Capítulo 5. Hannah

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El lunes por la tarde, entro en el Chon y diviso a Kevin sentado a una mesa, esperándome, así que me encamino hacia allí con las mismas ganas que tengo de tirarme por un puente: o sea, cero.

Acabo de venir de echarles de comer a los animalitos de la calle y no me apetece nada pasar lo que queda de día con ese tipo perdiendo el tiempo, con la cantidad de cosas interesantes que tengo que hacer. Encima a Borja no le parece bien que quede a solas con un compañero para hacer el trabajo, y más si ese mismo compañero fue el que le robó el móvil, de modo que, después de sus clases de pádel, se presentará en el establecimiento para unirse a nosotros. No hemos hablado sobre nuestra «relación» de manera seria, aunque sí que me ha seguido acompañando algunas tardes para alimentar a los animales, en plan «cita», pero aún no nos hemos dado ni un beso; tampoco es que me apetezca demasiado. Con esto no quiero decir que Borja no me guste, lo que pasa es que no quiero que piense que soy una tía fácil, como pone en las pintadas de las puertas de los baños de chicos, lo cual es mentira, porque sólo me he liado con dos personas en mi vida.

—Acabemos con esto cuanto antes —le digo a Kevin en cuanto llego hasta él—. Haz sitio.

Se hace a un lado del sillón para que quepamos los dos y coloco mi ordenador portátil en medio de la mesa porque él no tiene. Saco de mi mochila mi estuche y unos cuantos folios, y le pido a Niko que me traiga croquetas, empanadillas y una Coca-Cola para mí sola. No pienso invitar al gorrón de Kevin a nada; que se pague él su merienda.

—¿Por dónde empezamos? —me pregunta con su voz tan irritante, y me llega un ligero aroma a jabón.

Por lo menos se ha dignado a bañarse, porque llevaba unos cuantos días oliendo a sobaco, el muy guarro.

Acerca sus manos al teclado de mi portátil, pero las aparto de un golpetazo de manera automática. Kevin me mira con la ceja enarcada.

—No toques mi portátil con tus sucias manos.

—Mis manos están limpísimas, señorita. —Me las restriega por la cara, desde la frente, pasando por la nariz, las mejillas y los labios, y terminando por el cuello.

Como el idiota no se digna a dejar de manosear mi rostro, intento desprenderme de sus manos, pero me es imposible y lo único que consigo es morderle con fuerza en una. A Kevin se le escapa un quejido y, para que lo suelte, comienza a tirarme del pelo.

Este tipo consigue sacar a mi niñata inmadura interior.

Decido dejar de morderlo porque me está haciendo daño con los tirones y lo siguiente que hace es acariciarse la mano, donde le he tatuado una buena marca de mis dientes.

—Casi me arrancas la mano, salvaje —me espeta mirándome con sus intensos ojos verdes.

—Más te vale no haberme pegado alguna infección en las encías por morder tu apestosa mano, caraculo.

—Mamona —contraataca.

Me levanto, cabreada, y me dirijo hacia la barra para pedirle a Niko unas cuantas servilletas, que se le ha olvidado ponerme.

—Parecíais macacos peleándoos —me dice en tono burlón—. Los que se pelean se desean.

Apoyo los codos sobre la barra y lo miro fijamente, sonriendo con maldad.

—Dylan Darío —pronuncio el nombre prohibido—. Estará solito en Barcelona, echándonos de menos a todos, pensando en su «peque», tachando los días en el calendario para poder verte...

Niko se ríe con sarcasmo.

—Cuánta imaginación tienes, Hannah Montana.

—¿Extrañas darle tras tras por detrás? —continúo burlándome.

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⏰ Última actualización: Sep 02, 2020 ⏰

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Tú y yo, perfectamente imperfectos (Disponible hasta el 31 de enero)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora