Una mirada.

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Luego de una larguísima noche me levanté cansada por lo mal que había dormido, y hoy que era sábado me sorprendió saber que no me habían levantado a gritos o el mismo ruido de Karen y Rick moviéndose por casa. Era todo tan tranquilo que asustaba, todo estaba tan tranquilo que era prácticamente utópico. Luego de no escuchar nada desde mi cama por cuarta vez decidí abrir la puerta y registrar todo el lugar. No estaban en el baño, en la cocina o en la pequeña sala. Su cuarto era el último lugar en el que tenía que buscar, la puerta estaba entre abierta y sin dudarlo mucho por lo peculiar de la situación con algunas dudas, entre. No estaban, y dios eso era tan maravilloso.

Su cuarto era un paraíso, con aire acondicionado, con un televisor que aunque no era ni de lejos igual como los de mi instituto estaba increíble, un colchón en el que acostarse daba gusto. Dios, esto es lo más cercano a la felicidad que he experimentado en un buen tiempo. Sin embargo mi curiosidad iba a un paso más allá, tenía que ver en el pequeño refrigerador, ¿habría muchas cosas? ¿habría chocolate o algo por el estilo? Y que sí había, la nevera de no más de un metro de alto y medio de ancho estaba abarrotada, había chocolate, jamón y queso, inclusive había leche y huevos. Iba a tomar algo de chocolate, aunque sabía perfectamente las consecuencias de que me encontrasen ahí, quería comer algo que no fuera pan, o las sobras de todo esto. Y así empezó ese día como cualquier otro, comí un sándwich de jamón y queso junto a un trozo de chocolate. Sabían a gloria, era más que delicioso.

Las horas pasaban despacio, la temperatura ideal, todas las comodidades y el sabor del chocolate aún en mi boca, me hicieron olvidar en donde estaba. Llena de adrenalina y sintiendo que tenía todo controlado comencé a ojear los canales de televisión de uno en uno, dándole tiempo a cada uno para ver qué me ofrecían, aunque siendo completamente honesta todos sin importar lo malos que fueran, eran mucho mejor que nada. Entonces uno me dejó los ojos como platos y la sangre helada. No era nada muy especial, por el contrario un noticiero local. Pero la noticia, la noticia me dejó fuera de mí misma. Veinticinco de los padres que habían asistido a la reunión de  mi instituto, habían sido secuestrados y por complicaciones en el secuestro fueron asesinados. La escuela está tomando todas las medidas necesarias.

Todo se derrumbó. En medio de aquel silencio se escuchó una explosión, que derivó en un derrumbe ensordecedor y todo esto dentro de mi cabeza, mientras un bárbaro silencio se instaló en esa habitación. Y entonces el primer pensamiento llegó, y este fue ir a comprobar la lista de nombres de los fallecidos. Por inercia mi cuerpo comenzó a moverse, poniéndome una de mis enormes sudaderas robadas, y uno de los pantalones cortos de Rick que mejor se me ajustasen y para finalizar una gorra. Mientras me cambiaba notaba que algo estaba mal en mí, en mi forma de afrontar la situación actual. No sentía nada, y si pudiera describir esa carencia de emociones con algo seria quizás tranquilidad.

Por qué estoy pensando así, debería de dolerme, debería de llorar...quizás ni la muerte de la que se hacia llamar mi madre me hace recuperar mi humanidad, tal vez sólo estoy condenada a no sentir más allá de los sentimientos que me permitan sobrevivir. Tenía miedo; mi cabeza daba tantas vueltas y mis pensamientos se hacían cada vez más abstractos. Sin embargo uno llegó con tanta fuerza a mi cabeza que silenció a los demás. Si ellos están muertos ¿qué voy a hacer con los cuerpos? No puedo costear enterrarlos, es imposible para mí, y no puedo gastar dinero en ello si realmente están muertos. Entonces lo entendí, entendí que el mundo estaba tan destruido como para que alguien con dieciséis años tenga que pensar qué va a hacer con el jodido cuerpo de su madre. Me desplomé en ese mismo instante cayendo de rodillas y con mi frente apoyada a la puerta, sosteniendo el pomo de la puerta que me dejaría ir al mundo en donde se encontraba la respuesta que lo cambiaría todo. Frío, todo mi cuerpo se sentía helado y mi respiración era pesada, pesada como sí toda mi vida estuviese a punto de escaparse en un suspiro. El pánico, me carcomía por dentro. Sentía que no podía quedarme quieta aunque permanecía inmóvil, y en  cuestión de instantes pasé del plan A al plan B. Buscar todo el dinero en efectivo, tarjetas, cheques, lo que sea. Buscar una forma de conseguir la mayor cantidad de dinero por mi cuenta ya que sí ellos no regresaban en lo que quedaba de día, sería porque formaban parte de esas veinticinco personas asesinadas tras un secuestro.

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