Poesía filosófica

Noche primaveral

En primavera cuando por superstición, florecen las flores
de envidia por esta religiosa luna.
Se levanta en la laguna una intimidante niebla, emanada
desde lo profundo del valle.
En resonancia con mi cuerpo,
me atraviesa la cordura y el frío. Parece que ya a merced de la
espesura, fundido en
reposo, el bosque se aproxima
a un letargo. Y ved entonces
su belleza, agitada por el triste
viento primaveral, compartiendo
con el destino
¡Oh amada mía!
Tú qué hoy, por la turbia
mística de tus ojos, se ha
profanado el silencio de tú
rasgo más taciturno. No dejes
de conocerme por tus manos
de enmarcado tono crepuscular.
Tan tímidamente, tu alma
soñolienta me aguarda y
profesa un pequeño desliz en
pena. Dime si en tu sueño
existen los caballeros y las
proezas de soñadores.
De bien me suena tu música
a decibelios, con tu gracia
que eh de tomar para aprender
a montar mi propia obra
de teatro. Sabiamente estás
aquí. Y es tu vestido blanco,
un recuerdo de amor de novia.
Y tu piel pálida y bella, un abono
del pasado ¿Cuéntame si
has de temerme? De toparte
a tan destronado ser, orando
por tu vuelta. Queriendo en
egoísmo que vuele al tallo
la hoja caída. Mi dama incolora,
plácida de la oscuridad.
Descansa del ayer, del hoy,
de mi presencia. Que de ti
la naturaleza haga su trabajo.
Que de lo profundo de la
arboleda enferma y sombría.
Enaltezca tu morada con la luz
de la luna, una tumba con
prefacio llena de leyendas de
cuentos espectrales. Y lejos
de mí, pero junto a mi muerte,
la coincidencia de la cámara
mortuoria, desgarrada en cenizas,
alimentando algún pez en el mar
agradecido. En algún lugar
donde como antes de niña.
Se lanzarán besos y jugaron
hoy con la vida. Solo espero que
tu voz melancólica y subterránea
no arruine el silencio de
la noche primaveral.

Amada mía.