañana para hacer footing, la diferencia es que con él voy a mi ritmo y sin nadie que me obligue a dar más de mí misma. En clase es una tortura, porque parece una competición.

Me arrepiento muchísimo de haber escogido esta asignatura como optativa en segundo de Bachillerato; pensaba que nada más se hacía el vago.

—Me va a dar un patatús —comenta Samuel, con la voz entrecortada y gotas de sudor cayendo por su frente mientras trotamos—. Estoy asqueroso.

—Necesito agua —interviene Gigi.

Me percato de que Kevin y Jorge nos adelantan de nuevo; he perdido la cuenta de las veces que lo han hecho.

—¡Parecéis tortuguitas! —se burla Jorge, que es estúpido desde que nació, y los dos se colocan a nuestro lado.

—¿Cuántas vueltas lleváis? ¡Nosotros vamos por la sexta! —nos cuenta Kevin con tono arrogante.

—¡Fuera de nuestra vista! —les grito más roja que un tomate por el esfuerzo. Siento mis pulsaciones más rápido de lo normal.

—Está bien. Hasta la próxima vuelta, que seguro que estaréis en el mismo sitio —se cachondea Kevin, y nos adelanta junto a su amiguito.

—¡Idiotas! —los insulto, y me quedo contemplando cada uno de los movimientos del trasero de Kevin.

Lo tiene bonito. Nunca me había fijado.

Sacudo la cabeza ante ese pensamiento estúpido y me concentro en correr, pero mis ojos se desvían hacia la espalda de Borja, que nos acaba de adelantar.

El miércoles quedé con él para volver a alimentar a los animales de la calle. Mañana, al ser sábado, vamos a pasar todo el día juntos, como una tercera cita, y tengo un poco de miedo porque siento que perderé mi tiempo tan valioso.

Tras acabar la clase de Educación Física como muertos, Gigi y yo nos refrescamos en el baño de chicas. Al final he conseguido hacer seis vueltas, algo que creo que no está nada mal, aunque el profesor haya puesto cara de espanto en cuanto se lo he soltado.

—¿Sigue en pie lo de mañana? —me interrumpe Borja en cuanto salgo del servicio, dedicándome una perfecta sonrisa. Su olor a menta me llega hasta el cerebro.

—Por supuesto. He reservado el día entero.

—Eso espero. No me vengas a decir que tienes que irte para hacer cosas.

—No lo haré —le aseguro.

Los estúpidos de Jorge y Kevin salen del baño de chicos, sin camiseta y fardando de torso. Qué tontos son, ni que fueran supermodelos.

—Hannah, ¿me estás escuchando?

Vale, me he quedado atontada contemplando a Kevin y no me he enterado de nada de lo que me ha dicho Borja.

—Sí, claro —respondo cuando desvío mi vista hacia él—. Mañana quedamos a las once. —Me escabullo y camino deprisa para alcanzar a los otros dos y soltarles—: ¡Poneos una camiseta, que no estamos en una playa nudista y tampoco estáis tan buenos!

—En realidad sueñas con verme metido en tu cama —me dice Kevin enseñándome toda su dentadura en una sonrisa.

—Sí, para asfixiarte con un cojín —le espeto, y hago un esfuerzo sobrehumano por no bajar la mirada de su rostro.

Tú y yo, perfectamente imperfectos (Disponible hasta el 31 de enero)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora