Prólogo

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Cuatro Años Antes.

El salón de baile había sido preparado un día antes, mientras la Regente ingresaba observó cuidadosamente los adornos que decoraban el lugar, las ventanas y los pisos lustrados,  comprobando que todo estuviera en orden tal y como ella lo había solicitado.
Esa noche presentaría a su nieta como su sucesora, la siguiente en la línea de Plata. Esperaba que estuviera a la altura de sus expectativas, ella había revisado cuidadosamente los últimos informes de sus tutores y sabía que estaba preparada en la teoría. 

Esperaba que también en su corazón.

Lanzó un suspiro mientras revisaba las cortinas azul zafiro de los grandes ventanales que daban al balcón, y al acercarse aspiró profundamente el aroma a jazmín proveniente de los jardines.
Esa noche también anunciaría el compromiso, su pueblo necesitaba un seguro y había acordado que ese enlace matrimonial sería un escudo, una protección tanto para su sucesora como para su gente. Solo esperaba que Cyrah entendiera, aunque no sabía nada al respecto su prioridad sería su deber y por ello no renegaría. Quizá lo discutiera al día siguiente, quizá ya hubiera madurado lo suficiente para ese entonces.
Un sonido llamó su atención alejándola de sus preocupaciones, un carruaje negro se aproximaba por el camino. Desde el ventanal alcanzó a ver que se detenía frente al portón de hierro, uno de los guardias se acercó un momento al cochero luego de intercambiar unas palabras hizo una seña a la torre y le permitieron la entrada. 

Los caballos avanzaron a paso rítmico y se detuvieron en la entrada. Elise se preguntó dónde estaría su ama de llaves, o alguna de las criadas. Ya deberían estar buscándola para informarle, ¿o sería necesario q ella bajara? ¿Es que nadie podía hacer su tarea como correspondía?
De un tirón cerró la cortina, dio media vuelta y con paso firme abandonó la estancia, a medio camino se cruzo con Clarise, su doncella quien dio aviso de que los invitados esperaban en el salón Esmeralda, y que era urgente. Elise la miró con el ceño fruncido ¿urgente? era una descortesía presentarse así sin invitación, sin anunciarse, y sin ser llamados. Decidió bajar a ver por sí misma e informar, de la manera más formal y diplomática, que no eran bienvenidos. Fuera quien fuese.
Le ordenó a su doncella mandar llamar a Theo su asesor  y a Jailen, Capitán de la Guardia, debían estar preparados, tenía un mal presentimiento de que ésta vez su sola presencia no bastaría. Pero cuando entró a la estancia dispuesta a ejercer su autoridad, se quedó pasmada. Porque allí frente a ella se encontraba un sujeto muy bien conocido por su gente, sus ojos azules eran oscuros como la noche y crueles como la batalla. Ella conocía muy bien los colores de aquel uniforme y las medallas que adornaban su pecho, su pueblo había aprendido a temerlos. No era un simple emisario, y no era de un lugar cualquiera.
Provenían de Ávila el Reino de los Estados.
Ellos eran el enemigo, y esto era una declaración de guerra.

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