Escapada al puro estilo de Indiana Jones

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¿Cómo se siente el miedo?¿Saldré de ésta? Eso era lo que me preguntaba, no era capaz de gesticular ninguna palabra, ni siquiera hecharme a llorar.

Por un momento me quedé sorda escuchando estos pensamientos, no era consciente de lo que pasaba a mi alrededor, no oía nada. Me pitaron los oídos durante estos minutos, tiempo que me pareció eterno. Empezaba a tener incertidumbres sobre mi vida, empezaba a dudar si conseguiría vivir más de un día.

Delante mío aún tenía esa sonrisa  maquiavélica, pero esa se relajó un poco, satisfecha de su impresión. Me empezaron a picar los ojos, las agujas se iban clavando en mi garganta, no quería llorar, así que me atreví a romper la cúpula de silencio que se había cernido encima mío, y alzé la mirada hacia sus ojos. Sus orbes eran verdes, recordaban la fauna forestal, para nada tenían el color del puré del cole, eran brillantes, y parecía entrever en ellos el vivo color del césped recién cortado de mi abuelo.

Mientras lo miraba atontada por sus declaraciones, el imbécil de delante mío parecía divertirse torturándome. La realidad me golpeó, y analizé sus palabras: por sí mismas eran patéticas, parecían de la típica telenovela  cutre de toda la vida. No pude evitar soltar una carcajada silenciosa por dentro, y mientras temblaba, intenté parecer como si tuviera la situación bajo mi control:

-No nos das miedo¡déjanos en paz y vete! - quise gritar pero, lo único que me salió fue un forzado susurro, que solo consiguió oír el medio-can de enfrente.

El imbécil se recompuso de la posición agachada en la que estaba sin immutarse, sonrió de lado y se dirigió hacia el hombre de la cicatriz:

- Empieza -dictó con voz cortante y seca.-Fue lo único que dijo antes de volver al frente.

El hombre de la cazadora, al que supuse que era un beta, se giró de cara hacia su atemorizado público y  empezó a dictar órdenes:

- Separaros por mujeres y hombres antes de que lo tenga que hacer yo! Adaia, Tobías y Ezequiel, formad con ellos cuatro grupos porfavor.- Parecía una persona, ehem quiero decir ser vivo, mucho más maduro e inteligente que el tonto de su compañero. Su voz era diligente y cortante, pero parecía un hombre de honor y justo y me había mostrado con unas cuantas palabras el respeto que tenía hacia otros miembros de su manada de menor rango.

Los alumnos empezaron a ser clasificados en pequeños grupos, mi amiga seguía en un estado de shock parada entre la multitud y se dejaba empujar por la gente que con muchas prisas intentaba complacer las órdenes de esos monstruos. En ningún momento se nos reveló nada del plan que tenían para nosotros (si tenian uno diferente a devorarnos a todos), los medio-canis iban de un lado a otro bramando con su grave voz órdenes a mis pobres compañeros, pero en ningún momento se les escapó ningún detalle que nos pudiese aclarar el motivo de su visita.

Yo, por mi parte, seguía parada en medio, nadie me prestaba atención, ni siquiera parecía existir para esos chuchos, y no sabía si eso era malo o bueno. Claramente no se acercaban a mí por alguna razón, tan misteriosa como su visita y eso me incomodaba mucho, me sentía impotente delante del sufrimiento de mis amigos, que correteaban como pequeñas ovejas huyendo de esos monstruos de uñas y dientes filosos. 

En el fondo de mi alma aún tenia esperanza que algo interrumpiera esa invasión, que un rayo le partiera la cabeza al responsable de nuestro sufrimiento o que todo fuera simplemente una pesadilla muy real. Pensando esto, cerré los ojos, y al abrirlos ví que el medioperro alfa se estaba acercando a mí a paso diligente. Su rostro no mostraba ninguna emoción en especial, pero sus ojos, clavados hacia a los míos me intimidaban demasiado, retrocedí con cierta torpeza unos cuantos pasos. 

En ese mismo instante, en el que levantó su brazo para agarrarme, la alarma saltó retumbando nuestros tímpanos. El sonido irrritante y estridente de la sirena rebotó en eco contra las paredes del gimnasio, el caos se sembró súbtitamente y el pánico nos invadió a todos. Pero los que en diferencia estaban más afectados eran los lobos, que por naturaleza eran hipersensibles a los sonidos, empezaron por intentar taparse los oídos, después algunos procedieron a gritar en agonía con bramidos dignos del monstruo Yeti y hasta vi que el alfa se tiraba al suelo intentando escapar de las ondas sonoríficas agudas. 

Lo que sucedió después, realmente fué un milagro, de los antincendios del techo empezó a salir una especie de  humo rojo que olía sospechosamente a productos químicos y esta fue la gota que colmó el vaso. Sara empujó la vara que cerraba la puerta y dejó paso libre para que todos los alumnos, al borde de un ataque de pánico, saliesen pitando de allí. Seguí a la multitud de muy cerca, ya que con el humo era realmente difícil distingir el techo de la pared. Pasé por la puerta la última,  junto a Melson y a la otra profesora, justo cuando estábamos saliendo por la puerta del colegio hacia el bosque, Sara me detuvo poniendo una mano sobre mi hombro. Su mirada ya no era de dureza, era de compasión y miedo, cosa que me heló la sangre.

-No vayas con nosotros al bosque, si quieres que tengamos alguna posibilidad de escapar de esta, debes separarte de nosotros.-Al pronunciar estas palabras noté un temblor terrible en su voz.-Quizá solo te quieran a  tí.

Esa última frase la dijo en un tono casi inaudible, temerosa de como pudiese responder. Cerré los puños con fuerza, tenia ganas de llorar,  pero las lágrimas no salían, no tenia tiempo para pensar, y intentando convencerme a mí misma recité en mi cabeza la frase estrella de mi abuelo:"antes muerta que cobarde". Alzé la cabeza rápidamente  y le miré a los ojos, tantos años de enemistad y sin embargo, allí estaba, prácticamente abrazándome.

-Crees que me hará daño?- pregunté deseperadamente a Sara.

-No lo sé, no debría dañarte , pero rezaremos por tí.-Detrás de Sara vi a Melson intentando disimular sus lágrimas. Ver el pánico de los adultos me hace sentir más ansiedad, pero sé que no debo de ser cobarde, podría salvar la vida de mis compañeros, pero no sé si estoy lista para dar mi vida por ello. Con un terrible dolor en mi garganta dije lo que se speraba de mí:

-Qué debo hacer?Por dónde me voy?-Sara intentó ser fuerte por mí y me habló con calma.

-Coge la bicicleta que hay en el párking apoyada contra la reja metálica y intenta seguir la dirección norte-oeste, nosotros iremos por el este del bosque.-Con un suspiro ahogado añadió la última palabra.- Gracias.

Luz de Luna (primer tomo: Silencio sepulcral)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora