El hilo de oro perdido, ese que te dice cuando el final se acerca, había sido hurtado de las moiras.
Ya que el temor a la muerte, siempre nos acecha y paraliza nuestros pensamientos, algunos la aceptan alegremente por qué han dejado todo su dolor atrás, otros luchan por manterse por qué aún hay cosas por hacer, y muchos más niegan verlo, aunque ya está en sus ojos.
Ese miedo es el que arrastra algunos a la desesperación, y agita el Corazón en aguas oscuras y profundas, ese terror había inundado los ojos de la esposa de poseídon.
La joven Oceanide de larga cabellera rubia y brillante como el más puro oro, ojizarca y piel de durazno, con la más bella voz, se había escondido donde ningún ser se acercaría si tuviera algo de cordura, sus ropas antes blancas la cubría una espesa capa de lodo y sangre coagulada, había tirado su corona de perlas para darla como ofrenda a su amiga para no ser devorada.
Las cuevas de escila estaban repletas de cadáveres en putrefacción el olor era tal que anfitrite tenía que vomitar constantemente, el frío ahí le provocaba dolores inmensos en sus manos, y tenía que estar siempre atenta al humor de escila, proteginendose con su tridente.
Escila siglos atrás había sido una de sus mejores amigas, al ser una ninfa, que por los celos se circe se había convertido en un monstruo, torso y cara de mujer, con cola de pez y en su cintura salían seis cabezas de perros negros que aullaban constantemente y dotada de doce patas deformes de caninos. Pero el cuerpo no fue los único que se transformó, también su mente, cada cabeza tenía una personalidad distinta y sentido de humor diferente, había días que era dulce y cordial, y otros una maniática homicida.
Anfitrite había visto algo que ningún mortal o Dios debe de ver, y eso era su propia muerte a través de los tejidos de las moiras.
Ella había llegado con ellas por curiosidad, pero éstas habían descuidado el tejido, y entre sus hilos, la diosa vio con horror quien causaba su muerte, era un tridente que la partía en dos, haciendo que sus restos se propagara en el océano, es cuando corto ese pequeño huso dorado, y se lo llevó consigo.
Sus pensamientos dejaron de tener orden, era un caos su mente y su corazón.
-el no puede hacerme eso o si?.... Se supone que el me ama... Le he perdonado todo.... Y aun así quiere matarme??.... -
Las lágrimas caían y se cristalizaban en gemas de hermosos colores, su dolor la hizo recostarse en la playa cubriéndose con una concha gigante, no quería ser vista de esa manera y tampoco quería ver a su marido.
Tal vez había interpretado mal esa visión, o sólo se había equivocado... Pero ese tridente definitivamente era de poseídon.
Anfitrite siempre pensó que sería siempre la reina del al junto con poseídon y vivirán felices por siempre, apesar de las infiedelidades, ella era feliz en el mar al estar rodeada de sus hijos como lo eran las focas, ya que ella era una diosa más antigua que su consorte, pero este era más reconocido que ella. Eso no la molestaba... Al parecer.
Entonces por que alguien que la amaba quería matarla?... Esa pregunta se la hacía todos los días desde que salía el sol hasta que emergía la luna, no podía dormir por sentirse traicionada y menos por que su amiga perdía los estribos de repente.
-tal vez se consiguió a otra - dijo escila con una voz de una joven.
-no lo creo... El ama.... Lo se- dijo anfitrite entre lágrimas.
-en serio?... Te escondes de alguien que te ama,?.... Entonces no confías en él -
-no, no es que no confíe... Pero vi mi muerte... Y le Temo que al estar con él, eso pase-